Repasos de barrio

Es lo que tienen las redes sociales. Son como un gran mentidero de la villa donde te informas de todo lo que se mueve. Así es como me he enterado, a través de un buen amigo de Villaverde, Javi Cuenca, de la noticia de que su asociación de vecinos, La Incolora, mantiene una actividad de Apoyo Escolar un par de tardes por semana.

No es la única Asociación de Vecinos que realiza este tipo de actividad en muchos pueblos y barrios, pero  pasé mi juventud en Villaverde y me trae viejos recuerdos, venidos desde un lugar situado en el mismo espacio, hace más de cuarenta años.

Eran otros tiempos y era otro mundo, pero es curioso que los problemas de las gentes sencillas sigan siendo los mismos, como si el paso del tiempo no cambiase las vidas de las gentes en algunos lugares que transforman su fisonomía sin modificar su esencia profunda.

Unos cuantos jóvenes quinceañeros, en un barrio aún industrial y aún en dictadura, por el que patrullaban de forma incesante las lecheras de los nacionales y los Dyane 6 de los guardias civiles, donde abundaban las inundaciones, el barro, la falta de colegios, ambulatorios y donde sobraba fracaso escolar, vidas destrozadas, consumidas y pobreza, que no miseria, porque sólo los pobres saben que se puede ser pobre pero no miserable.

Nos juntábamos en parroquias y asociaciones vecinales (que entonces se llamaban de cabezas de familia), leíamos a la retranca textos clandestinos y no tanto, de Marx, Helder Cámara, Camus o Franz Fanon. Devorábamos indiscriminadamente y con la misma convicción la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire, la Escuela del Trabajo de Makarenko, o la Sociedad Desescolarizada de Ivan Illich.

Por alguna circunstancia apareció por allí otro joven, maestro (con el tiempo, casi todos llegaríamos a ser maestros y maestras, ya se sabe la carrera de los hijos de los pobres y los hijos tontos de los ricos), a mí me parecía mucho mayor que nosotros.

Nos llenó de pájaros la cabeza, con las andanzas de un curita de origen judío, recluido en la profundidad de las montañas florentinas, en un pequeño pueblecito llamado Barbiana. La Escuela de Barbiana de Lorenzo Milani fue una revelación. Su carta a una maestra nuestro libro rojo, su Carta a los jueces que condenaban a los objetores de conciencia se convirtió en nuestra declaración de principios. La radicalidad de la educación para hacer frente a la desigualdad, la injusticia, el fracaso programado de los últimos.

Ni cortos ni perezosos, abrimos una escuela de repasos para ocupar las tardes de la chavalería que suspendía sistemáticamente en los colegios públicos y subvencionados del barrio. Repasos de lo que habían dado en clase, refuerzo de las asignaturas fundamentales (Lengua, Matemáticas, Naturales, Sociales). Y, de paso, conciencia de clase. Aquello que luego escucharíamos en Novecento,

-Siempre pagamos nosotros. ¿Quién Paga? El proletariado, los campesinos, los obreros, los pobres.

-Si es tuyo, es nuestro.

Comenzamos en la parroquia, más tarde en la Asociación de Vecinos, luego en un local bajo que tabicamos, electrificamos y convertimos en aulas y biblioteca nosotros mismos, con la ayuda de algún maestro albañil que entendía de aquellos asuntos. Constituimos una asociación cultural y educativa, de esas que se podían crear al amparo de la fraguista ley de asociaciones, ACEVA se llamaba (Asociación para la Cultura y la Educación de Villaverde Alto) y tarde tras tarde, inventando el voluntariado, le echábamos dos o tres horas después del estudio, del trabajo, o del estudio y el trabajo. Las familias ponían lo que podían para el alquiler. Así iban las cosas.

En grupos reducidos se harán los deberes, se dará un apoyo de cómo estudiar, se resolverán dudas, se motivará para seguir avanzando en el aprendizaje, se reforzarán las asignaturas estudiadas en otros idiomas. Eso dice la información de la Asociación de Vecinos que ofrece apoyo escolar. Remite a su cartel para ver los requisitos. Uno de ellos dice,

La nota de corte tener menos de un siete.

Más de cuarenta años después esta gente mantiene vivos los orígenes y aplican una discriminación al revés. Los primeros han de ser los últimos, o los últimos han de ser los primeros, como prefieras, si queremos sociedades libres, justas, iguales.

Ya está aquí 2020 y todo se llenará de inteligencias artificiales y revoluciones tecnológicas. Nuestros satélites salen del sistema solar. El primer hombre ha llegado a la Luna y pronto llegará a Marte. No sabemos qué hay en las profundidades de los mares, ni escuchamos, ni mucho menos entendemos, la inteligencia de la Naturaleza. El esfuerzo por comprender, al menos, la naturaleza humana, tiende a cero. Nos mostramos cada vez más incapaces de contener nuestra obsesión patológica autodestructiva del planeta.

Pero mientras haya quienes en un pequeño local de barrio siguen apostando por la cultura y la educación, al tiempo que reclaman el asfaltado, o la limpieza de una calle, que haya centros de salud y colegios públicos bien dotados, que la contaminación disminuya, que haya más parques, que los mayores sean atendidos y los niños educados, que se reduzcan y controlen las casas de apuestas, seguiré creyendo que, pese a todo, en este planeta, hay motivos para la esperanza.

Almeida, como lo hizo antes Aguirre, querrá acabar con las subvenciones que reciben las asociaciones de barrio, pero Almeida pasará, como pasó Aguirre de camino a cualquier juzgado y las gentes de mi barrio seguirán con lo suyo, vivir con dignidad, trabajar con decencia, sea cual sea el número del año que toca inaugurar. A todas esas personas dedico este deseo de un  Feliz Año.

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