Allá vamos, al primer 8 de Marzo inmerso en la pandemia. Habrá quien diga que el año pasado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora ya estuvo marcado por la pandemia, pero aún por aquellas fechas poco podíamos intuir la que se nos venía encima en forma de enfermedad, muerte, confinamientos, penurias económicas, pérdida de empleo.
Aún estamos echando cuentas de los daños producidos y los que aún se encuentran en curso. Comenzamos a contar con algunos datos que nos permiten algo más que la valoración del día a día, para entrar en análisis más desagregados que nos permitan conocer cómo ha afectado la pandemia a jóvenes, o mayores, mujeres y hombres, pobres y ricos.
Una de las primeras conclusiones es que la pandemia golpea de forma distinta a las mujeres que a los hombres, las mujeres de cualquier edad han visto aumentar las desigualdades. No es algo nuevo, ya lo habíamos visto a menor escala en epidemias anteriores.
Estudios sobre el impacto del Ébola, a mediados de la pasada década, en África, o el Zika en Sudamérica poco más tarde, han demostrado que las pandemias golpearon con más intensidad a las mujeres, entre otras cosas porque son quienes asumen los cuidados familiares, los trabajos de atención a las personas, o la atención sanitaria.
Los problemas con los embarazos y la muerte de embarazadas, o de sus hijos, las malformaciones congénitas, aumentaron notablemente en mitad del abandono por parte de Estados desbordados, incapaces, infradotados. Ahora comprobamos la dimensión del abandono, las consecuencias del retroceso de las políticas públicas y el desastre en la atención de quienes más lo necesitan.
Nadie sacó conclusiones. Vivíamos en Europa, dentro de las fronteras seguras. Basta comprobar cómo muchos responsables nos decían que aquí no llegarían tantos casos. Allá por finales de enero del año pasado los responsables de la pandemia nos decían que España no iba a tener más allá de algún caso. Ya no hay seguridades para nadie en el mundo.
El 70 por ciento de quienes trabajan en el sistema sanitario y en los sistemas de protección social, son mujeres. Mayoría absoluta en la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales, las residencias, la atención a la dependencia. Con empleos más precarios, peor pagados, más inestables.
Según algunos estudios tres de cada cuatro profesionales de la sanidad contagiados por la COVID-19 en España son mujeres. Pero no nos podemos detener sólo en lo sanitario. El sistema de cuidados y atención a las personas descansa sobre las mujeres y mucho más durante la pandemia.
No sólo desempeñan la mayoría de los empleos en servicios a las personas desde la ayuda a domicilio, hasta cualquier modalidad de atención individual, o residencial. También se ocupan de la mayoría de las tareas domésticas hasta atender a las personas dependientes en el entorno familiar.
La carga soportada por las mujeres durante la pandemia golpea la autoestima, la atención y el cuidado personal, deteriora la situación laboral y permite la aparición frecuente de fenómenos de ansiedad y depresión. Son las mujeres las que han asumido mayoritariamente la atención a los hijos durante los periodos en los que las escuelas han cerrado sus puertas, o han abierto con sistemas de estudio online, o limitación de asistentes a las aulas.
La ONU ya advirtió de que las mujeres estaban pagando en mayor medida las consecuencias del confinamiento, la pérdida de ingresos salariales y de sus puestos de trabajo, el crecimiento de los casos de contagios, o el aumento de la violencia de género en el entorno familiar. De hecho las denuncias, las llamadas a los teléfonos para notificar casos de violencia de género, las consultas personales, aún con medios telemáticos, han aumentado en porcentajes cercanos al 50 % durante la pandemia.
Esta situación convive con la infrarrepresentación de las mujeres en la política, en las empresas, o en las instituciones nacionales o internacionales. Ocurre en todo el planeta donde, por poner un ejemplo, el porcentaje de presidentas o jefas de Estado no alcanza el 10%.
Pero tampoco estamos libres de esa situación en España, donde la presencia de mujeres en Consejos de Administración sigue situada en el entorno de una de cada cuatro, con una mayor presencia en las grandes empresas del IBEX-35 donde se va acercando a una de cada tres, pero la cruz de la moneda se encuentra en los cargos de alta dirección donde las mujeres no llegan al 17%.
Nos ha vuelto a pillar el toro de la falta de prevención y aprovechamiento de las experiencias anteriores que ya presagiaban la llegada de una pandemia de grandes dimensiones. Nos ha pillado el toro y de nuevo las desigualdades se han cebado en las mujeres, en las personas dependientes, en los sectores más débiles de nuestra sociedad. Como siempre, pero más. Más precariedad, más paro, más violencia.
Un nuevo 8 de Marzo, en circunstancias excepcionales, desconocidas, imprevisibles, con mucho terreno avanzado, pero con todo por hacer, porque el mundo que conocimos ya no es y el que se avecina no termina de aparecer por ningún sitio, empeñados como andamos en que vuelva la fiesta tal cual la conocimos.
Todo por hacer para superar brechas salariales, brechas de empleo, brechas digitales, brechas de violencia, poder, recursos. Pasará la pandemia y volveremos a las manifestaciones del 8 de Marzo, para reivindicar una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales. Porque de eso va el feminismo, de igualdad, libertad y solidaridad.