No penséis que os hablé del Bicentenario de Carlos Marx, para dejar, tan sólo, un rastro de historia pasada, por si alguien se animaba a tirar del hilo y traer hasta nuestros días el recuerdo de un personaje que ha perdido mucha actualidad desde que el Muro de Berlín se desplomó, aplastando la iglesia construida sobre la sólida piedra de aquel hombre llamado Karl, ese nombre con el que los germanos designaban al hombre libre.
Afirmar que Marx ha perdido actualidad, ante el fracaso del marxismo-leninismo, el estalinismo, o la deriva capitalista del maoísmo, sería tanto como proclamar el fracaso de Cristo, a la vista de la deriva de su iglesia, extraviada en las guerras de religión, enredada en los tribunales de la Inquisición, la quema de brujas, las persecuciones de judíos, o señalada como cómplice necesaria en los desmanes de la colonización americana. La de los católicos en el Sur y de los protestantes en el Norte.
Por no hablar de escándalos más recientes que tienen que ver con las finanzas e inversiones vaticanas, o el protagonismo de algunos clérigos en episodios demasiado frecuentes de abusos sexuales. En fin, que prefiero pensar que la vigencia de Cristo se ventila más en Ellacuría, Casaldáliga, Vicente Ferrer, el Padre Llanos, o los obispos Gerardi, Romero, o Desmond Tutu.
Quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado, decía George Orwell. Eso intentaba el artículo, mirar desde el presente hacia nuestro pasado, para escrutar el horizonte del futuro. Porque creo que quien quiera descubrir la vigencia del marxismo, tendrá que mirar más hacia Orwell, el joven Marx, o a su yerno Paul Lafargue, casado con su hija Laura Marx.
Ya sé que algunos me diréis que el tal Lafargue no tiene el mismo peso de los grandes teóricos del marxismo y que probablemente Marx no lo tendría en muy alta consideración como teórico, ni tal vez como yerno. Y, sin embargo, a la luz del tiempo implacable, cualquiera podría reconocer que la frescura de un opúsculo de medio centenar de páginas titulado El derecho a la pereza, tiene más vigor y poder de atracción que los sesudos textos de Lenin. Al igual que los de Orwell gozan de mucho más atractivo que los de su maestro Trotsky.
Eso, además de que Marx nunca podrá agradecer suficientemente a aquel español, oriundo de Cuba y de padre francés, que cambiara su confianza en Proudhon y Bakunin, para convertirse en defensor de Marx, Blanqui, o Engels. Así debieron de pensarlo todos ellos cuando le mandaron a la boca del lobo español, sabiendo que ya un tal Fanelli había obtenido una excelente acogida para La Idea anarquista, captando para la misma a personas sensatas y muy reconocidas en la I Internacional, como Anselmo Lorenzo.
Pablo Lafargue, exiliado con su esposa y su hijo en Madrid, huyendo de la represión de la revuelta de la Comuna de París, hizo cuanto pudo y consiguió atraer a los planteamientos marxistas a otros seguidores españoles de la Internacional, como Pablo Iglesias, Francisco Mora, o José Mesa. Ahí se encuentran los orígenes de la UGT y del PSOE.
Si a esto le añadimos que aquel hombre hizo feliz a su hija y que llegó a ser el primer diputado socialista en el Parlamento francés, no creo que Don Carlos tuviera nada que reprochar a su yerno. Sobre todo sabiendo que, después de El Manifiesto Comunista, escrito por el propio Marx y su amigo Engels, el texto marxista más leído y difundido ha sido El derecho a la pereza. Como propagandista y difusor de las ideas del suegro, no tenía precio. Cuando menos, así debió de reconocerlo el bueno de Engels cuando dejó un buen pellizco de herencia a la pareja compuesta por Laura y Pablo.
Si pensamos en cómo han evolucionado las cosas desde entonces y sobre todo en los últimos tiempos, una reflexión sobre el trabajo como la que plantea Lafargue, en una versión libre y tremendamente atractiva de la doctrina de Marx, sigue apuntando al centro del debate.
Cuando los medios tecnológicos sustituyan masivamente a la mano de obra, habrá que pensar si ha llegado el tiempo de aplicar muchas de las reflexiones sobre la pereza que nos ofrece el yerno de Marx. Si nos resignamos a un futuro con empleos inestables, precarios, temporales y mal pagados. A una pobreza cada vez más general y extendida. A una brecha de desigualdad cada día más insalvable.
O, si por el contrario, ha llegado el tiempo de establecer fórmulas para un reparto justo de la riqueza, que permita comenzar la construcción de utopías de libertad como las que soñaron Platón, Bacon, Moro. Esas utopías que intentaron personajes como Vasco de Quiroga, en Michoacán, tal como nos cuenta Ernesto Cardenal en su hermoso poema Tata Vasco.
De nuevo, será el momento de elegir entre socialismo o barbarie. Que ya lo dijo un día Federico Engels, La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie…