Recuerdo que durante un tiempo, meses tal vez, nos asomábamos a las ventanas
(recuerdo también que vivíamos encerrados, confinados decían, porque una pandemia recorría el país, el mundo entero, a la manera en la que lo hacían el cólera, la viruela, el sarampión, en tiempos lejanos)
y aplaudíamos, un buen rato aplaudíamos, a quienes estaban combatiendo en primera línea en los hospitales, en los centros de salud, en los supermercados, las residencias de personas mayores, la atención domiciliaria, la seguridad ciudadana.
Como la crisis económica del 2008 de la que veníamos, la pandemia que ha llegado lo ha hecho para quedarse. La fueron profetizando sus predecesores, el AIDS, el SARS, MERS, ébola, zika y ese montón de gripes aviares, porcinas, o simplemente A. No se ha ido, el COVID19 sigue haciendo de las suyas, enfermando a personas, matando a personas, no sabemos hasta dónde, no sabemos hasta cuándo.
Salíamos a aplaudir varios minutos cada día, durante todo el confinamiento, hasta que comenzó aquello de la fases
(algunos intentaron apagar los aplausos a base de caceroladas, sin demasiado éxito y con riesgos para la salud cuando aquellas cacerolas sonaban sin distancia de seguridad, ni mascarilla y con cucharas mal lavadas)
Así fuimos durante un tiempo, vivíamos asediados, pero decididos a resistir, sólo que nada dura para siempre y, como dije, llegaron las fases, una, dos y tres y luego algo que llamaron nueva normalidad, todos supimos que era la misma antigua y vieja normalidad con mascarilla (no siempre) y gel hidroalcohólico en las puertas de cualquier comercio.
Había que abrir los centros de trabajo, las fases se aceleraron y ahora volveremos a fases por territorios, fases por edades, fases en residencias, sin cierres totales, pero intentando contener el avance de un coronavirus que no pierde ocasión para avanzar allí donde se produce el más mínimo descuido. Todo con la espada de Damocles de los nuevos colapsos sanitarios, encima de nosotros.
Si algo ha puesto de relieve la pandemia es que un sistema sanitario público sólido, bien financiado y con medios y personal suficiente es esencial para contener, controlar y detener el avance de la enfermedad. Nos hemos dado cuenta que desde la sanidad privada se ha hecho bien poco, tendiendo a nada, incluidas las residencias y sistemas privatizados de atención a las personas dependientes, que han demostrado no estar preparados, ni contar con los medios, para que lo concebido como negocio sea finalmente un servicio público eficaz y eficiente ante cataclismos como el que se nos ha venido encima.
Habrá quien diga que esto es un desastre imprevisto, pero lo cierto es que era perfectamente previsible y no pocos científicos e instituciones nos avisaron de su llegada. También hubo quien nos anunció que esta conversión de lo público en negocio para el sector privado podía tener estas consecuencias de colapso del sistema sanitario.
Muchos, Comunidad de Madrid a la cabeza, negaron la mayor y siguieron con el negocio de la privatización, pese a que cualquiera entiende que un coste menor del sistema sanitario, asegurando beneficios para las empresas privadas, sólo puede conseguirse con menos medios, menos personal y peor pagado, es decir con menos calidad de los servicios.
Sin embargo, no pasó nada, la thatcheriana Aguirre, su mano derecha Ignacio González, la ahora tertuliana Cristina Cifuentes, el gris Ángel Garrido y al final una hechizada Ayuso, caricatura y producto deforme del gran consorcio político y económico que nos gobierna, siguieron adelante, pagando un cutre, pero poderoso y bien nutrido aparato de propaganda.
Lo hemos visto en los hoteles CovidMate, en la fundación de un improvisado hospital IFEMA, su cierre, desmontaje y destrucción y su vuelta a montar, en el contrato de rastreadores, van ensayando, en la compra de materiales sanitarios esenciales (de mascarillas a pruebas pcr), en el anuncio de una cartilla COVID, en el contrato de personal, glorificado, culpabilizado y despedido, en el maltrato a los MIR.
Mientras el negocio presida la política del gobierno madrileño la atención primaria y su sistema de urgencias seguirá contando con presupuestos insuficientes, la atención especializada seguirá derivando recursos a la sanidad privada en manos de unos pocos, poderosos y opacos consorcios multinacionales, la atención sociosanitaria seguirá siendo un enunciado vacío de contenidos, escasearán los medios y el personal, se mantendrán las listas de espera y cualquier imprevista, pero previsible y segura pandemia, colapsará nuestra sanidad pública.
No es eso lo que merecemos como ciudadanía, pero será lo que tengamos, si gobernantes como Ayuso no reciben un mensaje claro y contundente: la salud es nuestro derecho y la queremos pública, universal y gratuita.