Este año he podido pasear unos días por Lisboa. Una ciudad, como tantas otras, atestada de turistas. Viajar a Portugal está de moda y Lisboa no iba a ser menos que cualquier gran ciudad empeñada en vivir del turismo. Tras la pandemia repetiremos la fiesta y todos andamos obsesionados con retomar los viajes.
Descubrir los increíbles montes que nacen del mar en la vietnamita bahía de Ha Long. Cazar elefantes con nuestras cámaras y sufrir las persecuciones de algún que otro rinoceronte en Kenia. Admirar el Taj Mahal y contratar una excursión para bañarte en el río sagrado de los indios. A fin de cuentas limpiar tus pecados y reconciliarte con el ciclo de la vida está al alcance de cualquiera que pueda pagarlo, o endeudarse.
Pero en cada uno de esos lugares hay muchos mágicos rincones que aparecen en las guías en un espacio menos destacado, o que directamente no aparecen. A veces, en la vorágine de fotos, reseñas y guías, te topas con uno de esos rincones. En mi caso, en Lisboa, ha sido el descubrimiento del Museo do Aljube, un museo dedicado a la Memoria, al recuerdo de la larga dictadura que oprimió Portugal entre 1929 y 1974.
Un museo que añade en su denominación todo un compendio sintético de la idea generadora… Resistência e Liberdade. Un lugar para mantener viva la historia y la memoria de cuantos empujaron y mantuvieron la lucha contra la larga dictadura.
En una calle céntrica de Lisboa, un poco por encima de la Catedral, la calle Augusto Rosa, 21. En el edificio usado como lugar de detención y cárcel en el que la policía política portuguesa mantenía retenidos y sometidos a torturas a los disidentes, opositores y miembros de la resistencia.
Planta a planta vas descubriendo documentos de identidad falsificados, fichas policiales, testimonios, informes de confidentes, celdas de castigo, lugares de tortura, documentales con viejas imágenes. Comienzas por conocer la historia del edificio y sumergirte en un memorial dedicado a los resistentes y presos políticos.
Asciendes luego hacia el lugar donde te enfrentas a las imágenes de los medios utilizados por el régimen dictatorial para oprimir y reprimir al pueblo, desde los tribunales, a los delatores y colaboradores, o desde la censura a la persecución policial.
Hay que seguir subiendo peldaños para alcanzar la planta donde te encuentras con las organizaciones semilegales, o clandestinas, que se enfrentaron a un poder dictatorial que aspiraba a controlarlo todo. Allí se encuentran las celdas de aislamiento, los lugares e instrumentos de tortura, con los que se combatía y reprimía a los opositores, con los que se obtenían confesiones a la carta.
Por último, accedes a la planta en la que te enfrentas a las imágenes y los documentos de los movimientos anticolonialistas de liberación de Angola, Mozambique, o Guinea. Una última etapa que culmina el recorrido de la exposición permanente en las guerras coloniales que terminaron originando el movimiento de los militares que acabó con la dictadura el 25 de abril de 1974.
Un digno final de mujeres, hombres, niños, en las calles, junto a sus soldados llamados a la rebelión al emitirse en la radio la canción Grândola vila morena, compuesta por el inolvidable José Afonso. Hay momentos que son patrimonio de dignidad de los seres humanos y aquellas imágenes, aquellos recuerdos, forman parte para siempre de ese patrimonio.
Esto es Lisboa, señoras y señores. Esto es Portugal, un país que accedió a la libertad conquistándola y abriendo las puertas de las cárceles de la PIDE, la policía política. Sacando a la luz los lugares de tortura y convirtiéndolos en Museos para recordar y reivindicar a aquella ciudadanía que colocaba claveles en las bocanas de los fusiles.
Mientras tanto, aquí en España, contar con un museo dedicado a la Resistencia y la Libertad parece ser un ejercicio por el cual puedes terminar siendo acusado de rencoroso, irredento, vengativo. Tal vez porque nuestra Transición, ha sido convertida convertida en un mítico dechado de virtudes, que debe ser conservada en una urna sagrada.
Silencio y olvido selectivo ante todo. No seré yo quien niegue muchas de esas virtudes, pero tampoco puedo olvidar que una de las condiciones para su éxito fue edificarla sobre sólidos cimientos hormigonados que sepultaron cualquier tipo de recuerdo y de memoria.
Así es como, hasta algún momento reciente, que deberíamos reivindicar de forma unánime, como el asesinato de los Abogados de Atocha, ha sido descrito por el único sobreviviente de aquel momento trágico que vive entre nosotros, Alejandro Ruiz-Huerta, como “memoria incómoda”.
Me siento orgulloso del 25 de Abril. Me siento orgulloso de cuantos lucharon por la libertad y resistieron e hicieron frente a la dictadura. Me siento orgulloso de los Abogados de Atocha y del proceso único e irrepetible de Transición española. A fin de cuentas, creo que quienes me precedieron hicieron cuanto pudieron y a nadie se le puede exigir más, juzgando con ojos de hoy.
Pero no puedo entender un país que consagra el olvido y, frente a lo que hacen nuestros vecinos, o muchos países de Latinoamérica, no se ha dignado levantar un proyecto de Museo de la Libertad, la Resistencia y la Memoria. Nos lo debemos los unos a los otros en este lugar en que vivimos y al que llamamos España.