Durante demasiados años la memoria de los Abogados de Atocha se veía bien definida por el título de aquel libro escrito por Alejandro Ruiz-Huerta, La memoria incómoda (Los Abogados de Atocha). Como si España hubiera decidido olvidar cuantas tragedias hubo de vivir en su reciente pasado para entrar en una nueva y feliz etapa de festejos inolvidables y legendarios.
Nuestro ingreso en la Unión Europea, precedido por la controvertida entrada en la OTAN. La Expo del 92, en Sevilla, Las Olimpiadas de Barcelona, los turnos de gobierno, las recesiones, las crisis, las etapas de crecimiento, los pelotazos inmobiliarios. Una nueva España, eso sí, con todos los ingredientes, vicios y virtudes del pasado olvidado.
Las recesiones, las crisis, el desempleo rampante. Hasta el terrorismo etarra, el del islamismo radical (primero en las Torres Gemelas de Nueva York, luego en los trenes de Atocha), apenas consiguieron empañar el éxito de una pretendidamente modélica Transición encabezada, al parecer, por unos pocos y gigantescos personajes políticos que decidieron acabar con la dictadura y entregar a los humanos las tablas de la Constitución Española del 78, grabada a fuego por los Padres Fundadores.
En tan mítico relato no cabían esos estudiantes y trabajadores muertos en las calles, ni los abogados ejecutados por el tardofranquismo en el despacho laboralista de Atocha. Tristes accidentes provocados por el nerviosismo de unos ultraderechistas que, en el caso de Atocha, sólo querían dar una lección a los sindicalistas de CCOO del transporte para que se dejasen de huelgas.
Pero no, nada fue tan sencillo, ni estuvo tan planificado, en aquellos días en los que aún nada estaba decidido. Había un gobierno provisional que acababa de recibir permiso para iniciar un incierto proceso de reforma política. Un runrún confuso de pronunciamientos militares en las salas de bandera de los cuarteles. Un monótono y macabro desencadenamiento de atentados y secuestros de prebostes civiles y militares del régimen. Un desfile de pistoleros de ultraderecha por las calles a cara descubierta, con impunidad de vencedores altaneros.
Esos pistoleros que una noche de enero de 1977 entraron en el despacho de abogados laboralistas y de las asociaciones vecinales, en la calle Atocha, número 55, y vaciaron sus cargadores sobre los defensores del derecho que allí se encontraban. Mataron a cinco, otros cuatro sobrevivieron. Nada estaba escrito en el filo de la navaja que aquella noche se decantó hacia la muerte.
Fue la impresionante manifestación que recorrió Madrid, organizada por los militantes del PCE y los sindicalistas de CCOO, acompañando a los coches fúnebres hacia los cementerios, la que abrió definitivamente las puertas hacia la legalización del PCE, en la Semana Santa de ese mismo año, la de los sindicatos, un mes después y la que empujó con firmeza hacia la negociación de la Constitución del 78. Nada nos fue nunca regalado. Nada está definitivamente escrito. A veces ganamos y otras muchas perdemos.
En el año 2004, el Congreso de las CCOO de Madrid se celebraba al final de un largo periodo de conflictividad social generado por la movilización en defensa del empleo, la Seguridad Social y las pensiones, que desembocó en la Huelga General del 20J de 2002, desastres como el del petrolero Prestige, El impresionante NO a la Guerra, la aparición brutal del terrorismo islamista que produjo en Madrid el mayor de los atentados que haya vivido Europa, el 11 de Marzo de 2004.
En este contexto, en ese Congreso anunciamos la creación de la Fundación Abogados de Atocha, para mantener viva la memoria y los valores de aquellos jóvenes abogados vecinales y laboralistas que luchaban por la libertad, la justicia, la democracia. Una memoria recluida hasta entonces en la visita que cada año realizábamos a los cementerios y un pequeño acto ante la puerta del despacho de la calle Atocha, 55.
Desde entonces de la Moncloa a la Zarzuela, de la Carrera de San Jerónimo a los plenos de numerosos Ayuntamientos y desde algunas Comunidades Autónomas a Universidades, han reconocido la memoria de los Abogados de Atocha como uno de los mejores baluartes y ejemplos de una juventud responsable con su tiempo y con la construcción del futuro.
El 24 de enero, volveremos a visitar los cementerios. De nuevo nos concentraremos ante el monumento al Abrazo que Juan Genovés convirtió en escultura para que Madrid tuviera, en la Plaza de Antón Martín, una invitación permanente para el recuerdo y el compromiso.
En el Auditorio Marcelino Camacho de CCOO de Madrid volveremos a entregar los Premios anuales que, desde 2005 venimos concediendo a quienes en España, o en cualquier lugar del planeta, defienden los derechos y la libertad.
Recordar a los de Atocha, mantener viva su memoria, escribir, hablar, estudiar, leer, difundir los valores que impregnaban la vida de estos jóvenes abogados son actos necesarios, la mejor de las vacunas para que las endémicas enfermedades que consumieron España no vuelvan nunca a destruir la convivencia democrática.