No lo he dicho el 14 de abril para no darme bombo en las redes sociales. No lo digo ahora, días después del 14 de abril, para ponerme medallas. Lo mío no es vocacional, sino, salvando las distancias, como lo de aquellos hijos que terminan siguiendo las carreras de sus padres y aceptando su herencia con todas las consecuencias.
Eso no quiere decir que no vaya a la tarea con convicción, ni como un redivivo Manuel Bueno Mártir, ni que tenga la más mínima tentación de dejar de ser republicano. Tan sólo la conciencia de que cada uno es lo que es y hay que comenzar por aceptarlo.
Mis abuelos eran republicanos. Uno segador y cabrero, el otro cantero. El primero, pese a las heridas sufridas durante la Guerra y a pesar de las palizas en las cárceles durante la represión posterior, consiguió sobrevivir manteniendo su dignidad en aquella España condenada a la miseria, el estraperlo, la vida ingrata. El otro no consiguió volver de aquellos campos de concentración, en las playas, más allá de los Pirineos.
Lo dicho, no puedo dejar de ser republicano, porque republicanos eran mis antepasados. Traicionar sus ideas, sería la peor forma de dejar de lado toda mi vida. Ya sé que no todo eran luces en la República de Trabajadores del 14 de Abril. Ya sé que la condición humana se pone de manifiesto en cualquier actividad que acomete una sociedad.
Ya sé que junto a los que acudieron a la tarea de defender España, no faltaron los oportunistas, las malas gentes, chaqueteros, arribistas, chorizos y hasta los asesinos. Pero esos personajes no consiguen empañar la grandeza de cuantos entregaron su trabajo, su voluntad, su empeño, por defender la vida de los más pobres, de los más débiles, de los condenados de la tierra. Defender la justicia y la igualdad.
España ha sido injusta con ellos. Aún los tiene enterrados en las cunetas, o desaparecidos. Pocos quieren oír hablar de esas historias, entregados como estamos al disfrute acelerado del hacer poco, disfrutar mucho y ganar dinero a espuertas, conseguir pasta sin reparar en medios, de cualquier manera.
Ha pasado ya el 14 de abril, la monarquía parece más consolidada que nunca, ahora que tenemos un rey que intenta recomponer una imagen a lo Alfonso XII y marcar distancias de los trapicheos de su emérito padre. Ahora que una princesa se pasea por los cuarteles, se toma sus refrescos en terrazas hipervigiladas con sus amigos y hasta hace sus primeros pinitos en el mundo del corazón.
Es verdad que siguen danzando por ahí la cohorte familiar de primos juerguistas, tan borbones ellos, tan nocturnos, festivos y campechanos como el abuelo y sus ancestros, herederos como son de la sangre caliente de Isabel II y su nieto Alfonso XIII, siempre dispuestos a los lances, la aventura y el cobro de los diezmos en cada negocio.
Pese a todo, siempre he tomado muy en consideración las palabras de Largo Caballero en los últimos días de su vida, tras ser liberado de los campos de concentración nazis,
-Hace algunos años en un mitin celebrado en el Cine Pardiñas de Madrid hablamos Besteiro, Saborit y yo. En mi peroración dije, si me preguntan qué es lo que quiero, contestaré, República, República, República. Hoy si se me hiciera la misma pregunta respondería, Libertad, Libertad, Libertad. Pero libertad efectiva; después ponga usted al régimen el nombre que quiera.
No todas las repúblicas de este mundo son necesariamente buenas, las hay presidencialistas, o dictatoriales y hasta hay algunas monarquías no necesariamente malas. Diría, por tanto, que más que republicano me siento heredero de los principios de libertad, igualdad y solidaridad que impregnaron, impulsaron e inspiraron todos los grandes movimientos sociales producidos tras la Revolución Francesa.
Ser libertarios, igualitarios y solidarios, se convierte en la principal misión que cualquier ser humano debería asumir si queremos aceptar el reto exclusivamente republicano (res publica, cosa pública) al que seguimos convocados en los inciertos tiempos que nos ha tocado vivir.