España siempre ha sido una excentricidad en Europa. No por estar geográficamente lejos del centro. Me refiero al hecho de vivir en un país que soporta las tasas más altas de paro y temporalidad en la Unión europea.
La crisis económica y sus efectos sobre el empleo ha acentuado aún más la excentricidad española. La situación es dramática y, sin embargo, se intenta generalizar la aceptación como normal de un desempleo masivo. Empresarios, fuerzas políticas mayoritarias y tertulianos nos machacan diariamente con soluciones peregrinas, insostenibles, inaceptables e indignantes, como imponer reforma laborales que facilitan el despido y lo abaratan. O una reforma de la negociación colectiva que intenta laminar los derechos laborales en las empresas. Soluciones que no crean empleo y, lo más grave, alientan su destrucción.
Los últimos datos del paro en Madrid lo ponen de manifiesto. En Madrid baja el desempleo en 6.365 personas, pero pierde 4.836 afiliados a la Seguridad Social. Tenemos casi 470.000 personas apuntadas como demandantes de empleo. Si baja el número de apuntados en el paro, pero baja el número de trabajadores, sólo puede significar que cunde el desánimo y la desconfianza de que apuntarse al paro sirva para algo.
La mitad de los parados lleva más de un año sin encontrar empleo y sigue aumentando el número de parados sin ayuda, subsidio, o prestación alguna por desempleo. Son ya 195.000 personas. No se hacen más contratos y, de los que se hacen, el 88 por ciento son temporales.
El empleo es el principal mecanismo para integrarse, para la inclusión social. Perder el empleo es percibido como fracaso, temor, sorpresa, inquietud, impotencia, desconcierto y sensación de inutilidad.
El paro tiene sexo, edad y condición social. Afecta más a las mujeres, a los jóvenes, a las minorías étnicas, a las personas con discapacidad.
El paro es falta de renta, pero también es hacer que miles de personas sobre-educadas, trabajen en condiciones que impiden y bloquean sus aspiraciones y proyectos personales.
Es también aceptar trabajar clandestinamente, sin contrato, sin derechos, en la economía sumergida.
El empleo no lo crean los gobiernos. Los Gobiernos no trajeron la crisis. La crisis destruye los empleos. Pero los gobiernos no pueden permanecer impasibles, ante la crisis, el paro, el podrecimiento de sus ciudadanos.
No es tolerable que gobiernos como el de Aguirre, con la complacencia de empresarios como Arturo Fernández, olviden a los parados utilizando a ZP como disculpa.
Sin inversión pública, sin mejorar la calidad de los Servicios Públicos de Empleo, sin fortalecer los Servicios Públicos como la Sanidad, la Educación o la Atención a la Dependencia, no es posible contener los más duros efectos de la crisis sobre los pueblos.
De eso se trata en estos momentos, de defender a la ciudadanía frente a la crisis, el paro, el empobrecimiento, la fractura social, el deterioro de la política y las instituciones.
Pero eso exige voluntad, compromiso, decisión y capacidad de negociación y diálogo. No parece que estas cosas estén de moda. Pero, o eso, o el caos y la agudización de los conflictos.
Francisco Javier López Martín