Construir el relato. Esa ha sido la palabra mágica durante todo este largo proceso electoral que hemos vivido. Pareciera que iba a ganar las elecciones y gobernar el país quien mejor relato fuera capaz de contar al público en general y a su electorado indeciso en particular, con la ayuda de publicistas, consultores, asesores y demás personajes de la farándula del márketing.
Pero no. No me refiero a ese tipo de relato. Me refiero a los relatos que construyen, edifican, sacan del olvido, imaginan, unos cuantos seres, hombres y mujeres de todas las edades, en la soledad acompañada de una habitación, una mesa de bar, una biblioteca, o en el banco de un parque.
Me refiero a ese puñado de jóvenes menores de 35 años, cerca de cien, que han concurrido al Premio Internacional de Relato Joven de los Abogados de Atocha 2020. Los premios siempre tienen algo de capricho del destino. Hay buenos relatos que se caen en cualquiera de las votaciones del jurado y otros buenos relatos que van superando votaciones hasta que al final alguno de ellos se alza con el triunfo.
Así ha ocurrido una vez más con los tres relatos premiados este año. Los tres hablan de nosotras, de nosotros, de nuestras vidas, de nuestros sueños. El relato ganador, Días de Otoño, nos mete en un piso de esos que llaman pre-residenciales, donde mujeres mayores cuadran y organizan su solidaridad para evitar el desastre.
El segundo, Hojas de Alquitrán, se adentra en las selvas donde los hombres grises del dinero van talando árbol tras árbol hasta que les alcanzan las bestias de su propio tiempo desencadenado. El tercero, Quiero llegar a casa, refleja el miedo de tantas mujeres a sufrir la violencia, la violación, la muerte, al regresar a casa en una solitaria noche.
En los tiempos que corren puede parecer que los jóvenes sólo quieren pasarla frente a una consola, deglutiendo series televisivas, con el móvil en ristre traficando con vídeos, haciéndose fotos y colgándolas en las redes. Y, sin embargo, es sólo un estereotipo. Una gran mentira que nos cuentan muchos opinadores y tertulianos, asiduos pobladores de los mentideros mediáticos, hasta que llegamos a creerlo.
Nuestros jóvenes tienen relato, porque tienen ojos para ver, corazón para amar e indignarse, cabeza para pensar y estómago para empatizar con el hambre que ningún algoritmo es capaz de saciar. Tienen relato porque quieren contarlo y formar parte de la realidad y de las decisiones que les afectan.
Esos jóvenes que quieren, pueden y saben contar, construyen sus relatos. Son muy distintos, sus formas de ver son plurales, el color de sus historias es a veces gris, en blanco y negro, o un desparramo de colores. No basta leer uno de ellos, porque sólo el collage, la composición desordenada de visiones y colores, el crisol de los relatos, puede conducirnos a una primera impresión de lo que siente, quiere, piensa, nuestra juventud.
Al crear la Fundación Abogados de Atocha no quisimos construir una pirámide, un mausoleo, ni tan siquiera una esfinge. Quisimos que la memoria de los de Atocha viviera en las calles, en los parques, en los centros culturales, en las plazas. La impresionante estatua de Juan Genovés en la plaza de Antón Martín es una oportunidad permanente para el recuerdo y para el abrazo.
Quisimos mantener viva la memoria promoviendo, publicando, difundiendo estudios e investigaciones, colaborando con las instituciones de la abogacía española, premiando anualmente a personas y organizaciones que lucharon, que siguen luchando, en cualquier parte del mundo, por la justicia, la libertad, los derechos. Este año a Luiz Inácio Lula da Silva y a la Abogacía Democrática Española, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de su IV Congreso anual en León en 1970.
La convocatoria anual del Premio Internacional de Relato Joven es un intento más de que la memoria de los Abogados de Atocha se convierta en ejemplo para las generaciones jóvenes que no vivieron la dictadura, ni aquellos terribles atentados del 24 de enero de 1977.
Quisimos que el ejemplo de los jóvenes de Atocha no fuera patrimonio de nadie, porque lo es de toda la sociedad española. También hoy existen derechos vulnerados, secuestrados, despreciados. El ejemplo de los de Atocha no consiste en repetir la historia, sino en aprender de ella, interpretarla, tomar ejemplo de los mejores y defender la libertad y los derechos.
Enhorabuena a las premiadas y premiados, gracias a quienes han participado enviando sus narraciones, aportando sus visiones, relatos, crónicas, cuentos. Porque en esas visiones se encuentra la semilla de cuanto deberemos ser, de cuanto error no debemos permitir que sea y de los horrores que debemos impedir que se repitan.