ESPAÑA: ESTADO FEDERAL

España se desangra en una crisis de caballo. Una crisis que no ha nacido aquí pero que ha venido y se ha quedado, porque esta tierra estaba bien abonada para acogerla.

Un modelo económico especulativo basado en los altos precios de la vivienda y en el alto consumo interno. Un endeudamiento de alto riesgo de familias y empresas. Un empleo abundante pero temporal y precario. El embate ha sido brutal. El crecimiento del paro y la fractura social son la consecuencia inmediata.

La política de nuestros gobernantes se ha centrado en los recortes, ajustes, reducciones de salarios, reformas laborales, deterioro de los servicios públicos y los derechos sociales. Las políticas aplicadas en Europa por la troika compuesta por el BCE, la Comisión Europea y acarrean mayores tensiones económicas y sociales.

El panorama es alarmante. En este contexto, muchos se han encargado de debilitar las instituciones y sembrar la desconfianza en política.

El sentido común hubiera aconsejado reconocer el problema y unir esfuerzos equilibrados y compartidos para salir del atolladero. Pero es mucho pedir a unos políticos acostumbrados al regate en corto y el escaso sentido de Estado. O dicho de otra manera, incapaces de pactar un escenario de futuro para salir de la crisis y pensar un país para los próximos 20 años, obsesionados por la rentabilidad electoral inmediata.

Una derecha envalentonada por el triunfo electoral. Una izquierda que se mira el ombligo, incapaz de unir sus esfuerzos en torno a proyectos políticos con capacidad de vertebran el Estado.

En un momento así, la derecha radical y extrema, los tertulianos que hacen su Agosto, sembrando insidias, los radicales de todos los colores encuentran un caldo de cultivo abonado para la crispación.

Las sociedades generan conflictos. El arte de la política es saber resolverlos compaginando intereses de todo tipo, muchas veces contrapuestos. Asegurando la justicia y la igualdad y garantizando los derechos que nos hacen sentirnos libres e iguales.

El conflicto territorial es una constante en la Historia de España. El Estado de las Autonomías ha resuelto en parte y durante un tiempo el problema. Pero nada es eterno. Ahora, cuando arrecia la crisis y los problemas sociales, la fuga hacia delante de agudizar la tensión territorial es una tentación acariciada y constante.

Resulta paradójico que ni Artur Mas, tan de derechas como Rajoy, con el cual pacta cada día en Madrid y en Cataluña, haya decidido relenzar el independentismo como solución mágica para superar la crisis. Un Artur Mas campeón de los recortes sanitarios, educativos y sociales en Cataluña, como Rajoy lo es en el Estado y Aguirre lo ha sido en Madrid.

Probablemente la solución autonómica se ha agotado, tras casi 35 años de convivencia constitucional, pero la descentralización ha tenido efectos positivos en el desarrollo territorial y el mayor equilibrio.

La solución no pasa por un nuevo centralismo del Estado capitalizado desde Madrid. Nadie, salvo muchos casposos tertulianos, puede dejar de percibir los peligros de la recentralización.

Me parece mucho más útil abrir un debate que culmine en un Estado Federal, reforzando instituciones como el Senado y abordando el modelo de financiación. Asegurando derechos esenciales y básicos para la ciudadanía en todo el Estado.

El mundo se globaliza. Nuestro espacio natural es la Unión Europea. Podemos construir un modelo político federal de convivencia, tal como lo hicimos para superar una dictadura. Pero eso exige diálogo, negociación, serenidad, mirada clara y voluntad firme y de todo ello no andamos sobrados.

Pese a ello, más nos vale tirar del carro, antes de que el carro se despeñe arrastrándonos con él. No nos lo merecemos, pero es lo que tendremos si no ponemos remedio.

Francisco Javier López Martín

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