He revisado un buen número de artículos que publiqué antes del inicio de la crisis económica, en 2008. La mayoría de ellos en este medio de comunicación que siempre ha acogido la pluralidad de las ideas que trasiegan por este Madrid del día a día.
En ellos he vuelto a recordar momentos como aquel duro 11-M, en el que los Heraldos Negros enviados por la muerte se empozaron en nuestras vidas. Momentos encadenados hasta alcanzar los deseos que nos animaban cuando iba a dar comienzo 2008, el año en el que estalló la tormenta de Lehman Brothers que nadie pensó que alcanzaría nuestras costas con la misma intensidad cruel de las plagas de Egipto.
Hasta aquellos días habíamos sufrido el atentado terrorista más brutal que haya vivido Europa. Los golpes del terror de ETA que se encelaron en Madrid más que en ningún otro lugar de España. Los atentados de la T-4 demostraron que el final de la banda terrorista estaba cerca, porque el horror no podía convertirse en costumbre, seña de identidad, necrofilia, culto a la muerte. El nacionalismo no podía pagar tamaño precio, ni competir con los yihadistas en tasas de horror.
Habíamos vivido un golpe de Estado regionalizado y triunfante, al que dieron en llamar Tamayazo, que supuso el pistoletazo de salida del todo vale, por toda España, en el funcionamiento del consorcio político-empresarial que se apoderó de los destinos de Madrid.
Por aquellos artículos se abrían camino los dos jóvenes ecuatorianos asesinados en Barajas, los trabajadores y trabajadoras de Telemadrid, del hospital Severo Ochoa de Leganés, las muertes en accidentes laborales, los desequilibrios entre el Norte y el Sur de la Comunidad, de la propia capital, los Abogados de Atocha, el 1º de Mayo, los problemas de la vivienda y el empleo, la seguridad ciudadana, la incipiente y recién creada Ley de Atención a la Dependencia.
Una constante, la necesidad de diálogo, la reivindicación de la cultura de diálogo social. Diálogo entre partidos y de estos con la sociedad. A nivel nacional, a nivel regional, o local. A fin de cuentas la famosa Transición española fue un pacto político que tras la huelga general del 14-D de 1988, se convirtió también en pacto social.
El conflicto es inevitable. La movilización democrática forma parte del conflicto. El diálogo, la negociación, el acuerdo son la otra cara de esa misma moneda. El gobierno de Esperanza Aguirre comenzaba por aquellos días a romper ese equilibrio por donde ella entendía que era más necesario hacerlo, tras haber laminado a la oposición política y haber consolidado su mayoría en las elecciones de 2007.
Doblegar a las organizaciones sociales, especialmente las sindicales, gobernar con mano dura el conflicto, sembrar las dudas y las mentiras, las acusaciones de corrupción, eran imprescindibles para abrir las puertas de par en par a la verdadera corrupción de las instituciones que un día sí y otro también nos asaltan ahora desde las páginas de los periódicos y desde las primeras noticias de cada día en las radios y televisiones.
Aquellos polvos trajeron estos lodos, este charco de ranas en el que se ha convertido la política, este trasiego de juzgados donde se instruyen y sentencian todo tipo de corrupciones, corruptelas, chanchullos, negocios, mamandurrias, comisiones, espionajes y puertas giratorias. Cuando releo aquellos artículos me parece estar viviendo un déjà vu. Un eterno retorno.
Llegó luego el 2008. A lo que veníamos sembrando de cosecha propia se le sumó una crisis inesperada, malencarada y pendenciera. Digo inesperada porque aún recuerdo al presidente de los empresarios madrileños de aquellos días, cuando ya el mundo se tambaleaba él seguía afirmando que Madrid iba como un tiro. Tal vez porque el consorcio de las privatizaciones seguía bien regado con los recursos públicos que pronto iban a escasear.
Llegó la crisis y se quedó como parte de la cartografía, como dolencia crónica, con su cohorte de plagas en orden de combate simultáneo, sucesivo, siempre acompasado. Convirtiendo las aguas en sangre, haciendo llover de los cielos todo tipo de ranas, tras las cuales nos atacaron los piojos insaciables, las bestias inclementes, que nos desangraron. Las heridas se llenaron de moscas.
La contaminación consumió la tierra, mató al ganado, enfermó a las gentes, abundaron los fuegos, tanto como las inundaciones, los apagones, así, alternativamente, en un turno pactado de destrucción. Tan pronto plagas de langostas, como de gripe. Y lo de los primogénitos. Ese millón y medio de jóvenes que han tenido que marchar, han desaparecido de nuestros días, de nuestras noches, de los inexistentes trabajos, de los miserables salarios.
Otro déjà vu de plagas faraónicas adaptadas a nuestra idiosincrasia y a la modernidad primitiva, precaria, ancestral de los tiempos que corren. Creo que va a merecer la pena recopilar todo ese material, releído, sin retoques innecesarios y ponerlo a disposición de quien quiera encontrar en el pasado, en estado larvario, latente, literal y ejemplarizante, cuanto hoy ahoga nuestras vidas. Tal vez me ponga a ello.