Las identidades de Carlos Marx

Hay a quienes les gusta clasificar a las personas en función de su color, su religión, su sexo, su opción sexual, su ideología, su voto declarado, su voto intuido. Todo parece así más sencillo. Se adscribe una identidad y, a partir de ahí, ya no hay más que hablar. Sin embargo, creo que ese reduccionismo termina siendo una barrera de incomunicación, bebedero de tópicos y  recurso empobrecedor, a la par que simplista.

Cuanto más rica es una personalidad, más se producen intersecciones  de identidades. Ya lo decía Luis Eduardo Aute, citando a San Agustín, yo soy al menos dos y estoy en cada uno de los dos por completo. Pongamos el ejemplo de Karl Marx. Pudiera parecernos que el personaje se agota en la filosofía, en su visión de la economía, las clases sociales, sus predicciones históricas, fallidas, o acertadas.

Sin embargo, hay una lectura ecologista de Marx, otra educativa. Se puede mirar a Marx desde la poesía, o tomar en cuenta sus interpretaciones del nacionalismo, su opinión sobre la religión (no tan opiácea como la que se nos ha contado), su relación con las mujeres. Su opinión sobre la posesión de la tierra, sus cálculos matemáticos, el papel de los medios de comunicación, el modelo de ciudad, o detenernos en su activismo político incansable.

Ya he dedicado algunos artículos a reflexionar sobre su visión del trabajo humano, o sus reservas ante las opiniones sobre el derecho a la pereza sostenidas por su yerno. Unas reservas que tenían más que ver con el choque de una cultura alemana con otra hispanocubana y que menospreciaban el tremendo esfuerzo que Pablo Lafargue (el yerno en cuestión) desplegó a lo largo de su vida para difundir por España y Francia, las ideas de su suegro y, sobre todo, el amor que dispensó a su hija Laura.

En el año que se ha cumplido y nos ha dejado desamparados ante un horizonte cada vez más extraño de días y meses plagados de inseguridades, desasosiegos, e incertidumbres, conmemorábamos el nacimiento de Marx hace 200 años. Uno de los hombres cuyas ideas han influido más en los procesos históricos que se han desencadenado a lo largo del último siglo y medio.

El acontecimiento me ha dado la oportunidad de compartir páginas heterodoxas, cuando no abiertamente heréticas, respetuosas, o irreverentes, sobre el pensamiento y las diferentes lecturas a las que se presta Carlos Marx, en un libro al que titulamos Dígaselo con Marx. Un puñado de mujeres y hombres que se ha prestado a dar su versión de las identidades que habitaban en el Moro (que así le llamaban en la estrecha contorna de familiares y amigos).

Quiso Marx conocer el mundo y su funcionamiento para, inmediatamente, ponerse a la tarea de transformarlo. Nunca un filósofo se había volcado con tanto empeño en esa labor y muy pocos dedicaron su vida a sentar las bases para gobernar las transformaciones que se aceleraban en el tiempo.

Sin la figura de Marx y de su amigo Engels, sin sus mujeres, sus hijas, sus yernos, sería muy difícil interpretar nuestro tiempo. No sólo el pasado, sino sobre todo el presente. No podríamos entender la existencia de sindicatos, partidos de origen obrero, procesos revolucionarios y reaccionarios que conmocionaron y que siguen preocupando en el mundo.

Sin ellos no se explican los avances sociales, el Estado del Bienestar, los sistemas sanitarios, educativos y de servicios sociales. Las potencias imperialistas coloniales, las catastróficas consecuencias de la descolonización, las concentraciones de capital y las grandes guerras, desigualdades, hambrunas. La concentración de capitales y el hecho de que, pese al aumento general de la riqueza, los ricos sean cada vez más ricos y los pobres seamos más desiguales cada día.

Sin los marxistas no se explican los anarquistas, el socialismo, ni la teología de la liberación. El urbanismo pensado para la clase trabajadora, nacido en lugares como Berlín o Viena, antes de la llegada del fascismo, le debe mucho a Marx. El feminismo se universalizó cuando las mujeres trabajadoras entraron en acción y reclamaron igualdad laboral y derechos sociales, además del derecho al sufragio.

Es cierto que la prusiana ciudad de Tréveris ha celebrado activamente el nacimiento de su ciudadano más ilustre, pero no he visto gran entusiasmo en otros países, ni en la propia Alemania. Se ha presentado alguna atractiva película como El joven Karl Marx. En cuanto a España, algún Congreso Universitario, como el de la Complutense de Madrid y algunas publicaciones como el libro mencionado.

Son tantas las citas, acontecimientos, noticias, escándalos rosas, azules, de corrupción económica, que todo tipo de eventos conmemorativos terminan resultando flor de un día. Esa es una de las claves del sometimiento y la esclavitud a la que nos condena la modernidad. Todo es efímera efemérides.

No creo que todo sea elogiable en Marx. Para mi gusto, entró tan de lleno en la economía, el análisis de las clases sociales y acumuló tantos esfuerzos para luchar por la igualdad, que olvidó la capacidad corruptora del poder y terminó dejando la puerta entreabierta a lo que él creyó sería dictadura del proletariado y terminó siendo dictadura sobre el proletariado. De nada sirvió luego explicar que la dictadura del proletariado no era estalinismo, ni maoismo, ni polpotismo.

Pero de ahí a obviar que una parte muy importante de nuestro pensamiento, de nuestra capacidad para estudiar, analizar, juzgar, sentenciar y corregir las lacras de nuestro tiempo siguen necesitando de Carlos Marx y su gente, me parece un error de bulto.

Un error que nos permite pensar que inventamos el mundo cada vez que estallamos, nos organizamos, reivindicamos y conseguimos cambiar algo, en lugar se sentirnos parte de una corriente que a veces se transforma en marea, tempestad, o aguacero que ha recorrido y sigue recorriendo la historia humana desde tiempos inmemoriales. La corriente de la libertad, la justicia y la solidaridad, frente a la barbarie.

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