Su primo Nicolás ha escrito un hermoso obituario que ha titulado Jaime Sartorius, un abogado en lucha por la libertad y la democracia. Eso fue Jaime, uno de aquellos jóvenes fraguados en las postrimerías del franquismo, muchos de ellos venidos de buenas familias, familias nobles, familias ricas, de aquellas de alto y rancio abolengo, que decidieron estudiar carreras que les permitieran vincularse a la defensa de los derechos, la conquista de la libertad, el largo camino hacia la democracia.
Eligió Jaime ser abogado. Pudo haberlo sido en cualquiera de las muchas especialidades que terminan proporcionando dinero, poder, reconocimientos incontables. Pero no, Jaime eligió aquellos incipientes despachos laboralistas que comenzaron a nacer como setas para defender a los trabajadores, a la ciudadanía de los barrios y pueblos periféricos, a los dirigentes y militantes políticos atrapados en las garras de los tribunales de orden público y los de justicia militar.
En más de cien casos ante los tribunales políticos franquista, tuvo que participar Jaime. Y es que su vida es el mejor ejemplo para demostrar que no sólo son necesarias aquellas personas a quienes consideramos conocidas, que salen en las fotos, dan la cara y enuncian las grandes propuestas, sino que tan importantes como ellas son aquellas que facilitan los lugares de encuentro, defienden, animan, elaboran, suman.
En su despacho se produjeron discretas reuniones que abrieron las puertas a los acuerdos que hicieron posible el amanecer de la democracia en nuestro país. De alguna manera aquel despacho simbolizaba ese esfuerzo por hacer que los sólidos principios democráticos, la defensa de la libertad, el ejercicio del derecho, encuentren su camino en el diálogo, la negociación, el acuerdo.
Por convicción, Jaime nunca se negó a participar en lugar alguno donde fuera invitado para aportar su opinión, su punto de vista, sus ideas. Nunca dejó de defender a quien lo necesitaba. A la cúpula de las CCOO detenida en el convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón, en junio de 1972 y encausada en el Proceso 1001, coordinando a los defensores y buscando apoyos nacionales e internacionales. En la acusación particular de los abogados asesinados en el despacho laboralista de la calle de Atocha aquel 24 de enero de 1977.
Militaba Jaime en el PCE, en aquella etapa en la que el eurocomunismo se enfrentaba a una de las pruebas que determinarían su futuro. La expulsión de Roberto Lertxundi, tras su intento de fusionar el Partido Comunista de Euskadi con Euskadiko Ezkerra, desencadenó la crisis que condujo a la expulsión de los concejales renovadores que participaban en el gobierno de Madrid, entre los que se encontraban Eduardo Mangada, Cristina Almeida, o Isabel Vilallonga.
Pero también fueron separados otros importantes miembros del Comité Central, como Pilar Bravo, Manuel Azcárate, Pilar Arroyo, Carlos Alonso Zaldívar y Jaime Sartorius, por apoyar la iniciativa de Lertxundi. Aquel momento daría al traste con las expectativas electorales del PCE y en las elecciones del año siguiente el desplome fue brutal y cayó de 23 a 4 diputados.
No se rindió ante estas circunstancias Jaime y siguió trabajando como abogado, para defender la existencia de una fuerza política a la izquierda del PSOE, que terminó conduciendo a la creación de Izquierda Unida. Hay quienes le trataron en aquella época y algún día nos contarán mucho mejor que yo el papel que jugó Jaime en la pervivencia de una fuerza política a la izquierda del PSOE.
Jaime formaba parte por derecho propio de esa voluntad serena de trabajar con decencia, de vivir con dignidad, de organizarse para conseguirlo. Yo coincidí con él en el patronato de la Fundación Abogados de Atocha. Ni una sola palabra desabrida, extemporánea, lanzada al aire sin ton ni son, sin haber sido medida, pesada y aprobada.
Aquella Fundación que propuse promover al Congreso de las CCOO de Madrid allá por 1984, pocos meses después de los terribles atentados del 11-M, como una apuesta por el derecho, la libertad y la convivencia democrática, no hubiera seguido adelante sin el buen criterio aportado por personas como Jaime.
No quiero nombrar aquí a ninguno, a ninguna, más allá del ya mencionado Nicolás, porque son muchas las personas que transitaron la senda casi nunca fácil de Jaime Sartorius. No me resisto, sin embargo, a mencionar junto a Jaime al incansable y su ya nonagenario amigo Antonio Montesinos. Sería injusto mencionar a otras personas, porque hoy Jaime es todos ellos.
Jaime es ese imponente personaje que tan bien ha reflejado El Roto en su viñeta. Un prócer, un senador, un sabio filósofo de la antigüedad con el rostro de Jaime que nos dice:
-¡No desesperéis, las transiciones llevan su tiempo!
Una viñeta en memoria de Jaime Sartorius. Una viñeta que nos recuerda que nada se consigue para siempre y que los derechos se defienden cada día. No dejaremos de recordar y aprender de su ejemplo, porque la memoria inútil, en una vitrina, sirve de poco a la vida y no es lo que Jaime hubiera querido.