Esperanza Aguirre no tiene dinero. Uno se da cuenta cuando estudia sus promesas electorales, las que anuncia cada día en los medios de comunicación. El más reciente ejemplo lo tenemos en la educación. Esperanza Aguirre promete crear un Instituto de la Excelencia para unos pocos alumnos superdotados.
Sabe Esperanza Aguirre que el coste económico de esta medida no es muy alto y sabe que la repercusión de su anuncio en el debate electoral será muy alta.
No nos dice Esperanza Aguirre que ese Madrid de su Excelencia presenta un 40 por ciento de jóvenes menores de 25 años en paro, o más del 60 por ciento de los menores de 19 años en paro. Un Madrid de la excelencia aún menos defendible si tomamos en cuenta que el 26,4 por ciento de nuestros jóvenes de 24 años no ha completado el nivel formativo de la ESO.
ESO significa Enseñanza Secundaria Obligatoria. La educación obligatoria en España la constituyen los seis años de enseñanza primaria y los cuatro de ESO.
Cuando hablamos de derecho a la educación, reconocido constitucionalmente, hablamos de que cada españolito termine la ESO, aprobando. No basta pasar por el pupitre sin aprobar. Luego va a trabajar, o sigue estudiando formación profesional, o bachillerato, en alguna de sus modalidades, que más se adapte a sus necesidades, intereses y capacidades. Por eso hay bachilleratos de ciencias, artes, sociales, lingüísticos, de ciencias de la salud, porque no somos iguales y somos excelentes en algunas cosas y muy normales en otras.
Cuando hablamos de excelencia hay que preguntarse siempre, excelente en qué y para qué. Podemos comprobar que la clave se encuentra en la riqueza que genera el encuentro de diversas riquezas en una generación, en el proceso formativo, en compartir un elenco de derechos y voluntades encaminadas al progreso de una sociedad.
Nada que ver con la segregación de tontos y listos que planea Aguirre, cuyas consecuencias últimas son la creación de un régimen de apartheid, en el que blancos y negros, creyentes y no creyentes, niños y niñas, se formen en circuitos distintos, impidiendo así la convivencia enriquecedora de la diversidad y la pluralidad. Impidiendo que compartamos un mismo proyecto de país.
Haría bien Esperanza Aguirre en reconsiderar sus planteamientos educativos, especialmente en unos tiempos de crisis que agudizan una fractura social, que si no se combate con políticas públicas, no hará sino incrementar la conflictividad en torno a desigualdades cada día más sangrantes.
Los chicos de la Escuela de Barbiana, en Italia, ya lo decían hace más de 40 años. Escribían para su maestra, pero parece que lo hicieran para Aguirre: “Querida Señora: usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos! Yo en cambio he pensado mucho en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamáis escuela, en los chicos que rechazáis. Nos echáis al campo y a las fábricas y os olvidáis”.
De eso se trata. De que cada cual desarrolle sus posibilidades, actitudes y aptitudes, pero todos, no sólo los “excelentes”.
Francisco Javier López Martín