El problema no es montarse en un tigre. Mal que bien puedes hacerlo. El verdadero problema es bajarse del tigre sin que te devore. El mundo ha alcanzado un ritmo vertiginoso, sometido a un desarrollo tecnológico imparable. Un consumo desaforado al que todos creemos tener derecho.
Celebramos la Cumbre del Clima en un Madrid cuyo alcalde cantaba hace escasos meses las bondades de llegar hasta el centro en coche particular. Con una presidenta de comunidad enamorada de los atascos de fin de semana, a las tres de la madrugada, a los que considera una seña de identidad de nuestra ciudad.
Los negacionistas de ayer han quedado, de repente, reducidos a los ultraderechistas que tampoco pierden la oportunidad de darse una vuelta por la COP25 para posar en los photoshop de la pasarela mediática en defensa del planeta. Pero no han dejado de pensar lo que pensaban.
Simplemente las tendencias han cambiado, porque las grandes fortunas y los poderosos han decidido traspasar la responsabilidad a la ciudadanía sobre el estado actual del planeta, al borde de la quiebra, en el horizonte de sucesos del agujero negro del colapso.
-¿Cuándo llegará el colapso?, pregunta alguien y otro alguien responde, No te preguntes cuándo, porque el colapso ya ha llegado.
Mi bienintencionado vecino ha recogido cinco litronas junto al banco del parque donde los jóvenes las dejan abandonadas. Enfundadas en una bolsa de plástico se encamina hacia el contenedor de vidrio. Me las enseña y me invita a reflexionar cómo sería el mundo si todos pusiéramos un poquito de nuestra parte. Le felicito sinceramente por su sentido de la responsabilidad social.
Lo hago sinceramente. Claro que esto va a depender, si no es demasiado tarde, de un esfuerzo colectivo y generalizado. Somos conscientes de que vivimos muy por encima de las posibilidades del planeta (unos más que otros), pero al tiempo seguimos manteniendo el espejismo infundado de un crecimiento sin fin.
Nos gusta comprar nueva ropa, nuevos cachivaches tecnológicos, nuevas aplicaciones, coches nuevos, cremas, colonias, viajar a los lugares más lejanos en largos viajes de avión, cruceros, a la luna si viene al caso y es posible. Todos tenemos derecho. Es la vida. Sólo se vive una vez. Es lo que hay, es lo que toca, es lo que yo quería. Me apetece.
Una cosa es lo que decimos, otra lo que deseamos intensamente y ambas cosas no siempre tienen que ver con lo que hacemos. Y esto no tiene visos de dejar de ser así. Esto no va a parar. Sólo que la responsabilidad ahora es nuestra.
Las grandes fundaciones benéficas del dinero sobrante están en campaña para convencernos. Si hay inundaciones, sequías, lluvias torrenciales a destiempo, o nuevos desiertos a la puerta de casa, la responsabilidad es nuestra y no de quienes han creado esta organización de la economía del despilfarro.
Aquí, sin ir más lejos, nos incitaban a comprar coches de gasoil, que era menos pernicioso que la gasolina. Hoy el gasoil es infinitamente más contaminante que la gasolina y hay que comprar coches eléctricos con baterías enormes, fabricadas a base de litio, cuyas reservas se encuentran en Bolivia (algo tendrá que ver el palo que le han dado a Evo Morales con el control del dichoso mineral) y que nadie sabe explicar cómo serán recicladas en cantidades masivas, además de la contaminación producida para su fabricación.
Los viajes en avión se multiplican. La mitad de la humanidad se embarca en un avión cada año y hora, cuando le hemos cogido el gusto, nos cuentan que no hay que tomar aviones por que contaminan mucho más que ningún otro medio de transporte. Probablemente llevaremos más botellas al contenedor de vidrio, pero lo del avión ya es otro cantar.
Capitalismo y cambio climático son consustanciales, inseparables, algo congénito. Ya Marx lo tenía claro,
-El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la Naturaleza y los seres humanos.
Hemos llegado a la era de la inteligencia artificial, justo a tiempo de legar el planeta a máquinas incapaces de sufrir los efectos letales de la contaminación, el colapso y los desastres del cambio climático. Lástima que, a lo largo de estos cortos miles de años a los que hemos terminado por llamar Historia, no hayamos aprendido nada sobre inteligencia de la Naturaleza.
Y no me refiero a esa sensibilidad, capacidad, aptitud, para interpretar, percibir, establecer clasificaciones entre los seres humanos y los seres naturales. Me refiero a aprender de la Naturaleza la capacidad de sobrevivir, adaptarse, cambiar, convivir, respetar, preservar, cuidar. La Naturaleza lleva a cuestas miles de millones de años de aprendizaje e inteligencia y nosotros tan sólo unos pocos miles de años intentando desaprender de ella.
Para ganar la batalla contra el colapso, si aún es posible, la política, sobre todo la económica, debe comenzar a tomar en cuenta la interacción con los principios éticos,
-Las cualidades morales pueden convertirse en arma política.
Tampoco es mío. Es de Todorov. Y esto sí es lo que toca.