¿Qué está ocurriendo en España? ¿Por qué tenemos esa sensación generalizada de habernos convertido en un barco a la deriva, con el timón roto, en mitad de una tormenta perfecta?.
Sin duda estamos ante una situación extrema, ante un riesgo brutal e imprevisible en sus consecuencias. Padecemos una crisis económica sin precedentes. Pero, con todo, lo peor no es la crisis, sino la incapacidad de nuestros gobiernos para unir esfuerzos y sacarnos de la misma.
Esa incapacidad comenzó a demostrarla el anterior gobierno de Zapatero, cuando aceptó declinar sus poderes para ponerlos a los pies de la Unión Europea, al Servicio de los burócratas atrincherados en Bruselas y absolutamente dependientes de Ángela Merkel. Aquel fatídico 9 de Mayo de 2010. Aquella noche insufrible en la que la Merkel torció el brazo y ganó el pulso, imponiendo brutales medidas de recortes de gasto público en todos los ámbitos.
Desde entonces España ha sido país ocupado. Como lo son Portugal, Grecia, o Italia y en menor medida, Irlanda, o Bélgica. La obsesión por el combate contra el déficit público, que tan buenos resultados rinde a las cuentas alemanas, se ha convertido en un lastre que sólo produce más recesión y paro.
Zapatero pagó cara su rendición ante la troika comunitaria, compuesta por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Perdió las elecciones y, desde ese momento, un gobierno títere ha seguido en el camino del desastre, perpetuando la sumisión cada vez mayor a las decisiones impuestas por Europa.
En poco más de un año, desde el triunfo electoral del PP, la pendiente de caída marcada por Zapatero, se ha transformado en desplome, cascada, despeñadero, abrupto barranco de un no futuro cada día más negro.
No es posible seguir aceptando la imposición de recortes y prioridades económicas que suponen abandonar la inversión pública, perder empleos, desproteger a las personas desempleadas y desmontar el Estado Social. Sus prestaciones, servicios públicos educativos, sanitarios o de servicios sociales.
La Huelga General del 14-N fue tan sólo la expresión de un conflicto global abierto. El malestar de la sociedad en las empresas, en los servicios públicos, en las calles.
Si el Gobierno no escucha la voz de la calle, el conflicto no desaparece. Lo hemos visto en estos días. La marea blanca sanitaria ha tomado las calles y miles de madrileños y madrileñas forman cadenas humanas en torno a los hospitales públicos de la Región. Los compañeros y compañeras de Telemadrid, donde se ven amenazados 925 puestos de trabajo. La enseñanza pública ha anunciado nuevas movilizaciones para el 13 de Diciembre.
Universidades como la Complutense dan clases en las calles para exigir el fin de los recortes presupuestarios brutales que se vienen produciendo y el aumento de las tasas.
Decenas de miles de personas con discapacidad, familiares, ciudadanos y ciudadanas, se manifiestan contra los recortes sociales en Ley de dependencia y el deterioro de los presupuestos dedicados a estas personas.
Un conflicto generalizado en todos los sectores debería hacer reflexionar a un gobierno legítimo, pero cada vez con menos legitimidad y apoyo social. El deterioro político, de los políticos y la política comienza a ser insostenible. Es la hora de repensar España y regenerar la política para abordar soluciones y sacrificios negociados y compartidos a una crisis que no pude llevarse por delante el empleo, la protección a las personas y el Estado Social. La crisis, Merkel, Bruselas, no pueden ser la coartada para desmontar España.
Francisco Javier López Martín