Gómez de la Serna en Las Vistillas

Pocos sabrían atribuir a quién está dedicado el conjunto escultórico que se encuentra en las Vistillas. Una mujer desnuda salta sobre toda una serie de instrumentos, entre los que destaca el rostro de un personaje. El monumento se eleva en mitad de un pequeño estanque circular del que surge esta mujer de bronce.

La bella mujer salta sobre una esfera armilar, libros, plumas estilográficas que fueron empleadas para escribirlos, máscaras teatrales, una lira, una muñeca, piedras, una trompeta, arcos y flechas, un cántaro que derrama su agua en el estanque, una pipa y el rostro de un hombre al que parece estar dedicado el monumento.

Tras la estatua, a sus espaldas, se alza un pórtico, una estructura arquitectónica coronada por un tejado de pizarra. Pocos saben que hace 50 años el entonces alcalde franquista de Madrid, Arias Navarro, inauguraba este conjunto en homenaje a Ramón Gómez de la Serna, un inclasificable escritor español muerto en Buenos Aires hacía nueve años, en 1963.

Digo lo de inclasificable porque si algo caracterizaba a Gómez de la Serna es su capacidad de escribir ensayos, artículos, biografías, teatro, novela, poemas, sin adscribirse a escuela o generación literaria alguna, al tiempo que inventaba un género que recorre toda su trayectoria, las greguerías, que se convierten en breves pinceladas que, entre el humor y la sabiduría popular se ocupan de la vida y de los asuntos cotidianos.

Es difícil encuadrar a Gómez de la Serna en un estilo literario, ni en una generación, porque con todas las que compartió momento histórico, tuvo algo que ver. Ni es fácil asignarle una creencia política, porque discrepaba de unos y de otros.

Aunque saludó la República, pronto se desencantó de aquellos personajes chulescos que acapararon el protagonismo. No le gustaron tampoco aquellos fanáticos que se adueñaron de las izquierdas y de las derechas. No quiso saludar el advenimiento del nazismo antisemita, pero tampoco vio con buenos ojos los movimientos revolucionarios, que lejos de triunfar acababan ahogados en sangre y represión.

Cuando todo saltó por los aires en la España del 36, primero se alineó con sus creencias liberales, con la Alianza de los Intelectuales Antifascistas, con el Pen Club, ese grupo de escritores entregados a la defensa de la libertad, que él mismo había ayudado a fundar en España.

Sin embargo, tras huir de Madrid, e instalarse en Buenos Aires, realizó declaraciones de apoyo a los sublevados, aunque nunca volvió a España y murió décadas después en Argentina. No le gustaban los altercados y el desorden republicano, pero era consciente de que personajes como él podían acabar fácilmente ante un pelotón de fusilamiento franquista.

El joven amante de la inmensa periodista Carmen de Burgos, la conocida Colombine, el tertuliano y polemista incansable del Café del Pombo, candidato al Nobel de Literatura y admirado por personajes como Chaplin, Neruda, Borges, o Cortázar, nunca quiso volver a Madrid a rendir pleitesía al régimen franquista, como si supiera que los tiempos pasados, aquellos de la convivencia entre seres muy distintos y diversos, nunca volverían.

De aquel Gómez de la Serna del exilio quiere adueñarse el franquismo postrero y crepuscular. El que se prepara para detener a la cúpula de las CCOO ese mismo año, inaugurando el proceso 1001. El que aún tiene que fusilar a Puig Antich en 1974 y a los 5 de Hoyo de Manzanares, dos militantes de ETA y tres del FRAP el 27 de septiembre de 1975.

Aquel alcalde de Madrid que inaugura el monumento será pronto Presidente del Gobierno, cuando Carrero Blanco muera en el atentado organizado por ETA, bajo el nombre de Operación Ogro, el 20 de diciembre de 1973. Pero mientras tanto encarga al escultor Pérez Comendador, uno de esos buenos artistas que termina cayendo del lado franquista, el monumento a Don Ramón Gómez de la Serna.

Hasta tres versiones del monumento serán presentadas por el escultor, comenzando por un boceto en el que es un hombre desnudo el que va abriendo una granada que representa las famosas gregerías. En otro boceto es ya una mujer la que corre hacia adelante, como una representación de las vanguardias artísticas en las que siempre se encuadró Ramón.

En el tercero, el que terminará siendo aprobado y ejecutado, es el desnudo de mujer el que se alza sobre los objetos que pueblan el mundo del escritor, junto a un busto del mismo, al tiempo que todo queda enmarcado en una fuente y un conjunto arquitectónico.

El hervasense Pérez Comendador, es el escultor de Pedro de Valdivia, Núñez de Balboa, Hernando de Soto, o Hernán Cortés, pero también de San Pedro de Alcántara, San Francisco de Asís, o el proyecto de monumento a Pablo Iglesias en Madrid, allá por 1932.

Esta obra dedicada a Ramón Gómez de la Serna, casi una de las últimas del escultor, que contaba ya 72 años, en un jardín tan simbólico como el de las Vistillas en Madrid, nos recuerda el impulso de vida y creación de aquel hombre que nos legó greguerías como aquella que dice que una piedra arrojada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España, lo cual sigue siendo cierto hasta nuestros días.

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