Hoy es 24 de enero. Cuando leas este artículo, si es a primera hora de la mañana, sobre las 8´30 de la mañana, unos cuantos compañeros y compañeras se encontrarán visitando las tumbas de Francisco Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira, en el cementerio de Carabanchel. Depositarán una corona de flores en cada tumba.
Poco después tomarán los coches y se encaminarán hacia el cementerio de San Isidro, el situado detrás de la Ermita de San Isidro, drente a la Pradera, sobre el Cerro de las Ánimas. El cementerio preferido por la más rancia aristocracia cortesana, los encumbrados militares, los grandes políticos, los inalcanzables artistas y la alta burguesía.
Allí, tras recorrer un camino jalonado de magníficos panteones y elegantes tumbas, depositarán un ramo de flores en la tumba de la familia Benavides Orgaz, donde se encuentra enterrado Luis Javier Benavides Orgaz, nieto del General Luis Orgaz Yoldi.
El tal General Orgaz fue un pertinaz y persistente conspirador contra la República, confinado por Azaña en Canarias, incitador de la adhesión del general Franco al golpe del 18 de julio de 1936 y responsable del triunfo del Alzamiento en Canarias, para convertirse más tarde en conspirador contra Franco a favor del eterno pretendiente, Juan de Borbón. Un nombre que ha desaparecido recientemente del callejero madrileño para ser sustituido por Fortunata y Jacinta, la famosa obra de Benito Pérez Galdós.
Los otros dos fallecidos en el Atentado de Atocha, se encuentran enterrados en sus lugares de origen. El estudiante de Derecho, Serafín Holgado, en Salamanca y el administrativo del despacho Ángel Rodríguez Leal, en Casasimarro, (Cuenca).
El atentado fue perpetrado por tres pistoleros de la ultraderecha que querían infringir un duro castigo a los despachos laboralistas que servían de cobertura, lugar de reunión y territorio liberado para organizar la defensa de los derechos laborales y sociales de trabajadoras y trabajadores, pero también de los vecinos que reivindicaban mejoras de las condiciones de vida en sus barrios y en sus pueblos.
Con cierto apremio, pasadas ya las 9´30, los congregados en San Isidro, se encaminan a la plaza de Antón Martín, donde volverán a depositar una corona en el monumento a los Abogados de Atocha, el realizado por Juan Genovés, convirtiendo en bronce su famoso cuadro El Abrazo, que había servido para encarnar la reivindicación de la Amnistía a mediados de los años 70.
El monumento se ha integrado definitivamente en el entorno de la plaza flanqueado por la Farmacia del Globo, el Teatro Monumental, sede de la Orquesta de RTVE y junto al quiosco de periódicos y la boca de Metro de la plaza.
20 años se cumplirán el 3 de junio, de aquel otro día en que, junto al pintor y escultor Juan Genovés, junto al que había sido hasta fechas recientes alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano y junto a los cuatro supervivientes del terrible atentado, inauguramos el Monumento a los de Atocha.
Fue un día de orgullo, por el reconocimiento que todo el pueblo de Madrid, encabezado por su Ayuntamiento, concedía a aquellos jóvenes alegres, responsables, defensores de la libertad y los derechos, que perdieron la vida a manos de la barbarie y la brutalidad franquista.
Pero también fue un día triste, porque en esa misma fecha se perpetró un golpe de Estado triunfante en la Comunidad de Madrid: el Tamayazo. Conviene recordar que en nuestro modelo de Estado los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas son tan Estado como el Gobierno Central.
Aquel día alguien torció la voluntad popular y convirtió un acordado gobierno del PSOE e Izquierda Unida salido de las urnas, en una oportunidad para que los perdedores recuperasen los mandos de la Comunidad. Hay quien dice que basta mirar a quién se beneficia de un crimen para dirigir las investigaciones que saquen a la luz a los culpables.
Pero en la España acostumbrada a echar tierra sobre los asuntos sucios, nunca nadie aclaró quienes organizaron, prepararon, dirigieron y pagaron el Tamayazo. Porque en España, esa es una de las cosas nunca bien resueltas ni aún por la famosa Transición.
Esa Transición, alabada por unos, denostada por otros, que dejó demasiada basura bajo las alfombras, demasiados cadáveres en la cunetas y demasiados poderes económicos del eterno pasado dispuestos a realizar todo tipo de maniobras oscuras sin pagar precio alguno. Basta comprobar cómo, a veces, cae un político corrupto enriquecido, pero nunca cae aquel que pagó la fiesta, con maletines, dinero negro, o con favores y puertas giratorias.
Así pues, inauguramos con orgullo, hace ya 20 años, que 20 años son nada, un monumento a los Abogados de Atocha, como símbolo de la voluntad de vivir en paz, en democracia y en libertad, amparados por los derechos y la justicia, mientras otros tomaban la senda de aprovechar los dineros, las leyes torticeras y amañadas, la lenta y desigual justicia, para crear tensiones, confrontación, malestares y crispaciones que han emponzoñado nuestra convivencia hasta nuestros días.
No podré asistir a los actos conmemorativos del 46 aniversario del atentado contra los de Atocha, como hacía cada año, con el breve paréntesis de las suspensiones de actos obligadas por la pandemia, porque he tomado esta extraña decisión de volver al colegio.
Hoy me parece de justicia conmemorar este 24 de enero acompañando a mis alumnas, porque casi todas son alumnas, de entre 18 y 85 años, en su esfuerzo por aprender a leer la vida, escribir sus historias para que nadie olvide sus nombres, compartir sus momentos, esquivar el olvido, reivindicarse en el mundo.
No se me ocurre mejor manera de rendir tributo, recuerdo, memoria y ejemplo a los de Atocha.