No he querido hacer ruido durante los pocos actos que han podido organizarse para conmemorar el 44 aniversario del asesinato de los Abogados de Atocha, el día 24 de enero de 1977, durante aquella Semana Negra que conmovió a toda España. Una semana de asesinatos, secuestros, violencia policial y violencia de las bandas franquistas.
Este año la pandemia ha hecho aconsejable que, por primera vez en muchos años, el recorrido por los cementerios madrileños, para depositar flores en las tumbas se haya visto limitada en el número de asistentes, con todas las medidas de seguridad necesarias.
La concentración a las 10 de la mañana en la plaza de Antón Martín, ante la impresionante escultura de El Abrazo de Juan Genovés, fallecido este 15 de mayo pasado, se ha suspendido, aunque no han faltado, como cada año, las coronas y los ramos de flores de la Fundación Abogados de Atocha, del Partido Comunista y de las Comisiones Obreras.
Suele obviarse que estos jóvenes abogados asesinados eran militantes del Partido Comunista, de las Comisiones Obreras y que, los que cayeron en el atentado de la ultraderecha, defendían a los vecinos en los barrios obreros de Madrid, desde unos de los despachos de la calle Atocha, no aquel en el que murieron, por cierto.
Conviene recordarlo en cada artículo, en cada acto, en cada investigación histórica, en cada programa que hable de estos jóvenes, recién salidos de la facultad y embarcados en la aventura de los despachos laboralistas que comenzó a fundar María luisa Suárez, junto a Antonio Montesinos, Pepe Jiménez de Parga y José Esteban, en la Calle de la Cruz.
También ha habido que aplazar el acto que cada año llena el Auditorio Marcelino Camacho, con casi 1000 personas de capacidad, en el que se iba a realizar la entrega de los premios anuales Abogados de Atocha a todos los trabajadores y trabajadoras de los servicios esenciales, sin exclusión, desde el personal sanitario, a las trabajadoras de los supermercados y desde la recogida de basuras,, limpieza viaria, o el reparto domiciliario, a las mujeres de la ayuda a domicilio, pasando por el profesorado, los centros veterinarios, o el transporte. Todas, todos, sin exclusiones, que esto no son los selectos premios Princesa de Asturias.
Cuentan que los cuatro jinetes del Apocalipsis, eran la guerra, el hambre y la muerte, encabezados por la peste. La peste representaba la enfermedad, sin duda alguna, un castigo de Dios a los pecados de sus criaturas humanas, la cólera divina desencadenada. Hoy sabemos que no, que no hay castigo divino que valga, sino consecuencias de la ignorancia, la imprudencia, la maldad de los seres humanos, el desprecio a la Naturaleza y a la vida.
La violencia, el asesinato, la pandemia, la pobreza, los otros nombres de los jinetes destructores que recorren la tierra. Aquella cabalgada que sólo podemos frenar defendiendo la convivencia democrática, la justicia, los derechos, la solidaridad, los viejos lemas enarbolados por los revolucionarios franceses: la libertad, la igualdad, la fraternidad.
Los mismos principios que defendían aquellos jóvenes abogados de un Partido Comunista y unas Comisiones Obreras ilegales, no nos cansemos de recordarlo, que caminaban confiados hacia la libertad y se toparon con la condena de muerte de un franquismo, una dictadura ya sin dictador, que se resistía a desaparecer camino de Cuelgamuros.
Nunca ha de faltarles nuestro recuerdo, íntimo y público. Nunca ha de faltarles nuestro reconocimiento, nuestras flores en sus tumbas y en sus monumentos, nuestro orgullo de clase para reivindicar su memoria, nuestro amor en estos tiempos del cólera.