Se cumplen 18 años, pero en este caso esos años pueden ser toda una vida, o pudieran haber sido ayer mismo. El tiempo se diluye, se difumina, se estira, o se encoje, cuando se enfrenta al dolor humano, a la sangre vertida, a la memoria de la barbarie.
El horror es siempre un indeseable déjà vu que nos asalta cuando menos lo esperamos. Ahí está Ucrania para demostrarlo. Indisolublemente unida a Irak, Siria, Afganistán, o cualquiera de esas decenas de guerras y conflictos en Kurdistán, los rohjinyás birmanos, Yemen, Sudán, Palestina, el Sahara, el Sahel, República Centroafricana y otros muchos países.
Madrid, 11M, año 2004, cientos de familias, miles de personas, quedaron marcadas por aquellos atentados en los trenes que viajaban hacia Atocha a su paso por El Pozo del Tío Raimundo, Santa Eugenia, calle Téllez, Atocha. En el atentado terminaron muriendo más de 190 personas y más de 2.000 resultaron heridas.
Madrid había protagonizado algunas de las mayores manifestaciones y movilizaciones contra la guerra, pero también el gobierno de Madrid se había prestado a un trío con Estados Unidos y Gran Bretaña, en la famosa foto de Bush, Blair y Aznar, acogidos por el Presidente portugués Durao Barroso en las Azores. Un 15 de marzo de 2003.
Siguiendo las mentiras sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, aquellos personajes de las Azores, hombres todos, se conchabaron para amenazar a Sadam Husein con invadir su país, cosa que terminaron haciendo, con el terrible resultado de muerte y destrucción que todos conocemos.
Madrid y Londres quedaron convertidos desde entonces en objetivos para el terrorismo islamista, como Nueva York lo había sido aquel 11-S del año 2001. En 2004 Madrid sufrió los atentados del 11-M en los trenes y un año después, el 7 de julio, tres explosiones en el metro de Londres y una cuarta en un autobús, causaron más de 50 muertes.
Los pueblos pagamos con sangre, muerte de seres queridos, heridas físicas, psíquicas y sociales de por vida, las guerras, los atentados, las decisiones de gobernantes que rara vez mueren en las guerras, mientras mandan a nuestros jóvenes a morir, a matar a otros jóvenes, mientras deciden masacres de ciudadanos y ciudadanas inocentes bajo las bombas.
192 personas murieron en Madrid el 11M, casi 3.000 murieron el 11S de 2001 en Nueva York, casi 900.000 personas han muerto en la guerra de Irak, en su gran mayoría civiles. Las guerras de EEUU tras el 11S han conllevado que 37 millones de personas hayan perdido su casa y se hayan visto obligados a convertirse en exiliados, refugiados, desplazados.
Pero el negocio ha sido redondo para unos cuantos poderosos que movieron hasta 8 billones de dólares en gastos militares, de destrucción, de reconstrucción. Dinero tirado, pero dinero que ha entrado en los bolsillos de unos pocos negociantes y proveedores, entre los que se encuentran muchos de los altos cargos del Gobierno de Estados Unidos.
Es lo que tienen las guerras, que ninguna es buena, que en todas mueren inocentes, que siempre mueren más civiles que soldados y siempre más soldados que altos mandos, o que responsables políticos. Las guerras las declaran unos oligarca contra otros oligarcas que casi nunca mueren en esas guerras.
En las guerras mueren jóvenes que viajaban en los trenes camino de sus estudios, de sus trabajos. Trabajadoras y trabajadores de los pueblos y ciudades de la periferia que se desplazaban a Madrid, a sus puestos de trabajo. Mujeres y hombres de todas las edades, de todas las nacionalidades que venían a trabajar, a estudiar, a una consulta médica.
Ayer en Madrid, hoy en Ucrania y siempre y en todo momento, en esos países pobres en los que los señores de la guerra, los jefes tribales, los poderosos del lugar deciden repartirse las riquezas a costa del dolor y la muerte de sus pueblos.
Son las clases dominantes las que organizan las guerras, con ejércitos a su servicio y en nombre de una patria que nunca es nuestra patria de gentes humildes, sencillas, trabajadoras, del pueblo. Imbuidos por las consignas de propaganda, aplaudimos enfervorecidos a quienes marchan alegres a la muerte en esos lugares de donde ya no vuelven nunca los seres queridos.
Aquel 11M de hace 18 años sólo encontré refugio en el poema de César Vallejo, Los Heraldos Negros:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Madrid era silencio, un silencio de plomo, en el que hasta el cielo lloraba. Bajo la lluvia, cientos de miles de personas, compartiendo el dolor y ese sentimiento de haber sido arrasados por los potros de bárbaros atilas, o los heraldos negros que nos manda la muerte.
Todos los años, cada 11M, volvemos a aquel silencio, a la memoria del dolor, a la solidaridad, al compomiso con la Paz, por la Libertad, contra la Guerra. Al Basta Ya y Nunca más.