El pasado martes leí un hermoso artículo titulado Diez años sin Marcelino, firmado por su hija Yenia y su hijo Marcel, junto a Salce Elvira y Agustín Moreno, sus más queridos hijos sindicales en las Comisiones Obreras. Después de la lectura, que se detiene en cuanto ha ocurrido a lo largo de estos diez años en recortes laborales, sociales, de pensiones, no sé qué más puedo añadir, de no ser porque, de nuevo, el incansable Montagut me pide que escriba algo sobre Marcelino para El Obrero.
Para empezar sólo puedo sumarme a la voluntad que siguen manteniendo viva los firmantes, al citar a Marcelino,
-Lo posible es lo que nos permiten y lo necesario lo que debemos hacer. Lo posible es de personas cuerdas, lo necesario es de locos utópicos. Quienes cambian el mundo son aquellos que luchan por lo necesario.
Así era Marcelino, un hombre al que la tierra abrazó sabiendo que había convertido lo necesario en posible a golpes de una vida en la que le tocó defender la libertad, combatir en una Guerra Civil, ser internado en los campos de concentración franquistas, huir desde Tánger al exilio argelino en Orán, donde conocer a Josefina, casarse con ella, volver a España tras su indulto en 1957, para comenzar a trabajar en la Perkins.
A partir de ahí, su andadura al frente de las clandestinas CCOO, las frecuentes detenciones, juicios, cárcel, hasta llegar al proceso 1001, tras la caída de toda la cúpula sindical durante la reunión que mantenían en el convento de los oblatos de Pozuelo de Alarcón, el 24 de junio de 1972. El juicio comenzó el 20 de diciembre del año siguiente, el mismo día en que ETA cometió el atentado que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco, mano derecha del dictador y presidente del Gobierno.
Las condenas del franquismo resentido y furioso contra los Diez de Carabanchel fueron desproporcionadas y sumaron más de 150 años de cárcel. Hubo que esperar al indulto inmediato firmado por el rey Juan Carlos a los pocos días de la muerte de Franco. Quien quiera ver en Marcelino un Llanero Solitario se equivoca. Junto a él, Nicolás Sartorius, Eduardo Saborido, Francisco Acosta, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santisteban, Francisco García Salve, Luis Fernández, Fernando Soto y Juan Muñiz Zapico, Juanín.
Supo ser Marcelino el primero entre iguales, mantener unidas las fuerzas diversas y plurales que dieron lugar a las Comisiones Obreras, sabedor de que podemos errar, equivocarnos, caer, pero convencido también de que,
-Si uno se cae, se levanta y sigue adelante.
Dispuesto siempre a aprender, infatigable, autodidacta, adelantándose en décadas al debate actual sobre la revolución de la ciencia y de la tecnología, la investigación, la innovación, que cambiarían el trabajo y las vidas, eso que llamaba la revolución cientifico-técnica. Había jóvenes sindicalistas que se reían de aquellas obsesivas y reiteradas reflexiones, esos mismos jóvenes que más tarde formulaban los teoremas de la revolución 4.0 como algo inminente.
Murió Marcelino hace 10 años y, como Secretario General de las CCOO de Madrid creí que el Auditorio al que pusimos su nombre podía ser el más digno lugar para facilitar que miles de personas pudieran despedir a Marcelino y, de la mano de Josefina y de sus hijos, organizamos el velatorio al que acudieron desde el entonces Príncipe Felipe, hasta Zapatero, entonces Presidente del Gobierno, muchas ministras y ministros, exministros, representantes empresariales, Bono, Gallardón, Nicolás Redondo y numerosos representates de la UGT, de organizaciones sociales y del mundo de la cultura, actores, escritores, artistas, miles de trabajadores y trabajadoras, sus Comisiones Obreras.
He conocido a muchos fundadores y fundadoras de las CCOO en su empresa, en un sector, en una ciudad, o en un pequeño pueblo y he podido sentir siempre su orgullo, su afecto y su respeto por Marcelino Camacho. Hemos tenido ya cinco Secretarios Generales en CCOO, como en toda organización unos gustan más y otros menos, pero en torno a Marcelino existe un amplio consenso y reconocimiento.
Haríamos bien en reflexionar qué hace que haya personas que atraviesan el tiempo y permanecen en la memoria del pueblo. Marcelino es una de esas personas. Tal vez porque nunca dejó de ser uno más entre los suyos y eligió seguir siéndolo. Tal vez porque fue en su vida como quisimos ser cada uno de nosotros. Tal vez porque se ganó el respeto y el afecto a fuerza de coherencia.
Imagino que no fue perfecto, nadie lo somos, pero fue honesto, coherente y se quedó con su gente, con la clase trabajadora, con el pueblo trabajador.
Diez años ya y más que nunca Marcelino nos recuerda que tenemos orgullo, dignidad, muchas vidas que defender y que hoy, como ayer,
-Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar.