La Barata y el concursante

Con motivo del Día del Libro, el 23 de abril, la fecha en la que conmemoramos la muerte de Cervantes y Shakespeare, el Ayuntamiento de mi pueblo, en las puertas del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, decide convocar su Primer Concurso de Microrrelatos.

No suelo enviar escritos a este tipo de certámenes, pero algunas veces me permito hacerlo, aunque sólo sea por aumentar el número de participantes y apoyar con ello a quienes promueven este tipo de premios.

Abundan en nuestro país los premios de petanca, o el chito en el caso de mi pueblo. He visto pueblos donde se premia el lanzamiento de güitos, con sus convocatorias anuales, españolas, europeas y hasta mundiales. Hay premios de cartas, especialmente de mus y ganan peso otras variantes y premios como los de carreras a pié, en moto, en coche, o a través de los montes si es posible.

No faltan nunca los premios a los reyes y reinas de las fiestas. Ya lo dijo un buen día Saramago. Me refiero al portugués que alcanzó el Premio Nobel de Literatura. No confundir con una tal Sara Mago, tan bien conocida por aquella inimitable presidenta de la Comunidad de Madrid, por aquel entonces ministra de Educación y Cultura. Decía Don José Saramago,

-Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio, que es bueno para mi salud. Pero nunca he oído a nadie decirle a un deportista: tienes que leer.

Por este tipo de cosas, sin pretensiones de ganar nada, sin ansiar otro reconocimiento que el de la participación, me animo en ocasiones a pergeñar algún relato que remito a los organizadores del correspondiente premio.

En este caso, decidí traer a la memoria a La Barata, aquella mujeruca que, acompañada siempre por su mastín y cargando su cesta repleta de chucherías, recorría las talanqueras en los días de fiesta, vendiendo entretenidos manjares infantiles.

La Barata ha sido recordada por una pintora llamada Elena, embarcada en un proyecto denominado Casas con Vida. La ha pintado en la puerta de su casa, junto a sus talanqueras, con su cesta, sus niños y su mastín. Yo, por mi parte, quise dejar su retrato en palabras que formasen parte de un breve relato.

No sé cuántos relatos se presentaron a concurso, ni he podido leer ninguno de ellos. Un buen día recibo un correo de uno de los responsables de la organización del Premio, comunicándome que he resultado ganador del mismo. Es cortito, festivo y veraniego. Como todos mis cuentos lleva dentro un pelín de alegato.

Así que decido regalároslo en este extremado verano, que ya se decanta hacia un inevitable otoño.

Ahí lo tenéis,

 

La Barata

 

Según internet hay una mercería La Barata en Vallecas, una lavandería en Usera, una masía histórica con ese nombre en Matadepera y hasta un Torrente La Barata, en el Valle de Lord.

Un restaurante en Tarragona, entre la Catedral y el Anfiteatro romano. No conviene tampoco perderse los productos asturianos de La Barata en Cangas de Onís.  Hasta un alojamiento turístico en Casavieja lleva su nombre.

Las tiendas de ropa La Barata abundan por toda España, en Santurce, Baracaldo, Cádiz, Laredo, Segovia, Puerto de Mazarrón, Santoña, Olvera, Pontevedra, Granada, Murcia, Oviedo, o Sevilla.

Pero no es ninguna de esas Baratas, dedicadas a la comida, la ropa, el turismo y los paisajes, a la que quiero recordar. La que convoca mi frágil memoria es aquella otra Barata que se desplazaba con su cesta de chucherías, entre las talanqueras de madera y los carros que cercaban el improvisado ruedo en la Plaza Mayor, mientras una pequeña banda, aupada en un altillo de madera, interpretaba pasodobles, antes de que Orteguita, mi primer torero atrapado en el recuerdo, comenzase su faena.

La Barata pintada en la puerta de su casa. La Barata que merece aún un asiento de memoria entre nosotros.

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