Mayores como Paquita

Hace ya tres años publicaba en este mismo espacio, al que los amigos de @infoLibre han decidido llamar Plaza Pública, una Carta abierta a Paquita. Me parecía que, con más de 90 años, esta mujer luchadora, perseverante y libre merecía unas cuantas palabras de agradecimiento.

Ella y toda esa generación que tuvo que bandearse y mantener el tipo en los dolorosos días de la guerra de España, la despiadada posguerra (Paquita visitaba a su padre en la cárcel en aquellos mismos días en los que mi madre visitaba a la suya en la cárcel de Ventas), la agotadora dictadura franquista, la insoportable represión y esa tan denostada transición, en la que consiguieron anteponer el huevo a cualquier fuero y pusieron los bueyes por delante de la carreta.

La generación de Paquita era la de las 13 Rosas, o la de María Luisa Suárez, la fundadora del primer despacho laboralista madrileño en la calle de la Cruz. Pegadas a sus faldas crecieron Lola González Ruiz, Cristina Almeida, Manuela Carmena, Begoña San José, y muchas mujeres como Paquita, Josefina y otras más jovencitas como Salce Elvira y su hermana Mari Cruz, Dolores Sancho y tantas otras, como la recientemente fallecida Susana López.

Escribí hace tres años para reconocer en Paquita a aquella generación de mujeres, la de mi madre, cuanto habían hecho para perpetuar la memoria de nuestra clase, la dignidad de las familias trabajadoras, defender la vida de sus hijos y su futuro en tiempos muy duros. No podía yo pensar que poco tiempo después morirían Josefina, mi madre y que, en este duro año de coronavirus, perderíamos a Susana, o a Paquita.

No quiero repetir lo ya escrito sobre ellas, en estos momentos en los que todo el mundo se llena la boca con el papel silencioso pero imprescindible de las generaciones que nos precedieron y, sin embargo, son estas generaciones las que han sufrido y siguen sufriendo el embate más brutal del COVID-19, sin que nadie haya tomado suficientemente en cuenta ni sus necesidades, ni su opinión, sus derechos, su dignidad.

Prefiero detenerme en la reflexión de Antonio Guterres, que fuera Primer Ministro de Portugal y actualmente Secretario General de las Naciones Unidas, que en estos momentos de pandemia nos recuerda,

-Ninguna persona, joven o vieja, es prescindible.

Y que inmediatamente nos alerta,

-Como personas de edad que soy, con la responsabilidad de una madre aún mayor, estoy profundamente preocupado por la pandemia, a nivel personal y por sus efectos sobre nuestras comunidades y sociedades.

Queda bien eso de decir que se nos está yendo la mejor generación de nuestra historia, no toda esa generación a causa del coronavirus, es cierto, pero sí toda ella sufriendo las consecuencias de un mundo que cierra los ojos y tapa sus oídos ante la muerte y los derechos de las personas, especialmente las que más nos necesitan, las personas mayores, incapaz de prevenir y hacer frente a un golpe como el que se avecinaba.

Personas mayores que han dedicado y siguen dedicando su vida, con esos limitados recursos de los que disponen, en la mayoría de los casos, a sacar adelante a sus familias, atender a sus nietas y nietos, seguir aprendiendo, seguir enseñando, seguir cuidando a las personas cercanas de la familia y del vecindario. Y no han dejado de hacerlo, pese a los riesgos desencadenados y el cerco terrible al que les somete la pandemia.

Vivimos de espaldas a nuestros mayores, a nuestras mayores, alimentamos una cultura de la gerontofobia, del horror ante la decadencia y la muerte, de discriminación de las personas mayores, de enmudecimiento de su voz, de recorte de sus derechos a una vida digna y a atención social y sanitaria.

Buena parte de nuestra incapacidad para contener la pandemia y sus efectos proviene de este individualismo feroz y negacionista, de las carencias que nos caracterizan como sociedad. De nuestra incapacidad para actuar como parte de un grupo humano diverso, plural, heterogéneo, pero cohesionado.

Encontraremos una vacuna que nos proteja hasta la próxima pandemia, pero nuestro futuro no sólo depende de ello, sino de nuestra inteligencia para aprender esta sencilla lección que nunca debimos haber olvidado, la que aprendimos de personas como Paquita y que hoy nos recuerdan otras personas como Antonio Guterres,

-Somos una comunidad y todos nos pertenecemos el uno al otro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *