Me llamó un amigo jubilado, Santamaría, en nombre de la comisión organizadora del acto conmemorativo de trabajo de CCOO en la fábrica de automóviles Barreiros desde los años 70 hasta nuestros días. Me pide si puedo pronunciar unas breves palabras sobre el largo camino recorrido por una empresa que comenzó siendo propiedad del exitoso empresario Eduardo Barreiros, que pasó luego a manos de la Chrysler, la Talbot, Peugeot y Renault Vehículos Industriales, para acabar bajo la bandera de Stellantis.
Podría haber hecho ante ellos una reflexión sobre el desarrollo industrial en tiempos del franquismo, sobre las transformaciones productivas en España, las deslocalizaciones que forzaron aquello que llamaron reconversión industrial cuando lo que querían conseguir era una extinción industrial que nos terminara convirtiendo en un país de servicios de todo tipo, pero servicios, ni más, ni menos.
Así se fraguó la España de la construcción inmobiliaria, el turismo y los grandes pelotazos que vienen de lejos, pero siguen haciendo manar la misma fuente de dinero y de poder. En estos nuestros tiempos, de tardíos destrozos globalizadores, unas pocas grandes empresas han optado por reconstruir en Europa algunos centros industriales con tecnología avanzada y personal altamente cualificado.
Pero eso ya lo han vivido ellos y sus organizaciones federales y territoriales han analizado y valorado todas estas transformaciones en las que se juega el futuro del empleo en nuestras sociedades europeas. He preferido construir mi memoria con sus recuerdos.
No pretendo someterles a un juego perverso, ni a uno de aquellos abusos de la memoria de los que nos hablaba Tzvetan Todorov. Es tan sólo un intento de que mi memoria forme parte de la suya, se mezcle, se fusione, se confunda con la de ellos. Un collage de memorias que pugnan por salir del olvido.
Es la mía la memoria de un niño llegado desde Embajadores y Lavapiés, a los 12 años, a un piso nuevo en Villaverde Alto (luego me enteré de que mis padres estuvieron a punto de picar el anzuelo de la estafa de la Nueva Esperanza y quedarnos sin dinero y sin piso, como les pasó a 10.615 familias de Madrid, de la región valenciana de la que eran originarios los estafadores, Barcelona, Sevilla, o Málaga). Para que luego digan que el problema de la vivienda es un problema nuevo en estas tierras.
Yo era un niño en una calle de un barrio de polvo o barrizal, según los días y las estaciones del año. Con casitas bajas, lechería, algún que otro bar. Escuelas en bajos y sótanos, iglesias en bajos y sótanos. Un niño en un barrio, que había sido pueblo hasta 1954 y que desde antiguo se situó en el centro de un sistema planetario y proletario rodeado de poderosas empresas industriales.
La memoria del descubrimiento de las pandillas de calle que organizábamos dreas, batallas a pedradas, contra las pandillas del barrio de los toreros, el barrio de los gitanos, la UVA de Villaverde. La memoria de aquellas iglesias que acogían por igual a pandillas de niños y a asambleas de trabajadores. La memoria de la asociación de cabezas de familia, con su sección juvenil con derecho a voz, pero no a voto, porque no éramos cabeza de ninguna familia.
Las primeras experiencias educativas, dando clases de recuperación para los hijos de los trabajadores de las fábricas del cinturón industrial que rodeaba Villaverde. Y mis primeras experiencias como maestro, en una plaza provisional, en el colegio San Roque de la UVA de Villaverde. Pasé de las pedradas a las clases.
Por allí andaba también, en el cercano colegio República del Salvador, Pilar, la mujer de Agustín Moreno, que llevaba a sus alumnos de primaria a las puertas de la fábrica para que se fueran familiarizando con las huelgas obreras que formaban parte esencial de la vida del barrio obrero en el que vivían.
Allí montamos unas clases de adultos nocturnas para que los padres y madres de nuestros alumnos, los trabajadores y trabajadoras de las fábricas cercanas, pudieran obtener sus certificados de enseñanza primaria, esenciales para mantenerse en su trabajo y progresar en sus categorías profesionales.
Allí me pilló la inundación que llenó de lodo las barracas de la UVA, arrasadas por el enésimo desbordamiento del Arroyo Butarque y de las saturadas alcantarillas que rebosaban y escupían heces y agua. La remodelación del barrio se hizo ya inaplazable. Llevó años construir el entramado de torres y pisos que ahora se alza sobre aquellos terrenos. Allí trabaja mi mujer cada día en los servicios sociales.
