La agitación y propaganda fue inventada por los revolucionarios rusos. El término agitprop fue acuñado por Gueorgui Plejánov y abundantemente utilizado más tarde por Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin. El Comité Central y cada Comité Territorial del Partido Comunista de la Unión Soviética contaban con un Departamento de Agitprop que tenía encomendada la misión de difundir la ideología marxista-leninista en un pueblo tremendamente diverso y disperso en un inmenso territorio.
El famoso tren cargado de militares del ejército rojo en el que viajaba Strélnikov, el duro e intransigente revolucionario en que se había convertido aquel joven e idealista Pável Pávlovich, alias Pasha, en el transcurso de Doctor Zhivago, la famosa obra de Boris Pasternak, tuvo su versión agitprop en aquel otro tren cargado de poetas, escritores, actores y políticos de la revolución que recorrió Rusia representando el nuevo mundo que se acercaba.
Conviene recordar que aquellas famosas estepas rusas, los Montes Urales y hasta las calles plagadas de revolucionarios cantando La Internacional en la famosa película se correspondían con la Soria de los Campos de Castilla, el Moncayo, las cumbres nevadas de Granada, o el barrio de Canillas. La famosa agitprop fue luego conducida por Stalin a la máxima expresión y la convirtió en parte de la vida cotidiana durante los siguientes más de sesenta años.
Sin embargo, tampoco los nazis le anduvieron a la zaga. De hecho los 11 principios de la propaganda de Joseph Goebbels han sobrevivido exitosamente al Reich de los mil años y se han convertido en elemento esencial en la política y los negocios a todos los niveles. Una única idea, un único enemigo, una suma de individuos aglutinados en la misma categoría, culpables de todos los errores y problemas, hasta de los errores propios.
Combatir las malas noticias con noticias falsas, inventadas, anécdotas convertidas en graves amenazas. Pocas ideas, pero muy sencillas, muy populistas, muy repetidas, tanto como las mentiras mil veces repetidas hasta que adquieran apariencia de verdad. Lanzar informaciones constantemente, sin dar tiempo al adversario, que parezcan verdad, fomentando los complejos, los odios, los mitos y dirigiéndolos contra un enemigo silenciado, por las buenas, o por las malas.
Así consiguieron crear una falsa sensación de unidad asentada en la unanimidad de cuantos se sienten seguros porque piensan que piensan como todo el mundo. Así condujeron a todo un pueblo, con ellos a la cabeza, a un enfrentamiento contra todo y contra todos, a una sangría de vidas humanas, a una destrucción de todo y de todos, una guerra mundial que se llevó por delante entre 50 y 100 millones de seres humanos según quien haga los cálculos.
Aquellos nazis sólo tenían a su alcance instrumentos como los periódicos y las radios para dar cumplimiento a sus famosos principios. Nosotros tenemos televisiones, smarphon, tablet, pc y una nueva y poderosa Inteligencia Artificial con sus ejércitos de algoritmos, aplicaciones y un espléndido e infinito mundo-consumo. Nosotros solitos, sin necesidad de policía secreta, cuerpos de seguridad, militares en las calles, nos bastamos y nos sobramos para adentrarnos en la boca del lobo de las fake news.
El exceso de información produce desinformación, escuchamos lo que queremos escuchar y sólo queremos escuchar aquello que alimenta nuestro estómago, adula nuestras bajas pasiones y engrandece nuestro ego. Si a esta circunstancia le añadimos la precariedad sembrada por la crisis económica de 2008 y la pandemia en la que andamos inmersos, podemos entender la facilidad con la que caemos en la trampa de la confrontación permanente. Negamos lo obvio y aplaudimos el absurdo, simplemente porque viene de los nuestros.
Echo de menos que, sin dramatismos ni aspavientos, los políticos reconozcan sus errores en lugar de taparlos. Que acepten la dimensión del problema que nos asalta y asuman la necesidad de sumar sus esfuerzos. Es cierto que una cosa son los errores y otra muy distinta aprovechar la pandemia para promover favores económicos o conseguir objetivos políticos, pero hasta eso sería también más fácil de discriminar, aislar y corregir, si la ciudadanía fuéramos capaces de ejercitar nuestro derecho a crearnos una opinión con criterio propio, autónomo, libre.
Porque de eso debería ir cualquier cosa en la vida, también la política, de libertad. Y de responsabilidad, claro. Pero es que toda libertad es el ejercicio de una responsabilidad. Al menos así me lo enseñaron.