A menudo, para divertirse, suelen los marineros
dar caza a los albatros, vastos pájaros de los mares,,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al barco que se desliza sobre los amargos abismos.
Así es la vida, una visión fugaz que perdura en el tiempo. Alguien la plasma en el papel, siguiendo ese raro vicio de escribir la vida sobre el que nos habla Manuel Rico en su último libro y que termina marcando a toda una generación. Algo así ha pasado con El Albatros de Charles de Baudelaire, ese imponente poeta que acaba de cumplir 200 años sin haber perdido un ápice de fuerza en sus ideas y de belleza en sus poemas.
Baudelaire navegaba, con apenas 20 años, hacia los los Mares del Sur en una larga expedición de comerciantes, militares, hombres de negocios, dispuestos a construir sus vidas en la lejana Calcuta, un largo viaje de año y medio impuesto por su padrastro, un alto militar represor de levantamientos populares, para reconducir la vida bohemia y libertina del joven estudiante parisino. Es en ese trayecto cuando la visión del albatros sobre la cubierta del barco se convierte en poema.
Apenas los arrojan sobre las tablas de la cubierta,
esos reyes del azul, torpes y avergonzados,
dejan que sus grandes alas blancas se arrastren
penosamente al igual que remos a su lado.
Pero el viaje es interrumpido abruptamente en Isla Mauricio, cuando Charles decide volver apresuradamente a París, donde se entrega de nuevo a la bohemia de los escritores, pintores, artistas, a los amores apasionados, la crítica literaria, la escritura, las drogas, la bebida, los prostíbulos.
Llegaría luego su compromiso con la revolución de 1848, la que dio lugar al Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Casi una década después se publican Las Flores del Mal, ya en pleno Imperio de Luis Napoleón Bonaparte, regido por aquellos que él llama imbéciles burgueses, que le procesan de inmediato por ofender la moral pública y las buenas costumbres, le imponen multas, censuran el poemario y lo condenan por inmoralidad, pese a lo cual no consiguen frenar la difusión, éxito y reedición de la obra.
Este viajero alado, ¡qué torpe y débil!
Él, otrora bello, ¡qué feo y que grotesco!
¡Aquél que quema su pico con una pipa,
Otro imita, cojeando, al inválido que una vez voló!
En Las flores del mal está todo el romanticismo anterior, pero en un tiempo distinto, marcado por el ascenso de la burguesía que terminará produciendo el fracaso y la decepción. Una obra que, según algunos, le convierte en el Dante Alighieri de un mundo en decadencia.
Con él nacen el simbolismo, el decadentismo, todo el modernismo y buena parte del surrealismo. En él cabe todo lo extraordinario y lo mediocre, todo lo divino, lo diabólico y lo humano que nos habita, la grandeza y la miseria, el heroísmo y el abandono total, el aburrimiento y la decepción más absoluta.
De Baudelaire beben casi todos los grandes poetas a partir de ese momento. Desde Verlaine a Rimbaud, desde Mallarmé a Rubén Darío. Nos lo encontramos en André Breton, Walter Benjamin, T.S. Elliot, o Marcel Proust y hasta Stefan Zweig decide que su libro sobre los poetas se titule Baudelaire y otros poetas. De él nacieron los poetas malditos y cantantes libertarios como Georges Brassens. Pero todo estaba ya escrito, a sus 20 años, en el Albatros que representa cuanto será más tarde su vida, o la tuya, o la mía.
El poeta se asemeja al príncipe de las nubes
Que frecuenta la tormenta y se ríe del arquero;
Exiliado sobre el suelo en medio de las burlas,
Sus alas de gigante le impiden ya marchar.
Charles de Baudelaire acaba de cumplir 200 años, príncipe de los poetas que se entregó con pasión al vuelo de la vida y la dedicó a escandalizar a la burguesía hipócrita y a defender la libertad, pero no esa libertad concedida, otorgada, regalada, sino aquella que tan bien nos describe en aquel poema ¡Matemos a los pobres! que forma parte de su obra El Spleen de París, precursor de la prosa poética, en el que afirma,
-Sólo es igual a otro quien lo demuestra y sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla.
En estos tiempos de pandemia, decadencia generalizada, cinismo absoluto, hipocresía desmedida, liderazgos mezquinos, imperio de los burgueses, pobrezas inexplicables y libertad confundida con satisfacción onanista del capricho irracional del estómago y de los sentidos, Baudelaire vuelve a situarnos ante nuestra condición humana y a invitarnos a defender la verdadera libertad, la conquista de la igualdad, el vuelo del albatros.
Feliz bicentenario.