Los de Atocha y la Historia de las CCOO

No lo he hecho de forma intencionada, por más que haya quien quiera ver siempre oscuras premeditaciones y extrañas conspiraciones en todo cuanto se encuentra a su paso en el camino. Dejé la historia de las CCOO de Madrid, en el anterior capítulo escrito para El Obrero, en la muerte del dictador y la galerna de huelgas que acabaron con la dictadura.

Porque conviene recordar, de nuevo, que eso de la Transición modélica y pacífica es un cuento adormecedor que nos venden cada día. Conviene recordar con Sartorius que el dictador murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle.

Lo que yo recuerdo de aquellos días son oleadas de conflictos, huelgas, atentados terroristas de la ultraderecha y de la ultraizquierda, secuestros del GRAPO y de ETA, represión policial que producía muertes en las calles, emboscadas de siniestros ultraderechistas que dejaban muertos en las esquinas.

Y los muertos de Atocha. Aquel atentado, que durante muchos años llamaron Matanza de Atocha, se produjo el 24 de enero de 1977, durante una semana trágica, una semana negra de muertes violentas de manifestantes, secuestros de altos cargos de la dictadura, actos terroristas contra policías y guardias civiles. Siete días de enero que hicieron temblar el proceso de Transición.

Tres ultraderechistas armados subieron aquella noche al despacho laboralista de la calle Atocha, donde se encontraban reunidos los abogados de barrios y pueblos de Madrid. Fue una casualidad la que hizo que los laboralistas de Atocha cambiaran de despacho para que los de barrio se reunieran en Atocha, 55.

Los ultraderechistas, que buscaban a los dirigentes sindicales de la huelga del transporte, se encontraron con un administrativo, siete abogados y un estudiante de Derecho que daba sus primeros pasos en la defensa de las asociaciones vecinales que organizaban a la ciudadanía para mejorar la vida y conseguir derechos sociales.

Los acorralaron en una sala y comenzaron a disparar hasta que abatieron a todos. El resultado fue la muerte de los abogados Luis Javier Benavides, Enrique Valdelvira, Francisco Javier Sauquillo, del administrativo Ángel Rodríguez Leal y el estudiante Serafín Holgado.

Heridos quedaron otros cuatro, Miguel Sarabia, Luis Ramos, Alejandro Ruiz-Huerta y Lola González Ruiz. Heridos de por vida, secuelas de por vida, dolor incurable. Vidas que ya nunca volvieron a ser las mismas. He hablado con ellos con frecuencia y el rastro de aquella noche nunca desaparecía de su mirada, del pausado tono de su voz, de su forma de estar en cada momento de su vida.

Basta pensar en Lola, herida, superviviente, sobreviviente, que perdió a su marido, Francisco Javier Sauquillo en el atentado y que había perdido ocho años antes a otra pareja, Enrique Ruano, cuando fue víctima de uno de esos frecuentes accidentes y caídas desde las ventanas, que sufrían algunos detenidos por la Brigada Político Social, la secreta, esa especie de Gestapo a la española.

La manifestación que acompañó el entierro de los de Atocha fue una demostración impresionante de serenidad, dolor contenido, voluntad de existir, fuerza de la izquierda organizada. Miles de puños en alto, miles de claveles, miles de trabajadoras y trabajadores que dejaron el trabajo y acompañaron el desfile de los féretros por Madrid.

Tras el atentado de los Abogados de Atocha, tras aquella impresionante despedida que les dio Madrid,  ya no hubo vuelta atrás. Aquella Semana Santa Adolfo Suárez, el Presidente del Gobierno, anunció la legalización del Partido Comunista y el 27 de abril, fueron legalizadas las organizaciones sindicales.

Desde su asesinato, una representación de las CCOO de Madrid recorre, a primera hora del 24 de enero los cementerios de Carabanchel y de San Isidro donde se encuentran enterrados tres de los asesinados en Atocha. Otro de ellos se encuentra enterrado en Salamanca y otro en Casasimarro (Cuenca).

Tras ese recorrido acuden a la Plaza de Antón Martín, para depositar una corona de flores. Al principio, en el portal de Atocha, 55. Más tarde, desde 2003, ante el monumento a los Abogados de Atocha, que se encuentra en la misma plaza. Como algo inconcebible hoy en día, con unas derechas municipal, autonómica y del Estado central acogotadas por la ultraderecha, un alcalde del PP, proveniente de las fuerzas democristianas que integraban la UCD, acordó con nosotros, con las CCOO de Madrid, levantar un monumento en Antón Martín en memoria de los de Atocha.

Un proyecto que terminó siendo encomendado a Juan Genovés, el famoso pintor español que convirtió su cuadro El Abrazo en bronce alzado sobre piedra, como un símbolo de la fortaleza de cuantos defienden la libertad y los derechos frente a la opresión, la dictadura y el miedo.

El 3 de junio de hace ya casi 20 años inauguré el Monumento a los de Atocha, junto a Genovés y al propio Álvarez del Manzano, que así se llamaba aquel alcalde. El alcalde recién elegido, Alberto Ruiz-Gallardón, había decidido que el protagonismo debía corresponder a quien había participado directamente en el proyecto y no a un recién llegado a la alcaldía, como él.

Imagino esa situación hoy en día y me cuesta aceptar el caos, la crispación, el ruido y la falta de entendimiento, sensatez y principios democráticos con los que hubiéramos topado. Cuando los Abogados de Atocha no son propiedad de nadie, ni del PCE, ni de las CCOO, ni de las Asociaciones de Vecinos, sino patrimonio de todo el pueblo.

Porque conviene recordar que ellos defendían al pueblo, a la ciudadanía y a cuantos deseaban superar una etapa de dictadura para abrir las amplias alamedas de la convivencia en libertad, en paz, con derechos laborales y sociales protegidos por una justicia universal, eficaz y ajustada en sus tiempos. Todos sabemos que una justicia lenta no es justicia.

Eso era lo que ansiaban esos jóvenes, que vieron segada su vida hace 46 años. Por eso, cuando pienso en ellos, creo que son mucho más que Historia, mucho más que honores, memoria del pasado que no volverá, placa conmemorativa.

Cuando pienso en ellos creo que el mejor homenaje que podemos rendirles cada 24 de enero es el de seguir trabajando para que los derechos constitucionales sean efectivos. Trabajando para que la sanidad pública, la educación pública, los servicios sociales, los servicios públicos, funcionen bien.

Para que las pensiones protejan a nuestros mayores, para que las personas dependientes puedan vivir dignamente, para que nadie carezca de empleo, o de los mínimos recursos para vivir. Para que la libertad y el respeto se impongan siempre sobre la imposición y la violencia.

Que sea el ejemplo de los de Atocha la bandera que empuñamos cada día. , como nos enseñó Paul Élouard y le gusta recordar a Alejandro Ruiz-Huerta, Presidente de aquella Fundación Abogados de Atocha, que propuse crear al Congreso de las CCOO de Madrid en el año 2004: Si el eco de su voz se debilita pereceremos.

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