Joaquín Navarro y Luis Menéndez, unidos en la lucha

Con pocas horas de distancia, qué es un día más, un día menos, entre las decenas de miles años de nuestra especie sobre la Tierra, en los miles de millones de años de la vida en el planeta. Con pocas horas de diferencia, se nos han ido Luis Menéndez de Luarca y Joaquín Navarro. El primero en Asturias, el segundo en Valencia.

El hilo que unía a ambos pasa por el despacho de abogados laboralistas y vecinales de la calle Atocha, número 55 y por una noche de invierno del 24 de enero de 1977. Joaquín era un sindicalista de las ilegales CCOO en el transporte y había protagonizado una huelga que estaba a punto de torcer el brazo de una de las patronales más duras del sindicalismo vertical franquista, la del transporte. Patronos de esos que no dudan en poner la pistola sobre la mesa antes de comenzar a negociar.

En aquel despacho de Atocha se organizaban los trabajadores. Luis es uno de aquellos abogados que defienden a los trabajadores organizados en las CCOO en las fábricas y a los vecinos en los barrios. Algunas noches se reúnen y ponen en común sus experiencias combatiendo las estafas inmobiliarias, los despidos, las sanciones, los abusos en los alquileres, solucionan los problemas en las comunidades de vecinos. Hablan de los inexistentes servicios públicos, comentan las lentas y fatigosas sesiones en los juzgados.

Ya es de noche cuando Joaquín baja a la calle tras una asamblea y se mete en el Brasilia a tomar una cerveza. Los abogados de barrio han intercambiado su despacho, también situado en la calle Atocha, con los laboralistas de Manuela Carmena que tienen su despacho en Atocha 55. Luis llega tarde, se retrasa en el viaje, no conoce muy bien este despacho,

-No encontré el interruptor de la luz, por lo que decidí subir a oscuras. Al llegar al descansillo creí oír un gemido. Llamé al piso y me respondieron que quién era, que me identificara. Di mi nombre y pregunté entonces por mi amigo Luis Javier Benavides. Me abrieron la puerta, creo que fue Alejandro Ruiz-Huerta, con dificultad, arrastrándose, con la cara llena de sangre.

En Atocha 55, en ese intervalo entre la salida de Joaquín y la llegada de Luis, unos pistoleros de extrema derecha habían descargado sus armas contra las nueve personas que se encontraban reunidas. Cinco de ellas terminaron falleciendo. Sus nombres: Luis Javier Benavides Orgaz, Enrique Valdelvira Hernández, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Angel Rodríguez Leal.

Gravemente heridos quedaron Miguel Sarabia Gil, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, Luis Ramos Pardo y Dolores González Ruiz. Lola, esposa de Francisco Javier Sauquillo y, que había sido, años antes, novia de Enrique Ruano, el estudiante detenido, torturado y custodiado por la Brigada Político Social que “cae” desde una ventana, en 1969, durante el registro de una vivienda.

Aquellos dos hombres, Joaquín y Luis, han vivido casi 45 años separados, pero marcados por el atentado terrorista de la ultraderecha española, contra los de Atocha. El primero, el sevillano de Coria del Río, Joaquín Navarro, partió al extranjero, volvió más tarde a España y terminó viviendo en Puçol, al Norte de Valencia, cerca del mar.

El segundo, Luis, el “estudiante carlista en la Universidad de Uvieu/Oviedo en los años 50, abogado comunista en el Madrid de los 70, siempre revolucionario y antifascista”, según afirma un tuit de despedida de una organización de la órbita carlista, acabó regresando a Asturias, ocupándose de la Oficina Municipal de Información al Consumidor (OMIC) de Oviedo, donde se jubiló hace ya más de veinte años.

Dos hombres cuyas vidas casi se cruzaron en las escaleras de Atocha, 55 y que vuelven a cruzarse en el momento de su muerte. De nuevo esas casualidades que no existen a las que se refería nuestro querido Indio Juan, el del Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta, junto a Olga Manzano y Manuel Picón, el de la Cantata de Santa María de Iquique, junto a Quilapayún.

Aquellos y aquellas jóvenes sindicalistas, abogados, estudiantes, escritores, artistas, cantautores, de la Transición española, nunca pensaron en ser héroes. Los que murieron en Atocha casi fueron olvidados durante décadas en las que sólo unos pocos sindicalistas de las CCOO acudían a los cementerios a depositar flores y luego, en compañía de dirigentes del PCE, depositaban coronas en la puerta del edificio donde se encontraba el despacho de Atocha, donde Miguel Sarabia dirigía unas palabras a los asistentes.

No merecían el olvido, no quisieron ser héroes. Eran jóvenes que amaban la vida y que luchaban por vivirla en libertad hasta que esa vida les fue arrancada. Sus ideas eran muy distintas, pero en aquellos despachos convivían comunistas y cristianos, socialistas y trostkistas, junto a maoístas, demócratas cristianos, marxistas-leninistas y hasta algún carlista. Quienes sobrevivieron no lo han tenido fácil para reconstruir sus vidas desde el inmenso dolor de la pérdida.

Me consta que, cuando decidimos crear una fundación llamada Abogados de Atocha para mantener viva su memoria y para defender los derechos depositamos sobre los supervivientes y sobre sus familias una carga que sólo es soportable por el inmenso afecto que su memoria despierta entre la clase trabajadora, entre la abogacía española y entre toda la población, casi sin excepciones. Dentro y fuera de nuestro país.

Joaquín y Luis han vivido todos estos años con la tremenda sensación de que por unos minutos, antes o después, salvaron sus vidas, pero las dejaron marcadas para siempre. Cayo Lara me recuerda que Joaquín Navarro le contó en dos ocasiones que muchas veces hubiera deseado que quienes le buscaban le hubieran encontrado, si con ello se hubiera evitado el asesinato de los demás camaradas en el despacho de Atocha.

Lo peor que podemos hacer es considerar a los de Atocha como héroes inalcanzables en los que podemos descargar nuestra incapacidad para que el mundo mejore. Muy al contrario, los de Atocha, son ejemplo que podemos seguir, espejo en el que podemos mirarnos cada día. Luis Menéndez lo dice de forma muy clara y expresiva en un artículo escrito para el Foro de la Memoria,

-Uno pasea ante las tumbas de Luis Javier, de Javi Sauquillo y de los demás compañeros y siente una losa de amargura, de silencio espeso, compara la lucha de ellos y la realidad actual. Le cuesta plantearse cosas, pero la conclusión a la que llega es clara: Seguir. Seguir luchando contra todo mandarinismo y con los que sufren y luchan. Seguir luchando, en la insistencia de cada día, contra toda injusticia, en los problemas concretos del aquí y ahora y en los planteamientos generales. Y por tanto esta aportación a la memoria comienza a recordar para que no se estanque la lucha.

Joaquín Navarro y Luis Menéndez, vivieron y han muerto unidos en la lucha.

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