Uno de los efectos de la pandemia ha sido el de facilitar la digitalización del mundo del trabajo. Las nuevas tecnologías han entrado con fuerza y aunque asuntos como el teletrabajo, tras un fuerte avance, han vuelto a retroceder notablemente, lo cierto es que las competencias y capacidades exigidas para desempeñar determinados puestos de trabajo han cambiado radicalmente.
En este contexto, la formación y la orientación laboral son muy importantes y deberían revisarse en profundidad. Es cierto que muchos países europeos realizan esfuerzos importantes para adaptar sus sistemas formativos y su orientación laboral, regulando las nuevas funciones formativas y orientadoras.
Los casos de Irlanda, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Francia, Austria, Alemania, o Bélgica, son destacables, pero lo cierto es que las diferencias entre países y dentro de los propios países, siguen siendo muy importantes. Un punto de diferencia se encuentra en aquellos países que se esfuerzan en regular y promover el papel de los orientadores.
Y, sin embargo, pese a estos esfuerzos la existencia de sistemas integrales que permitan la interconexión entre las empresas, los servicios públicos, los centros de formación, los agentes sociales y las personas trabajadoras, o que aspiran a trabajar, siguen siendo una carencia muy importante.
El trabajo de orientación es la clave que permite conectar bien todos estos instrumentos. Necesitamos profesionales que sepan analizar bien los múltiples datos disponibles y que manejen bien, por lo tanto, los recursos digitales a su alcance.
Especialistas que procedan de diferentes campos profesionales, desde la educación al derecho y desde la psicología a la filosofía. Que hayan adquirido competencias en orientación y empleo, capaces de trabajar en equipo en entornos digitales, pero también buenos detectores de necesidades, capaces de utilizar habilidades sociales, conexiones emocionales con las personas.
Necesitamos que sean buenos comunicadores, tanto en el contacto directo como en la exposición escrita. Capaces de utilizar las redes sociales para llegar a todo el público que necesita sus conocimientos, su experiencia y su acompañamiento. Pero que sepan no sólo moverse en las redes, sino en el tejido social comunitario, para conseguir su complicidad y su cooperación.
Un aspecto sobre el que reflexionan los expertos en formación y orientación es el de los efectos negativos de la dispersión y diversificación de los servicios que prestan. Aparentemente esa fragmentación aporta flexibilidad, pero en realidad no consigue evitar confusión y pérdida de eficacia y eficiencia.
Va siendo cada vez más evidente, en todos los niveles, nacionales, o europeos, que una adecuada integración de los servicios permite una mejor asignación de recursos, atender mejor a las personas, así como salvar y compensar problemas derivados de la discriminación existente en territorios y sectores.
La introducción de la Inteligencia Artificial en este escenario puede permitir gestionar mejor la gran cantidad de datos disponibles, puede facilitar un mayor dinamismo y flexibilidad en la búsqueda de recursos y respuestas a necesidades formativas y de empleo, pero también puede generar resistencias en los orientadores y en los usuarios de los servicios, además de que pueden generar desigualdades y brechas en la atención.
La formación de los profesionales en el uso de las nuevas tecnologías y la decisión de evitar la prevalencia de las herramientas digitales que facilitan un autoservicio, sobre la interacción y el trato directo con personas, son la mejor manera de combatir estos efectos perversos de las nuevas situaciones a las que nos vemos abocados.
Orientadores mejor formados, más preparados para utilizar adecuadamente la Inteligencia Artificial, que trabajen en servicios integrados, en equipos multidisciplinares que favorezcan la cooperación y la mejor utilización de los recursos, serán las claves que permitirán contar con una formación y una orientación que trabajen para la igualdad y el desarrollo de las personas.