La Semana Santa es tiempo de procesiones. Las cofradías preparan sus pasos con la esperanza de que no llueva y su carrera por la ciudad sea lo más vistosa posible. Vistosidad del dolor humano, concentrado en un hombre que, tras entrar triunfante en Jerusalén, a lomos de una borriquita, es detenido, torturado, condenado y ejecutado en una cruz, al estilo romano, como se ejecutaba a cuantos se oponían a la dominación imperial romana sobre Israel.
Por eso abundan los pasos de la borriquita, el monte de los olivos, el prendimiento, todas y cada una de las estaciones del viacrucis, calvario y muerte de Jesús. Abundan las Marías madres envueltas en lágrimas, las María Magdalena, los apóstoles, los romanos, los judíos, los Caifás y Pilatos, instigadores y ejecutores materiales de los hechos acaecidos. La epopeya del dolor humano, en el corazón mismo de la condición humana, ancestral, contradictoria, dramática, cuando no trágica.
Este año, el más duro desde que comenzó la crisis, serán muchos los madrileños y madrileñas, que recorrerán las calles acompañando a los pasos procesionales. Imaginemos, por un momento, la larga procesión que compondrían las 542.000 personas paradas en Madrid, de las cuales 250.000 carecen de todo tipo de prestación, ayuda, o subvención.
Una procesión que no se producirá en Semana Santa pero que contaría con 279.000 hombres y 262.500 mujeres madrileñas. Con 263.000 personas jóvenes, menores de 35 años, o con 233.700 personas que llevan ya más de un año cargando a cuestas la cruz del paro, el 43 por ciento de todos los parados madrileños.
Para nuestros parados, cada día es un viacrucis, en el que cada estación es aún más dolorosa. Una situación que hace de cada día del año un Jueves Santo, sin esperanza de resurrección por la vía de encontrar un empleo. Para más INRI, la cultura neoconservadora en lo político, ultraliberal en lo económico, estigmatiza y culpa al parado de su situación por no ser competitivo, cualificado, flexible y adaptado a un mundo de perros. Quedar en paro, quedar atrapado durante meses y años en el desempleo es, como poco, una maldición bíblica como la lepra, cuando no un castigo merecido por algún desconocido pecado original. Cobrar el paro, un subsidio, una ayuda, es interpretado como un acto de egoísmo supremo, un lujo insostenible, un gasto insoportable para el resto de la sociedad.
Los parados, cada vez más, cada vez durante más tiempo, cada vez menos protegidos económicamente, inician la senda, la pendiente, larga y pronunciada, hacia la pobreza y la exclusión social. Condenados a la beneficencia, en lugar de a la justicia social, concepto tan querido y acuñado por la Iglesia, más en tiempos pasados que en los presentes, por desgracia.
En esta Semana Santa, estés donde estés. Trabajando, viajando, disfrutando de la familia, en tu casa, cuando veas pasar cualquiera de los numerosos desfiles procesionales, recuerda la interminable procesión de los parados y su calvario de cada día. Recupera tu deseo de justicia y tu capacidad de indignación. Resucita tu capacidad de compromiso y echa a andar para que Madrid cambie y esta procesión se detenga, para que cada persona parada cuente con un empleo o, cuando menos, no quede abandonada a su suerte y cuente con una ayuda. Es de justicia, que el pueblo de Madrid debe alcanzar, el próximo 22 de Mayo.
Francisco Javier López Martín