CCOO 2: Aprovechando los resquicios de una dictadura

En la entrega anterior dejamos a las CCOO de Madrid en sus inicios, dando sus primeros pasos, surgiendo de forma aparentemente espontánea, aunque en realidad  eran un producto del método de ensayo-error, de creación de nuevas estructuras organizativas para conseguir mejoras en unas condiciones infernales de trabajo.

Celebraban asambleas prohibidas, aprobaban reivindicaciones, elegían representantes, convocaban huelgas ilegales, se manifestaban por calles infectadas de policías uniformados y de otros, de la secreta, de la gestapo franquista, a la que llamaban brigada político-social.

Eran personas, no eran héroes, o sí lo eran, según se mire. Eran gentes que venían de todo tipo de organizaciones. Muchos del Partido Comunista (PCE), pero otros muchos de la Juventud Obrera Cristiana (JOC), las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), socialistas, anarquistas, activistas sin ideología concreta y hasta falangistas.

Lo conté en un cuento llamado El Divisionario, premiado en CCOO de Asturias, en el que describía la composición de aquella primera comisión Obrera de la mina de La Camocha. Allí había de todos los colores y pelajes. Gentes militantes procedentes de orígenes muy diversos.

No fue la dirección del Partido Comunista la que creó las CCOO, aunque su decisión de abandonar la lucha guerrillera, impulsar la reconciliación nacional, e infiltrarse en los sindicatos verticales franquistas, constituyeron elementos determinantes que hicieron posible aquella fórmula de organización.

No eran muchos en Madrid. Nadie piense que en aquellos tristes años cincuenta, decenas de miles de trabajadores y trabajadoras se organizaban en aquellas primeras comisiones obreras. Pero lo cierto es que aquel puñado de personas habían acumulado experiencia organizativa y se habían infiltrado en el sindicato vertical.

Esta situación permitió que la acumulación diera lugar a un salto cualitativo como la constitución de la Comisión de Enlaces y Jurados del Metal, allá por el año 1964. A fin de cuentas era el metal la industria más importante de Madrid, que aportaba una cuarta parte del potencial industrial madrileño.

Además, la concentración de trabajadores en industrias metalúrgicas como Standard, IVECO, Osram, CASA, Perkins, FEMSA, Marconi, o Barreiros, hacía posible la incipiente organización de comisiones de trabajadores, para hacer frente a las largas jornadas de trabajo, las horas extraordinarias, los bajos salarios, los accidentes de trabajo, o los ritmos insufribles de producción en cadena.

El régimen franquista intentaba en aquellos momentos abrir un poco la mano, romper el cerco de la autarquía, obtener cierto reconocimiento internacional. El ministro Solis Ruiz quiso convertir el sindicalismo vertical en un lugar donde empresarios y trabajadores pudieran alcanzar algunos acuerdos sin ir más allá de las rejas de la dictadura.

Así se convocaron elecciones sindicales, o se organizaron cursos sindicales en lugares como la Escuela de Formación Profesional Virgen de la Paloma. Las Comisiones Obreras pudieron así romper el cerco de la clandestinidad, la persecución y la cárcel, organizarse, elaborar programas cercanos a las reivindicaciones de los trabajadores en las empresas y hasta ganar las elecciones sindicales.

Aquellos nuevos enlaces sindicales y jurados de empresa jugaron un importante papel en el desarrollo de las negociaciones del Primer Convenio Colectivo Provincial de la Industria Siderometalúrgica de Madrid. Si en algunos lugares las Comisiones Obreras nacieron en las minas, en el caso de Madrid, nacieron en el metal.

Fue en aquel contexto de las asambleas celebradas en el Sindicato Vertical, en presencia de los dirigentes franquistas, donde los enlaces y jurados decidieron crear la mencionada Comisión de Enlaces y Jurados del Metal de Madrid. Era esa Comisión la que convocaba asambleas multitudinarias, organizaba movilizaciones, negociaba y comenzó a ganarse el nombre de Comisión Obrera del Metal.

El ir y venir de propuestas trasladadas por los representantes sindicales en asambleas en las empresas, permitió consolidar las estructuras y ratificar las decisiones de abajo hacia arriba. Eran los inicios de lo que Camacho denominaba un sindicalismo de nuevo tipo.

En los años siguientes, en las empresas de las diferentes ramas de la producción y de los servicios, existían ya comisiones obreras estables, hasta desembocar en la creación de  una Comisión Provincial Inter-ramas, a la que llamaron la Inter.

En el año 1966, las Comisiones Obreras ratifican, en unas nuevas elecciones sindicales, su influencia y su presencia en las empresas. A estas alturas tanto las empresas como el régimen franquista han entendido que se encuentran ante una poderosa fuerza sindical bien organizada, dispuesta a abrir las puertas a la libertad sindical.

Por eso comienzan los expedientes, los despidos, las detenciones, el encarcelamiento de representantes de las CCOO. Sembrar el miedo es el primer paso hacia la ilegalización de unas incipientes y exitosas Comisiones Obreras. Dejemos ese momento para el siguiente capítulo.

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