Hace menos de un año me encontraba en Lisboa. Subiendo desde la Baixa hacia Alfama alcanzas la catedral y si continúas por la calle Augusto Rosa pronto encuentras a la izquierda, en el número 21, el Museu do Aljube Resistência e Liberdade. Era buen día para adentrarse en sus salas y recorrer sus plantas.
Una antigua cárcel de la policía política de la dictadura del Estado Nuevo, que gobernó Portugal durante casi 50 años, convertida en Museo dedicado a cuantos combatieron y resistieron, en Portugal y en sus colonias, hasta conseguir la libertad aquel 25 de abril de 1974.
Se cumplen ahora 50 años desde aquel día 25 de abril, a las 0:22, en que la canción Grândola, Vila Morena, la canción prohibida del cantautor José Afonso, conocido como Zeca Afonso, retransmitida a través de Rádio Renascença, abrió las puertas a la revolución desencadenada por algunos mandos militares.
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade.
Aquel golpe organizado por el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), terminó siendo conocido como Revolución de los claveles, cuando algunas mujeres decidieron colocar flores en las bocanas de los fusiles que ocupaban las calles de Lisboa.
Como otras tantas revoluciones, la del 25 de abril, nació improvisada en muchos cuarteles, como lo habían sido algunas anteriores, como la Caldas, un mes y medio antes. Otelo Saraiva de Carvalho, desde su puesto de mando en el cuartel lisboeta de Pontón, no las podía tener todas consigo.
Pero, al final, resultó que salió adelante. Los cuarteles de las ciudades más importantes, como Oporto, Braga, Faro, o Viana de Castelo se sumaron al golpe. De forma pacífica se fueron ocupando instalaciones del gobierno, aeropuertos, estaciones, puertos navales, el centro de las ciudades.
Las gentes se echaron a las calles. La resistencia de la dictadura de Marcelo Caetano, sobre todo a través de la policía política, la PIDE, produjo algunas muertes, pero el movimiento era imparable y el dictador terminó rindiéndose y partiendo al exilio con todo su gobierno.
Los presos políticos, recluidos en la prisión de Caxias, cercana a Lisboa, fueron liberados, los políticos en el exilio, retornaron al país. Se convocaron elecciones constituyentes en 1975 y, al año siguiente, 1976, elecciones parlamentarias. Pese a los avatares, tensiones y turbulencias del periodo inmediatamente posterior a la revolución, Portugal inició el camino para convertirse en una democracia equiparable a las democracias europeas.
Los desencadenantes de la revolución fueron los militares, condenados a problemas similares a los que siempre atenazaron a los militares españoles. Entre ellos el problema imperial y colonial que obligaba al sometimiento de extensas colonias como Angola y Mozambique.
La guerra obligaba a que los jóvenes portugueses fueran reclutados para combatir en escenarios duros y degradados, mientras que los estamentos militares se veían sometidos a las tensiones derivadas de las operaciones bélicas y un desordenado proceso de ascensos decretado por la decadente dictadura. Las tensiones sociales se sumaban, por lo tanto, al conflicto militar y se convirtieron en un malestar compartido por casi toda la sociedad.
En España, nuestro dictador creía tenerlo todo atado y bien atado, cada cosa en su sitio, el ejército en los cuarteles, el OPUS en el gobierno, el heredero cumpliendo sus protocolos. El anarquista Puig Antich había sido ejecutado el 2 de marzo, mes y medio antes. El régimen franquista estaba dispuesto a morir matando, como lo haría de nuevo el 27 de septiembre de 1975, fusilando a tres miembros del FRAP y dos de ETA.
Los jóvenes, los que en aquellos días éramos jóvenes, veníamos de la decepción tremenda de ver caer el socialismo democrático en Chile, a manos de un fantoche que ordenó la muerte de Allende, siguiendo los designios de aquel infausto premio Nobel de la Paz, llamado Kissinger y su cuadrilla de secuaces en la administración estadounidense.
En este territorio de lecheras policiales que patrullaban los barrios, grises a caballo persiguiendo a estudiantes en las universidades, o corriendo tras los obreros en las calles, escuchar que un grupo de militares derrocaba una dictadura y abría las puertas a la democracia, nos hizo recuperar la esperanza de que no todo estaba perdido para siempre.
Se cumplen 50 años desde aquel día en que nuestros deseos de libertad se vieron renovados y fortalecidos. Aquel 25 de abril nosotros supimos que la libertad que anhelábamos era sólo cuestión de tiempo. Los aliados de la dictadura entendieron que no había vuelta atrás.
Portugal y España recorrimos desde entonces caminos diferentes. Medio siglo después ellos tienen un Museo dedicado a la Resistencia y la Libertad, nosotros no. Tenemos por delante un largo camino que recorrer para que la memoria de aquellos días nos permita recuperar el ejemplo de cuantos resistieron y desearon ver abiertas las grandes alamedas por donde pasen las gentes libres para construir una sociedad mejor.