Huelga en la enseñanza

La idea, el lejano recuerdo, me asaltó hace algunas semanas, cuando leí que algunas organizaciones sindicales habían convocado una huelga en la enseñanza pública madrileña. La noticia recalcaba que eran organizaciones sindicales minoritarias. Hubiera dado igual que hubieran sido menos minoritarias. De hecho, pocos días después otras organizaciones de esas que llaman mayoritarias también convocaron huelga en la enseñanza. Mi opinión, sigue siendo la misma.

Los motivos de la huelga me parecen plenamente justificados. Los convocantes van a la huelga para exigir a la Comunidad de Madrid que mejore las condiciones de trabajo del profesorado, que reduzca las horas lectivas, que aumente los salarios, que deje de privatizar y construya nuevos centros públicos.

Nada muy distinto a lo que exigen quienes trabajan en la sanidad, en los servicios sociales, o en la protección de nuestra seguridad. No muy distinto a lo que pueden pedir trabajadores y trabajadoras de cualquier otro sector de la producción o de los servicios, cuando se declaran en huelga.

Aquí es donde entra en liza el recuerdo de aquel curita recluido en los montes florentinos, en aquel pueblecito llamado Barbiana, en los años sesenta del siglo pasado. Un curita que se llamaba Lorenzo Milani, empeñado en acaparar el tiempo de la chavalería de la Italia vaciada y profunda para regalarles lecturas, reflexiones, cultura, debates y pasión por vivir.

Recordaba que en aquel libro colectivo escrito por aquellos muchachos del pueblo, que titularon Carta a una maestra, la huelga era declarada como el derecho sagrado del trabajador, la herramienta, el instrumento de liberación del yugo impuesto por los patrones.

Sin embargo, cuando se trata de la huelga en la enseñanza, Milani y sus chicos se decantan por buscar otras formas de lucha, igualmente pacíficas, igualmente eficaces, pero que no perjudiquen a la enseñanza, al momento del aprendizaje, sino en todo caso a la vertiente judicial del trabajo docente. Una huelga de notas, por ejemplo, de exámenes, de rellenar formularios en internet.

Porque son los sindicatos, las únicas organizaciones de clase, las que pueden organizar este tipo de protestas y defender de verdad la enseñanza pública. Y para ello deberían reforzar las clases y no abandonarlas. Así opinaban los de Barbiana.

Según ellos, los sindicatos se quejan con frecuencia de que nuestros jóvenes son indiferentes y que no es fácil sindicalizarlos, afiliarlos, comprometerlos, llevarlos a una huelga. Pero lo cierto es que padres y sindicalistas hemos permitido que esos jóvenes de hoy se hayan forjado en la escuela de los patrones, en las redes sociales de las grandes corporaciones, en la lógica de la competencia, la insolidaridad y el ganar dinero con el menor esfuerzo posible. Hemos permitido y alentado la picaresca, cuando no la corrupción.

Basta comparar el tratamiento de orden público que se da a una manifestación, una huelga de trabajadores serios, ordenados, convocados por la necesidad de mejorar sus condiciones de vida y trabajo, y ver la aquiescencia, tolerancia y consentimiento con el desmadre jaranero y alentador del odio, convocado ante la sede socialista de Ferraz.

Lo primero es considerado desorden público, en algunos casos hasta terrorismo. En el segundo caso, el de la calle Ferraz, es tan sólo un puto-defender-España.

Decía Bertolt Brecht, y veo citado en Dürrenmrat,

¿Qué tiempos son estos en los que hay que defender lo obvio?

Tiempos en los que se cuestiona hasta el derecho de huelga y se nos obliga a salir en su defensa. Pero esta firmeza no evita que siga pensando que, en el caso de la enseñanza, hay otras maneras de reivindicar y exigir mejoras laborales y en la calidad del servicio.

Convirtamos, así pues, las huelgas de la enseñanza en actos de difusión, reflexión colectiva y fortalecimiento de una conciencia creciente de la necesidad de transformar el sistema educativo. Convirtamos la huelga en una herramienta capaz de actuar como palanca para remover las terribles dificultades a las que nuestro mundo se enfrenta.

Seguro que quienes cada día sacamos de nuestras chisteras la magia que espolea el aprendizaje, podemos convertir nuestras huelgas en ejemplos de buenas prácticas de profundización democrática. Inmensas asambleas transformadoras de los centros educativos para mejorar las vidas de quienes en ellos convivimos.

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