Ya desde antiguo las fábricas, siderurgias y talleres de material ferroviario, se instalaron en Villaverde y terminaron convertidas en los Talleres de RENFE. Y cuando el franquismo decidió industrializar España comenzaron a desfilar por Villaverde grandes empresas como Marconi, trasladada desde Pacífico, Standard Eléctrica, Boetticher y Navarro, Manufacturas Metálicas Madrileñas (luego Aristrain), o Giralt Laporta.
Al calor de ellas fueron llegando Esteban y Bartolomé, Hierros Madrid, Requena, Recuero, Meseguer, Hispano Argentina, Arregui, Laboratorios IVEN. Para los años 70 la industria ocupaba en Villaverde 20 hectáreas y era una de las mayores superficies industriales de la provincia. Villaverde era una amalgama de industrias metalúrgicas, alimentarias, papel y artes gráficas, madera, textiles, químicas. Tan sólo las industrias metalúrgicas ocupaban a más de 30.000 trabajadores.
Pero sin duda Barreiros fue la industria que se ganó ser la primera entre iguales. Desde que en 1954 decidió instalarse en Villaverde con un capital inicial de 10 millones de pesetas, su crecimiento fue imparable. Diez años después había multiplicado su número de empleos y contaba con más de 12.000 trabajadores, alcanzando los 25.000 con sus empresas auxiliares y distribuidoras.
Conservo en la memoria las asambleas que los trabajadores de Barreiros, ya por entonces Chrysler, celebraban en la iglesia de San Felix, en la UVA. Las marchas por los descampados, interrumpidas a porrazos por la policía, por los grises y sus huelgas, a veces navideñas, a las puertas de la fábrica.
Aquellos bidones metálicos a los que iban arrojando traviesas de madera. Noches en las que algunos vecinos de Villaverde nos acercábamos con algo de comida, algún licor y una guitarra. Así distraíamos el frío mientras entonábamos viejas canciones aprendidas de los cantautores. Canciones de Paco Ibáñez, Pablo Guerrero, Silvio, Milanés, Victor Jara, Luis Pastor, Aute, Serrat, aunque tampoco hacíamos ascos a los Chichos, o a los Chunguitos.
Aquellas gentes dieron sentido a mi trabajo de maestro y sus vidas me empujaron un día a bajar las escaleras, cruzar el Paseo de Alberto Palacios, entrar en la sede del PCE y pedir el carnet a Ramiro Fuente, un antiguo guerrillero que pagó su militancia con casi 20 años de cárcel.
Lo de salir de la CNT y entrar en las CCOO tuvo que esperar a mi destino en Ubrique (Cádiz), unos meses después, en aquel desastroso otoño del 82. Allí compartí militancia con petaqueros, concejales del PCE y mi compañero en el colegio, Andrés Ocaña Rabadán, que luego sería alcalde de Córdoba. Pero eso es ya otra historia.
Buena parte de cuanto he hecho en las CCOO de Madrid y de cuanto hago en mi destino en el Centro de Personas Adultas de Parla, buena parte de esa forma crítica de mirar el mundo, de juzgar las injusticias, de defender al último, aunque no tenga la razón, de seguir trabajando y defendiendo la frontera de la clase trabajadora allá donde toca estar, se lo debo aquellas mujeres y hombres que vivían de su trabajo en Villaverde.
He compartido trabajo sindical con algunos de ellos, luchas y celebraciones. Han sido responsables sindicales, concejales, diputados. Lo cierto es que los de la Barreiros me tenían rodeado. Eran padres de mis alumnos, eran mis alumnos. Compraba libros en la librería Espinela que regentaba Pepe Portugués, trabajador de la fábrica, junto a su hermano.
El Presidente del AMPA del Severo Ochoa de Leganés, cuando fui director del mismo, era Francisco Oliveros, trabajador de Barreiros. Como el presidente de la Asociación de Vecinos, Evelio Sánchez y hasta mi suegro José Carrasco. Para mí, como para muchos jóvenes de la época, aquellas gentes no eran el pasado. Aquellos métodos, aquellas maneras, aquellas formas, aquel estilo, eran el futuro.
No he dejado nunca de valorar mis principios y mis valores anarquistas, pero no me quedaba más remedio que seguirlos.




