Las fake news, las noticias falsas, marcan el signo de nuestro tiempo. Cada día nos vemos sorprendidos por una batería de primicias inventadas y opiniones manipuladas, vertidas en las redes sociales, en tertulias televisivas o radiofónicas, en artículos de opinión y luego difundidas en conversaciones, grupos, barras de bar. Van creando tendencias negacionistas de la verdad, a base de repetir mentiras, o medias verdades, que calan en la sociedad y terminan por configurar realidades paralelas que nunca confluyen, fracturando la sociedad, cerrando las puertas a cualquier transacción, negociación, acuerdo, o diálogo.
Así parece ocurrir con la igualdad de la mujer en nuestra sociedad, especialmente cuando llegan fechas como el 8 de Marzo, que deberían permitir una confluencia de toda la ciudadanía en torno a unas cuantas ideas compartidas que harían posible dar pasos hacia la puesta en marcha de actuaciones políticas, sociales, personales, que resolvieran los problemas.
Es cierto que, año tras año, vamos asistiendo a avances, fruto de la constante reivindicación de mayores cotas de igualdad, pero no es menos cierto que esos avances son demasiado lentos en un mundo acelerado como el que vivimos. Por eso es necesario recordar unas cantas ideas que no pueden verse tapadas por el discurso negacionista, ni mucho menos por el postureo al uso, que tiñe de morado los perfiles de quienes poco hacen por alentar la igualdad.
Las mujeres son más numerosas que los hombres en nuestra sociedad madrileña. Sin embargo observamos que, entre las personas que componen la población activa (que tienen trabajo, o lo buscan) hay casi 95.000 mujeres menos que hombres. El 68 por ciento de los hombres en edad laboral trabaja, o quiere trabajar, mientras que esa tasa de actividad baja al 57 por ciento en el caso de las mujeres.
Es curioso que las mujeres y los hombres activos desde el punto de vista laboral tengan muy pocas diferencias hasta los 25 años, pero que esas tasas de actividad se abran en canal a partir de esa edad, hasta situarse por encima de los 12 puntos porcentuales. La curiosidad en cuestión consiste en que cuando entramos en las causas de la inactividad laboral hay 435.000 mujeres que renuncian a trabajar para atender a la familia, los hijos, los abuelos, mientras que sólo 43.000 hombres esgrimen ese motivo.
Las cargas familiares terminan impidiendo un acceso igualitario de la mujer al trabajo. Los negacionistas dirán que son motivos vocacionales y hasta el ejercicio de la libertad de la mujer los que producen este efecto, ocultando así que son causas educacionales, una cultura patriarcal, una insuficiencia evidente de servicios públicos para atender las dependencias y un mal reparto de roles, lo que machaca a la mujer, e impide su desarrollo profesional.
Todo ello repercute en el número de mujeres que trabajan. Hay 100.000 mujeres menos trabajando en Madrid, que hombres. Y, sin embargo eso no impide que las mujeres supongan el 58 por ciento del total de personas paradas que hay en la Región. Además, de cuantas se encuentran trabajando, las mujeres son dirigidas hacia los empleos a tiempo parcial, donde suponen el 75 por ciento de los mismos, mientras que los hombres son preferidos para contratos con jornada a tiempo completo, donde pesan el 56 por ciento del total. Volvemos a escuchar el argumento manido de que las mujeres eligen libremente este tipo de empleos, cuando se trata tan sólo de una imposición y una preferencia de los empresarios.
Supongo también esgrimirán el mismo argumento de la libertad personal para justificar que las mujeres sean preferidas para ocupar puestos de trabajo en sectores como el comercio, los servicios sociales, la educación, la sanidad, el servicio doméstico, las residencias, guarderías, agencias de viajes, servicios personales, o las oficinas y servicios administrativos, donde se encuentran sobrerrepresentadas, mientras que pesan mucho menos en actividades industriales, logísticas, de almacén y distribución, informática y telecomunicaciones, venta y reparación de vehículos, o construcción.
Estos son los datos y las cifras. Se mire por donde se mire, parecería imposible negar que las diferencias y la desigualdad siguen perviviendo. La conclusión lógica se desprende por sí misma: Los empresarios y los gobiernos, no pocos responsables políticos, por mucho que se tiñan de morado para la fecha, siguen tolerando y promoviendo, aun cuando sólo sea por pasiva, una situación de mayor precariedad del empleo de la mujer, el abuso de los contratos temporales y a tiempo parcial.
Siguen aceptando como inevitable que se condene a la mujer a no poder elegir su proyecto de vida, cuándo y cómo tiene hijos, a carecer de la estabilidad laboral y la suficiencia económica necesarias. Eso sí, su boca no dejará de repetir las consignas consabidas de prohibición del aborto, derecho a la vida, exigencia de mayores tasas de natalidad, libertad de mercado, olvidando que todo comienza por el empleo de la mujer, su calidad y su retribución justa. Por ahí comienza la igualdad. Por ahí comienza el 8 de Marzo.