Un Paseo llamado Marcelino Camacho

Desde hace unos días una calle de Madrid, en el barrio de Carabanchel, lleva el nombre de Marcelino Camacho. El barrio y la calle donde vivió Marcelino durante cincuenta años, en un piso sin ascensor. Tan sólo en los últimos años de su vida, cuando ya no podía hacer el esfuerzo de bajar a la calle y volver a subir, aceptó trasladarse a una vivienda de alquiler, cerca de sus hijos.

Nacía yo, cuando Marcelino, indultado por el régimen franquista, volvía  Madrid, junto a su inseparable Josefina. Poco después comenzaba a trabajar en la Perkins y, desde entonces, sus entradas y salidas de la cárcel, por sus vinculaciones con el incipiente sindicalismo de las Comisiones Obreras que defendían la libertad sindical en España, fueron parte de la vida cotidiana de la pareja.

Las CCOO nacieron en muchos sitios casi de forma simultánea, en el curso de unos pocos años a finales de los 50 y principios de los 60. Hay quien sostiene que ese nacimiento se produjo ese año en el que Marcelino regresó a España, en una mina asturiana, llamada La Camocha.

Para cuando la cúpula de las CCOO es detenida, en el convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón, en junio de 1972, esas Comisiones Obreras se han ido organizando por sectores y territorialmente y Marcelino Camacho es reconocido ya como cabeza visible del sindicalismo de clase organizado.

Así lo trasladan sus compañeros de cárcel, que han pasado a la historia como los Diez de Carabanchel, los encausados en el Proceso 1001, cuando hablan de la figura de Marcelino. No es un líder elegido, sino un primero entre iguales.

Cuando se produce la Asamblea de Barcelona en el 76, de nuevo en una iglesia y, posteriormente, se toma la decisión de constituirse como sindicato, Marcelino es la voz y la cara más visible de las CCOO.

Desde el primer Congreso de las CCOO y hasta su IV Congreso, celebrado en 1987, en el que decidió dejar la Secretaría General, Marcelino fue reelegido como máximo dirigente de las CCOO. Por el camino, entre 1977 y 1981, fue diputado en el Congreso, por el PCE, en esos tiempos en los que las normas internas aún no estipulaban que, para asegurar la independencia del sindicato con respecto a los partidos, no se podía se responsable sindical y, al tiempo, cargo público elegido en las elecciones.

Primero  vinieron los tiempos que trasladaban al sindicato las fracturas internas del Partido Comunista, dando lugar al surgimiento de un minoritario sector carrillista. Luego llegaron los de la confrontación entre el sector seguidor de Antonio Gutiérrez, el sucesor en la Secretaría General desde 1987 y el sector crítico, que encabezaban Agustín Moreno y Salce Elvira, que pronto contó con el apoyo de Marcelino.

No ha sido tarea sencilla, ha costado décadas, ir limando algunas de las asperezas y tensiones, creadas en este choque de trenes. Muchos compañeros y compañeras han quedado abrasados en el camino de la confrontación, sin que hayan faltado quienes han sabido aprovechar la ocasión de alinearse acá o allá para mantener sus posiciones de poder. En la izquierda siempre hemos sido expertos en disfrazar ambiciones con lustrosas y barnizadas capas de “convicción”.

Pese a todo, el camino se ha recorrido y, cuando menos desde mi experiencia, el debate no ha sido, ni es estéril. La tensión entre la negociación y la movilización, sólo puede resolverse desde el debate libre y abierto y desde el compromiso con las decisiones que se adoptan, sin que nadie renuncie a sus convicciones, ni a sus ideas.

Marcelino fue y siguió siendo, hasta el final de sus días, un hombre convencido de que la unidad no es uniformidad. Que las ideas no se imponen con martillos. Que hay que hablar y negociar siempre. Que arrinconar la minoría y la discrepancia sólo empobrece. Que la movilización democrática, la huelga, la manifestación, la capacidad negociadora, son nuestros mejores instrumentos para defender nuestras propuestas y resolver nuestros problemas. Que somos muchos, muy distintos, muy diversos y, en nuestras ideas, muy plurales.

Por eso Marcelino no es patrimonio de las CCOO, ni tampoco del PCE. Marcelino es de Osma la Rasa (Soria), donde nació, de los frentes en los que combatió, del exilio que eligió para huir de la cárcel, del Carabanchel en que vivió, de la Carabanchel que le encarceló, de las iglesias donde se reunía, de quienes buscaron en él un poco de luz y esperanza de libertad y convivencia democrática. Y claro que también es nuestro, de las CCOO, pero no más nuestro que de cualquier trabajadora, cualquier trabajador, cualquier persona de bien en España.

Merecía una calle Marcelino y hoy tiene un Paseo en su Madrid. El paseo de un hombre que amó la libertad.

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