262.000 mujeres paradas en Madrid, son 149.200 mujeres más en el paro que cuando comenzó la crisis. Un 131,7 por ciento más de mujeres paradas. Es cierto que a los hombres no les ha ido mejor.
Hay 279.500 hombres parados, es decir 183.400 más que la iniciarse la crisis, con un crecimiento del paro masculino del 191 por ciento. Son embargo la tasa de paro de las mujeres madrileñas es del 16,2 por ciento y la de los hombres el 15,4 por ciento. La causa se encuentra en que la tasa de actividad de los hombres se encuentra en el 72,1 por ciento y su tasa de ocupación en el 59,1 por ciento, es decir casi 6 de cada 10 hombres trabaja. Mientras que la tasa de actividad de la mujer es del 61 por ciento y su tasa de empleo, del 49,5 por ciento. Es decir, menos de una de cada dos mujeres trabajan, lo cual significa una pérdida de riqueza nacional muy importante.
Vivimos tiempos de pasión, cargados de pasos procesionales. Ahí está esa procesión de mujeres madrileñas que soportan no tanto las diferencias, sino la desigualdad machacante y evidente. Mujeres que soportan tasas de actividad 13 puntos porcentuales inferiores a los hombres y tasas de ocupación 11 puntos inferiores. Y eso que la crisis ha golpeado sobre todo a la construcción y la industria, con menor presencia femenina. A partir de ahora, con el deterioro del sector servicios, sólo salvado por la mayor afluencia turística, pero muy tocado por las menores ventas y por las dificultades financieras de los ayuntamientos, que ponen en riesgo los servicios públicos, las cosas pueden empeorar. Ya se sabe que todo lo que es susceptible de empeorar termina empeorando, si nadie hace nada por evitarlo y no parece que nuestro Gobierno Regional, encabezado por Aguirre, ponga interés alguno en hacer cuanto esté en su mano, no sea que se entienda que toda la culpa no es de Zapatero.
Menos trabajo, más temporalidad, más precariedad laboral, menos salario, más tasa de paro, más jornada a tiempo parcial, menos pensiones y pensiones más bajas, violencia de género, también en el ámbito empresarial y laboral, añadidos a la dificultad de conciliar la vida laboral y personal, componen un viacrucis al que la mujer madrileña es injusta, pero sistemáticamente, sometida.
Para más desfile procesional, para más inri, Esperanza Aguirre elimina de un plumazo el único instrumento oficial de participación social de la mujer en las políticas que la afectan, el Consejo de la Mujer, de larga e intensa actividad, en la vida pública madrileña.
Es cierto que se han dado pasos hacia la igualdad en España. Leyes, programas, campañas, pero las bases profundas de la desigualdad y la discriminación permanecen, si no intactas, sí evidentes.
La procesión de las mujeres, que luchan cada día para abrirse camino en la sociedad y en el empleo, soportando la desigualdad y la discriminación, siguen separando a España, también a Madrid, de un entorno europeo que debería motivarnos a remover y cambiar el destino de más de la mitad de la ciudadanía española y madrileña.
Francisco Javier López Martín