Me contaban algunos amigos profesores que preguntaron a sus alumnos en el instituto, o en la universidad, si sabían qué era el Proceso 1001 y fueron muy pocos, si es que hubo alguno, los que supieron responder correctamente a esta cuestión y eso que la palabra Proceso ya da alguna pista que nos hace pensar en un juicio.
Hubo, según contaban mis amigos, que dar pistas, situando el llamado Proceso 1001 en la época de la dictadura franquista. A partir de ahí hubo todo tipo de ingeniosas respuestas. Que si mil y un políticos detenidos por la dictadura franquista, que si una manifestación de mil y una personas contra esto o aquello.
No viene mal, por tanto, recordar que el 24 de junio de 1972, sábado, la cúpula de las ilegales Comisiones Obreras, había convocado una reunión clandestina en el convento de los monjes Oblatos de Pozuelo de Alarcón. Lo cierto es que aquellas Comisiones Obreras no eran un sindicato, ni una organización política, o social, tal como hoy las conocemos.
Eran un movimiento de trabajadores organizados en las empresas para defender los problemas laborales frente a los empresarios. Se organizaron en las minas, los polígonos industriales, los tajos de la construcción, en los sectores de la producción y los servicios, de manera informal al principio, pero muy eficiente a la hora de defender los intereses de los trabajadores y las trabajadoras.
Comenzaron siendo comisiones temporales, esporádicas, que se formaban para negociar con los empresarios y que existían mientras duraba un conflicto, una huelga, una negociación y luego se disolvían, no sin despidos frecuentes y represión segura contra los integrantes de la comisión obrera.
Poco a poco se fueron convirtiendo en organizaciones más estables, que creaban coordinadoras por barrios, polígonos, sectores y que se presentaban a las elecciones sindicales de principios de los años 60 en las empresas y las ganaban en muchas ocasiones.
Pronto el franquismo comenzó a prestar atención a ese fenómeno que surgía en las empresas y era bien acogido por los trabajadores. Además allí había comunistas, sí, pero también cristianos, socialistas, anarquistas y hasta algunos falangistas.
Hasta el ministro responsable de los sindicatos franquistas, conocidos como sindicatos verticales, intentó atraerlos y acordar con ellos algunas medidas que, en pleno desarrollismo, intentaban abrir la puerta a la participación de los trabajadores en las empresas. Querían un maquillaje del Régimen que las Comisiones Obreras no estaban dispuestas a regalar a cambio de unas migajas de poder, o de privilegios.
Así las cosas, en 1967, las CCOO llegaron a reunir una Primera Asamblea Nacional, que aprobó un proyecto de Ley Sindical y eligió un órgano de coordinación. Aquella asamblea culminó apostando por la libertad sindical, la unidad de los sindicatos y la defensa de la democracia.
El resultado de esta asamblea y el impulso de huelgas y manifestaciones, tuvo la respuesta inmediata de la ilegalización de las CCOO y el aumento de la represión contra quienes se organizaban en ellas. Pero a estas alturas se habían extendido y hasta servían de ejemplo para crear Comisiones Vecinales, o Comisiones de Estudiantes.
Eran ilegales, pero no dejaron de funcionar, aun cuando el Tribunal de Orden Público (TOP) se empleó a fondo para combatirlas. De hecho de las 9000 condenas que pronunció ese tribunal la inmensa mayoría era contra sindicalistas de las CCOO. El franquismo sabía que el sistema sería carcomido por la acción de los trabajadores exigiendo derechos laborales, libertad sindical, democracia.
Por eso, la detención de la Coordinadora de las CCOO a nivel nacional era un éxito incuestionable. Detenidos y encarcelados en Carabanchel, aquellos 10 de Carabanchel terminaron convertidos en el símbolo de la represión del régimen franquista contra gentes pacíficas que sólo querían libertad para organizarse y constituir sindicatos libres. Aquel procedimiento judicial abierto recibió el número 1001, de ahí el nombre del famoso proceso.
Las manifestaciones y movilizaciones nacionales e internacionales hacían presentir que el juicio del Proceso 1001, que se inició año y medio después, el 20 de diciembre de 1973, supondría una de cal y otra de arena. Pero precisamente ese día ETA dio rienda suelta para culminar la Operación Ogro y cometió el atentado que acabó con la vida del Almirante Carrero Blanco, mano derecha y heredero de Franco.
Las consecuencias fueron terribles y, tras una suspensión inicial del juicio, el tribunal condenó a los diez sindicalistas a penas de entre 12 y 20 años, que sumaban un total de 162 años de cárcel. Marcelino Camacho, Eduardo Saborido, Francisco Acosta, Nicolás Sartorius, Fernando Soto, Luis Fernández, Juan Muñiz Zapico, Francisco García Salve, Pedro Santiesteban y Miguel Ángel Zamora. Diez nombres que han quedado en la historia.
Se cumplen ahora 50 años de esa detención masiva y en año y medio se cumplirán 50 años del juicio a los 10 de Carabanchel. Cuando se cumplieron 40 años la conmemoración me pilló a caballo entre la Secretaría General de CCOO y las responsabilidades de Formación en la Confederación de CCOO.
Organizamos exposiciones, publicaciones, cursos, encuentros, conferencias, debates, en los que los jóvenes podían hablar, intercambiar ideas y opiniones con algunos de los protagonistas de aquella historia.
Recuerdo aún a Soto, Saborido, Acosta, Santiesteban, Zamora, o Sartorius, junto a Alejandro Ruiz-Huerta, sobreviviente del asesinato de los de Atocha, recorriendo lugares de toda la geografía nacional para hablar de estas cosas con compañeras y compañeros sindicalistas, porque siempre creímos que ser sindicalista es aceptar ese compromiso con las personas con las que convives, con las que trabajas.
Un compromiso que puede producir muchas satisfacciones y alegrías compartidas, pero que puede conducir también a severas derrotas, a la cárcel, como ocurrió con los 10 de Carabanchel, o a la muerte, como la que sufrieron numerosos trabajadores en la España franquista, o como la que sufren decenas de sindicalistas y líderes sociales colombianos cada año.
Debemos convertir este año y medio que se avecina, este 50 aniversario del Proceso 1001, en un tiempo para la memoria y en un motivo para el orgullo. Orgullo por pertenecer a la misma casta y a la misma estirpe de aquellos diez sindicalistas que fueron juzgados por defender derechos y luchar por la libertad.