Algo hicimos mal

Pensé titular este artículo escribiendo,  Algo debimos hacer mal. Pero no, lo mejor es reconocer desde el principio que, a estas alturas, es absolutamente seguro que algo hicimos mal. Me niego a creer que todo cuanto nos está ocurriendo sea responsabilidad de los otros, los de enfrente, los enemigos, los adversarios, o como queramos denominarlos.

Nos hemos acostumbrado a formar parte de un bando o de otro, ya no hay términos medios. Conmigo o contra mí, sin consideraciones, sin matices, sin entrar en detalles. Con Maduro o contra Maduro. Con el juez, o con el Presidente del Gobierno. Con los nacionales, o con los nacionalistas.

No es algo que ocurra tan sólo en España, pero también ocurre en España. Aquí, a nuestro lado, cada día. Mal de muchos, consuelo de tontos, decía mi madre. Debemos negar las evidencias, justificar cosas que no siempre creemos, acusar con saña y sin tregua, taparnos los ojos para no ver todo aquello que no queremos ver.

Algo hicimos mal. En algún momento decidimos dejar de pensar y dejarnos guiar por nuestros estómagos, nuestros deseos, nuestros sentimientos que no coinciden ni siempre, ni necesariamente, con nuestros intereses, esos intereses que creemos preservar, pero que ni tan siquiera nos permitimos conocer.

Hace ocho años, eran otros tiempos, el hoy líder de la oposición afirmaba ante los empresarios catalanes, hablando de la posibilidad de conseguir un concierto económico,

Estas cosas se pueden cambiar, plantear y discutir.

Dicho de otra manera, hace ocho años era perfectamente posible plantear un concierto económico en Cataluña. Sin embargo, hoy esa misma propuesta se trata de una promesa imposible. Las cosas cambian, es cierto, pero no tanto como para que lo que ayer era blanco, hoy se convierta en negro.

De hecho, fue el mismísimo oráculo del Partido Popular, el inefable Aznar, el que para llegar a la Moncloa, en 1996, no dudó en ceder a Pujol el 30% del Impuesto sobre la Renta, junto a otras concesiones relevantes como acabar con el servicio militar obligatorio, la famosa mili, traspasar las competencias del tráfico a los Mossos d´Escuadra, o acabar con la figura de los gobernadores civiles, así como realizar inversiones de varias decenas de miles de millones de las antiguas pesetas en Cataluña

No eran pocas cosas, ni menores. Pero se correspondían con aquellos momentos en los que el inefable oráculo hablaba catalán en la intimidad de su familia. Siguiendo esa estela, el irrepetible M (punto) Rajoy intentaba decirlo de otra manera,

Me gustan los catalanes, hacen cosas.

A mí no me gusta, de entrada, el acuerdo alcanzado entre los socialistas catalanes y Esquerra Republicana. Considero que viene traído por los pelos de la necesidad de dar una salida al gobierno de Cataluña, sin necesidad de repetir las elecciones. Me parece que es una de esas vueltas de tuerca a las que nos tiene acostumbrados el gobierno de Sánchez, cambiar de criterio cuantas veces sea necesario, si los fines lo hacen aconsejable.

Soy de aquellos que cree que el fin no justifica los medios y que no todo está permitido y justificado en política, ni aún si se trata de obtener, o mantenerse, en el poder. No creo que sea bueno que desde posiciones de izquierda se acostumbre a los votantes y no votantes a aceptar sorpresas de última hora.

Más bien creo que la izquierda debemos convencer a nuestra gente de hacia dónde vamos. Hoy no sabemos si avanzamos hacia el mantenimiento del Estado Autonómico con nuevo sistema de financiación autonómica, nos encaminamos hacia un Estado Federal, o si esto va a terminar pareciéndose más a una Confederación de Estados.

Pero no por ello descalifico el acuerdo absolutamente. A fin de cuentas sigo creyendo que hay que recordar los tiempos pasados para entrever alguna luz al final del tunel de desencuentro en el que nos hemos metido de hoz y coz.

Los tiempos en los que ese mismo líder de la oposición al que hemos mencionado, en aquella misma intervención ante el catalán Círculo de Empresarios, reconocía que un concierto catalán era perfectamente posible, e inmediatamente añadía,

El problema es cómo nos ponemos de acuerdo en los contenidos del concierto, como se mide y qué se pondera.

Efectivamente, parece mentira que aquel líder que avanzaba estas posiciones y para conseguirlas marcaba un camino de acuerdo, de respeto a la transparencia, evitar coyunturalismos, crear instrumentos y mecanismo para un reparto justo de recursos, sin tener que depender de los debates identitarios, nos venga ahora con la negación de la mayor que él mismo enunció para que figurara en el programa electoral del Partido Popular en 2012.

Algo hicimos mal, en algún momento decidimos dar cuartelillo y prioridad a las políticas populistas que juegan con sensaciones, sentimientos, hambres y necesidades candentes no satisfechas. Políticas populistas que no buscan solucionar problemas, cubrir necesidades, atender nuestros intereses.

Va siendo hora de recuperar aquella idea de Os Resentidos, esbozada ya en tiempos que nos parecen tan lejanos como 1991,

Estamos en guerra, pero hai que reflexionar.

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