20 de enero de 1969, hace 53 años, un estudiante cae desde la ventana de una séptima planta de un edificio de viviendas cuando está detenido por la policía que está registrando el piso. El joven estudiante se llama Enrique Ruano. Cristina Almeida manda una foto de Enrique acompañado de su novia, una jovencita que se llama Lola González Ruiz.
Tenía Enrique 21 años y estudiaba Derecho en la Universidad Complutense. Lola pierde al hombre al que ama en este brutal golpe perpetrado por la Brigada Político-Social franquista (BPS). La policía política secreta, la que perseguía, detenía y torturaba a los militantes políticos, a los estudiantes rebeldes y los sindicalistas de las Comisiones Obreras.
Aquella BPS que aprendió sus métodos de la Gestapo de Himmler y de la que formaban parte Roberto Conesa, Melitón Manzanas, o González Pacheco, el conocido Billy el Niño. Aquellos que torturaban en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, o en Vía Layetana en Barcelona.
Cada rincón de España guarda memoria de su central de tortura, donde acababan los desafectos al Régimen, comunistas, anarquistas, socialistas, sindicalistas, sin que faltaran cristianos de base y algún que otro carlista, o falangista antifranquista. Así estaban las cosas. Así mataron a Enrique.
Reenvío la foto de Lola y de Enrique a varios amigos y amigas, a unos pocos contactos en algunas redes sociales, para recordar el asesinato de Enrique Ruano (tendría hoy 74 años, si no me equivoco) cuando recibo el mensaje de un amigo, Javier Fernández, primer secretario de CCOO en Castilla-León, leonés, como Lola González Ruiz. Me envía la misma foto, pero con todos los protagonistas de la misma, en la que, junto a Lola y Enrique, se encuentra Francisco Javier Sauquillo.
Ocho años después del asesinato de Enrique, Lola era ya abogada, había rehecho su vida, se había casado con otro abogado llamado Francisco Javier Sauquillo, los dos habían militado en el Frente de Liberación Popular junto a Enrique Ruano. Ahora militaban en el Partido Comunista. Ambos trabajaban en el frente de barrios, como abogados vecinales.
Aquel fatídico 24 de enero de 1977 los abogados de barrios, entre ellos Lola y Javier, habían intercambiado su lugar de reunión con los abogados laboralistas. Por necesidades de las salas disponibles, los laboralistas se dirigieron al despacho situado unos números más abajo, en la misma calle de Atocha, mientras que los abogados vecinales se reunían en las proximidades de Antón Martín, en el número 55, en el despacho que dirigía Manuela Carmena.
Madrid había vivido una impresionante huelga del transporte de viajeros y tres ultraderechistas del sindicato vertical se dirigieron al despacho laboralista en busca de uno de los líderes de aquella huelga, Joaquín Navarro. El destino quiso que Joaquín se hubiera ido ya del despacho, mientras que otro de los convocados a la reunión no había llegado aún porque se había entretenido más de la cuenta en una reunión en el barrio, el asturiano Luis Menéndez de Luarca. Ambos han muerto, con escasas horas de diferencia, en diciembre pasado.
Los tres terroristas de ultraderecha irrumpieron en el despacho, juntaron a todos los presentes en una sala y dispararon sobre ellos. El atentado de Atocha produjo cinco muertos Enrique Valdelvira, Ángel Rodríguez Leal, Luis Javier Benavides Orgaz, Serafín Holgado y Francisco Javier Sauquillo.
Otros cuatro quedaron heridos, sometidos a una larga recuperación física, irreparablemente golpeados por un dolor y una muerte que les acompañó el resto de sus vidas. No gentes tristes, no gentes serias, nunca grises, siempre venciéndose a sí mismos, como haciendo bueno aquello de que no es valiente quien no tiene miedo, sino quien aprende a superarlo.
Lola González Ruiz, Miguel Sarabia, Luis Ramos, Alejandro Ruiz-Huerta, hoy Presidente de la Fundación Abogados de Atocha, fueron los cuatro sobrevivientes del atentado. Dos veces perdió Lola a los jóvenes a los que había elegido para compartir su vida.
Basta mirar aquella foto para entender la poderosa atracción que siguen ejerciendo aquellos jóvenes abogados, enamorados de la vida, luchadores por la libertad, aprendices de la justicia, defensores de otros jóvenes sindicalistas, de militantes políticos y vecinales perseguidos por la policía, encausados por los Tribunales de Orden Público.
Basta mirar la foto de esos tres jóvenes, los tres por debajo de los 22 años, para entender el compromiso de aquella juventud con los valores de la libertad, la democracia y el derecho como única arma para combatir la injusticia.
Ahora, cuando se habla de los errores de la Transición, del Régimen del 78, o de la pérdida de valores de nuestra juventud, pienso en Lola, en sus dos amores arrebatados por la violencia, en las heridas internas que le impedían, algunos 24 de enero, asistir a los cementerios, al monumento de Antón Martín, al Auditorio Marcelino Camacho.
Lola murió un 27 de enero de hace siete años. Lola, Enrique, Javier, los de Atocha, siguen siendo modelo, ejemplo y valor seguro para nuestros jóvenes presentes y futuros. Como tales deberían ser recordados, reconocidos y enseñados en los centros educativos y en las universidades de toda España.