Ferrer i Guardia, la escuela que nos robaron

Haber vivido la infancia en una dictadura, haber recorrido la juventud en transición y habitar la madurez en un periodo democrático permite tener puntos de referencia desde los cuales poder valorar lo que tuviste, lo que perdiste y lo que puedes esperar del futuro. Si además elegiste la profesión de maestro, no puedes resistirte a intentar incitar a cuantos te rodean a estudiar, investigar, reflexionar y aprender de cuanto te ha tocado en suerte, de los éxitos y fracasos vividos.

Se cumplen por estos días 111 años del asesinato de Francisco Ferrer i Guardia, digo asesinato y digo bien, porque aunque fuera condenado en un juicio, aquel juicio, militar por supuesto, fue sólo la expresión del deseo de venganza y castigo ejercidos por el poder político y económico de españolistas y catalanistas frente a la rebelión protagonizada por las clases populares, que recibió el nombre de Semana Trágica.

Clases populares, clase obrera llamada una vez más a filas, para acudir a defender los intereses de la burguesía de los Güell, los Comillas y los Romanones, propietarios de las minas marroquíes de la Compañía del Norte de Africa, que estaban siendo perjudicados en sus bolsillos por tribus bereberes que atacaban las obras del ferrocarril que debía unir las minas con Melilla.

Los ricos podían pagar y evitar la leva, los pobres, sí o sí, embarcaban en puertos como el de Barcelona, camino de una guerra cada vez más sangrienta, cada día más inútil, poco más que el último empeño imperial de una España que había perdido todas y cada una de sus colonias.

Por eso los pobres dejaron de subir a los barcos y lanzaron al agua sucia del puerto las medallitas y escapularios bendecidos que las señoritas y señoronas de la buena sociedad barcelonesa les iban entregando en la fila del sacrificio, la guerra de Melilla, que ya no es Melilla, que es un matadero donde van los españoles a morir como corderos.

Una semana sublevados hasta que liberales, conservadores y nacionalistas catalanes, que se hacían llamar Liga Regionalista, decidieron convocar al ejército para bombardear Barcelona, destrozar las precarias barricadas y detener a miles de personas. Más de dos mil juicios, centenares de condenas de destierro, cárcel, cadena perpetua y 5 condenas a muerte ejecutadas.

Cinco. Un republicano nacionalista, un republicano de los de Lerroux, un antiguo guardia civil, un discapacitado mental y Ferrer i Guardia, el conocido y reconocido pedagogo libertario fundador de la Escuela Moderna en Barcelona, unas veces exiliado, otras emigrado, pero al que pilló la Semana Trágica en Barcelona, en una visita a dos familiares enfermas.

Y allí fue apresado y qué mejor que dar un escarmiento general en la cabeza de un notorio desafecto al patriotismo, difusor de ideas de libertad, editor de libros y revistas que llamaban a la rebeldía contra la injusticia, fundador de escuelas que no se diferenciaban mucho de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos.

El rey no atendió las peticiones de clemencia de la familia y de miles de personas que en toda Europa y América Latina manifestaban su protesta y su  incomprensión con lo incomprensible. En su escuela barcelonesa había trabajado aquel Mateo Morral que en 1906 arruinó la boda real, lanzando un ramo de flores con bomba dentro, sobre la carroza de los recién casados desde un balcón de la calle Mayor. Ya por aquello detuvieron a Ferrer i Guardia, pero no pudieron acusarle de nada, ahora tampoco, pero a tiempo revuelto, venganza de malhechores.

Tampoco conservadores, liberales, ni la burguesía catalana aglutinada en la Liga Regionalista, hicieron nada por evitar la ejecución y luego votaron en el Congreso en contra de la petición de revisión del proceso y la rehabilitación de Ferrer, pese a las propuestas republicanas y socialistas.

Como en otras muchas ocasiones en la triste historia de este país, fue en Bruselas donde se erigió un monumento en memoria del pedagogo anarquista, allá por 1911, aunque los ocupantes alemanes lo retiraron en 1915 y volvió a ser repuesto en 1919, pese a las presiones del gobierno y del monarca español. De hecho, hasta 1931, con la caída de la monarquía y el advenimiento de la república, no se repuso la placa conmemorativa.

