El año de Galdós

Cien años han pasado desde su muerte, no había cumplido los 77 aquel enero de 1920, cundo la muerte vino a visitarle. Han pasado cien años y el año del centenario ha adquirido tintes de drama mundial que nos ha hecho olvidar cualquier otra circunstancia que no sea el destrozo sanitario, económico, mental,  producido por la pandemia.

Es cierto que se han publicado artículos y libros, se han organizado exposiciones, paseos literarios, recorridos históricos, se han pronunciado conferencias, se han presentado documentales, realizado jornadas, el profesorado ha volcado su esfuerzo en que las alumnas y alumnos realicen trabajos sobre Benito Pérez Galdós, su época, los recorridos de un canario por Madrid.

No es poco, no ha sido poco, pero ha sabido a poco, puede que sea porque la pandemia ha hecho que esta sociedad que pasa por ser la de la información, la más informada, ha desvelado su verdadera cara, el exceso de información puede convertirse fácilmente en desinformación, en ausencia de conocimiento, en analfabetismo funcional, falta de preparación para tomar decisiones con todos los datos significativos.

Galdón merecía actos, eventos, efemérides, pero necesitaba sobre todo memoria, más que recuerdo, memoria y no quiero dejar pasar el año, por terrible que esté siendo, por duro que esté resultando, por mucho que deseemos que acabe, sin convocar la memoria de aquel constructor de nuestra historia.

Porque de eso se trata, de la construcción de historias, eso que ahora llaman el relato, Galdós constructor de relatos, labrador de la lengua desde el aprendizaje del periodismo hasta la grandiosa epopeya de los Episodios Nacionales. Paseando las calles de Madrid, pasando desapercibido por tabernas, iglesias, plazas, callejuelas, escuchando a las gentes, leyendo a los clásicos, o a cuanto llegaba de otros lugares, escribiendo incansablemente páginas y más páginas, inventando la novela española de los tiempos modernos, aprendiendo de Tolstoi, de Balzac, en diálogo con su amigo Leopoldo Alas, Clarín.

Comprometido en las ideas del regeneracionismo cercano a Giner de los Ríos, al liberalismo radical, al republicanismo y al socialsmo, por su cercanía a Pablo Iglesias, con el que compartió escaño en el parlamento y responsabilidades en la coalición de republicanos y socialistas, en difíciles momentos como los de la semana Trágica de Barcelona.

Hace muchos, muchos años, casi 50, aquella prodigiosa versión teatralizada de Misericordia, con los legendarios José Bódalo, María Fernanda D´Ocón y un impresioante reparto de actrices y actores, a los que veíamos aún en blanco y negro en la mayoría de los televisores de país, se abalanzó sobre mí con toda su carga de miseria, dolor y drama patrio. Ahí comencé a ver el auténtico drama patrio que carcome España hasta nuestros días, recreado para mí por la escritura de Galdós.

Desde entonces he pensado que cada tiempo produce sus propios creadores, aquellos que con sus palabras, con sus colores, con sus formas de estar en el escenario, desvelan la esencia profunda de nuestra existencia. Personas que escuchan, desordenan y reordenan todo cuanto nos rodea para devolvernos un mundo del que nos sentimos extrañados, al tiempo que esencia desconcertada.

Desde aquellos lejanos días he pensado que nos faltan escritores como Galdós para guardar memoria de nuestros tiempos. Como Valle-Inclán, que cumple también cien años del estreno de Luces de Bohemia, por entregas, en la revista España. La obra fundacional del esperpento nacional publicada el mismo año en que muere Galdós. Todo un paradigma de nuestra historia, Max Estrella terminó subiendo a los escenarios en 1963, en París.

Hay excelentes tesis doctorales sobre Galdós, obras suyas llevadas al cine (como olvidar su Tristana en manos de Buñuel), o a los escenarios, el Madrid de Galdós, junto al Madrid de los Austrias, o los Borbones, el de los judíos, o el del ¡No pasarán! No creo que este artículo aporte nuevos conocimientos sobre el hombre y su obra,

No quería nada de eso. Tan sólo que no pasase este año terrible, que nos ha acosado inhóspito e inclemente, sin desordenar y reordenar de otra manera las sensaciones, las ideas, al personaje. Pronunciar su nombre, Benito Pérez Galdós, contemplar la imagen de su estatua en el Retiro, pobre y arruinado, con los ojos cerrados, cansado y ciego de tanto ver, sintiendo el sol de la mañana, cubierto con una manta. Él que hubiera merecido un premio Nobel si no hubiera tenido enfrente a todo el clericalismo inclemente haciendo campaña en su contra.

Tan sólo evocar a ese hombre al que acompañaron amigos, amigas, amadas, entre las que no podía faltar Emilia Pardo Bazán, escritores, prostitutas, obreras, obreros, académicos y políticos, más de 30.000 personas. Tal vez una de las más hermosas formas en las que una persona puede salir de la vida  para entrar en la memoria de su pueblo.

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