Tiene Ferrer i Guardia pocas plazas, calles, avenidas, pasajes, dedicados en las ciudades y pueblos de España. En algunas localidades obreras catalanas y en Barcelona, algún colegio lleva su nombre. Pero qué os voy a decir, casi mejor, no sea que cualquier alcaldillo indocumentado y extremadamente feliz de haberse conocido decida emprenderla a martillazos de operario municipal con las placas siguiendo las consignas de los neofranquistas triunfantes. Casi mejor ahorrarse el disgusto.

Cuando comencé a ser maestro, antes incluso de tener el título, animado a participar en el combate contra la pandemia del analfabetismo, la ignorancia, el abandono educativo en los barrios populares, como mi Villaverde de adopción. Cuando comencé, decía, la pedagogía anarquista y libertaria gozaba de magnífica salud, entreverada con pensadores humanistas y marxistas de todos los pelajes.

Admirábamos, estudiábamos y procurábamos imitar a Freinet, Paulo Freire, el Neill de Summerhill, el Steiner de las escuelas Waldorf, María Montessori, los institucionistas forjados en la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, Bertrand Russell, sin olvidar la Yásnaia Poliana de Tolstói, la sociedad desescolarizada de Ivan Illich, o la escuela de Barbiana del párroco italiano Lorenzo Milani.

Bebíamos las aguas por experiencias educativas novedosas como la escuela de Rosa Sensat, la experiencia libertaria de Paideia en Mérida encabezada por Josefa Martín Luengo, Trabenco en el Pozo del Tío Raimundo, la escuela de Orellana, el Movimiento Cooperativo de Escuela Popular con personajes venidos de Palomeras Bajas como Paco Lara, o Paco Bastida.

Son algunos nombres gloriosos de aquel intento por recuperar y emular a los maestros y maestras de la república. Ya se sabe que hubo dos colectivos no militares especialmente perseguidos por el franquismo, los ferroviarios y los maestros, los primeros porque llevaban de acá para allá los libros, los panfletos, la prensa obrera, los segundos porque contaban, difundían, enseñaban, forjaban generaciones para la libertad.

Y en todo aquel panorama brillaba con luz propia la fuerza del breve tratado La Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, su experiencia, su vida y la de sus seguidores como Sánchez Rosa, discípulo también de Fermín Salvochea, que murió fusilado por los franquistas que tomaron Sevilla en julio del 36.

Han pasado los años y lo peor de todo no es que haya más o menos calles dedicadas a aquellas gentes. Lo peor es el olvido de sus nombres y el derribo de sus ideas. Claro que hay experiencias educativas que apuestan por la libertad, pero la eficacia, la eficiencia, el cálculo de beneficios, el egoísmo, el individualismo, la competencia disfrazada de competitividad, el consumo que agota los recursos y destruye la vida en el planeta, se han convertido en valores sociales imperantes.

Si poco pudieron hacer los demócratas frente a los principios de propaganda de Goebbels, la quema de libros y el poder de la radio, que produjeron el mayor horror que haya vivido la humanidad en forma de cámaras de gas, campos de exterminio y todo un país entregado a un loco suicida, cómo hacer frente hoy a los valores del colapso y la extinción cuando las nuevas tecnologías son capaces de adelantarse a tus deseos, generar tus miedos, imponer la aceptación de sus soluciones, aún antes de que existan los problemas y hasta sin necesidad de que éstos existan realmente.

No es tarea de maestros y maestras, es tarea individual y colectiva de todas y cada una de nosotras y nosotros, de los partidos,  los sindicatos, las organizaciones ciudadanas, reivindicar nombres como el de Ferrer i Guardia y luchar para que la libertad, la igualdad, la solidaridad, se conviertan en los valores que impregnan cualquier acción de gobierno, actividad económica, o trabajo que emprenda la sociedad.

Recordar el asesinato, hace 111 años, de Francesc Ferrer i Guardia, dibujar su nombre en las paredes, aunque estas sean virtuales, para que nadie lo borre de la historia, de la nuestra, de la de todas y todos, para que ningún martillo de alcalde, con la complicidad de su teniente de alcalde y a las órdenes del neofranquismo rampante, destroce el monumento que levantamos con tanto esfuerzo en nuestra memoria.

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