304

Ese chaval que acaba de meter un gol impecable y portentoso, el que en su alegría termina dibujando con sus dedos un número sobre su pecho, es hijo de un marroquí y de una mujer de Guinea Ecuatorial. No tiene edad de votar, pero ahí donde le veis ha hecho más contra el racismo, por la convivencia y la integración que muchos discursos en redes sociales.

Se llama Yamal, Lamin Yamal y no voy a negar que no me sonaba de nada hasta hace unos días. De no ser por este campeonato europeo de futbol, creo que no hubiera tenido demasiadas referencias de él. Un chaval que, con 16 años, acaba de terminar la ESO.

El gesto de Lamine Yamal, ese 304 que sus manos cruzadas componen sobre su pecho, ese número que marca las tres últimas cifras del código postal de Rocafonda, el barrio de Mataró donde reside, tiene mucho que ver con el sentimiento de tantos jóvenes, tantas mujeres, tantos inmigrantes, de amar el lugar donde viven.

Yo soy de donde trabajan mis hijos,

le respondió su madre a Joan Manuel Serrat, cuando le preguntó de dónde era, de dónde se sentía, a aquella aragonesa que vivía en Barcelona.

Luego Serrat explica y reafirma la contestación de su madre,

-Soy de donde me han ocurrido cosas, he compartido, soñado, enamorado, aprendido y donde mis amigos han sido capaces de aportarme. Por eso me defino así. Porque nací en Barcelona, me siento profundamente catalán, español y latinoamericano.

Nada distinto de lo que mis alumnas marroquíes me contestan cuando, tras trabajar en clase sobre el lugar donde han nacido y sobre el lugar donde viven, me cuentan que la ciudad que más les gusta es Parla.

Puede que nacieran en las impresionantes y sobrecogedoras montañas del Rif. Puede que hayan vivido en las costas de Valencia, o en el imponente San Lorenzo de El Escorial, pero la ciudad que más les gusta es Parla.

Ya ve usted, Parla, una ciudad de frío estepario en invierno y de calor arrollador y desmedido en verano. Un pueblo que tenía 1.300 habitantes hace cien años, 30.000 hace cincuenta años, poco más de 70.000 hace veinticinco y más de 130.000 en nuestros días.

La ciudad más pobre de Madrid, la que cuenta con una tasa más alta de paro en la región, la que ostenta mayor porcentaje de población inmigrante, casi uno de cada cuatro vecinos.

Gentes de Parla, leyendo y aprendiendo cada día el poema de Galeano,

Que no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local.

Ya ve usted. Mataró con sus cerca de 130.000 habitantes, con una base industrial mayor que la de Parla, que hizo que contara ya con 25.000 habitantes hace cien años, pero con el mismo aluvión de inmigración interior en los 60 y exterior a partir de finales del siglo pasado.

Mataró, con unas tasas de paro similares a las de Parla, con una de las rentas más bajas de la provincia de Barcelona, con un porcentaje de población inmigrante que supone uno de cada cinco vecinos. Eso sí, su clima es mediterráneo y no tiene nada que ver con las estepas castellano manchegas.

Y, sin embargo, el 304 de Yamal, la respuesta de muchas mujeres inmigrantes, o la contestación de la madre de Serrat, reivindican un deseo de pertenencia, de construcción de un futuro mejor. Reivindican a sus deportistas, a sus grupos musicales, a sus actores, por pequeña que sea la serie donde aparecen.

Muchas de mis alumnas a duras penas leen y escriben con dificultad, pero algunos de sus hijos, muchas de sus hijas, han estudiado economía, administración de empresas, filología, derecho, o medicina, hablan numerosos idiomas, trabajan en Londres, en París, o en Barcelona. Como para no sentirse orgullosas.

No sé cómo evolucionará este chaval de 16 años que ahora debería comenzar el Bachillerato. He visto a muchos jóvenes, demasiado jóvenes para ser tan famosos, que han perdido el Norte y han dilapidado un montón de ilusiones y buenas intenciones.

Me contaba un buen día el Presidente de uno de los grandes clubes españoles que tenía que actuar como un padre con sus chavales de la plantilla, nacidos en las favelas de lejanas ciudades, alejados de sus madres, bañados en dinero, festivos, divertidos, disfrutones hasta la extenuación, endiosados antes de tiempo.

Pero siempre albergo la esperanza de que termine triunfando el deseo de superación, el sentido común, los principios mamados en la familia, el orgullo de ser fiel a cuantos nos vieron nacer y crecer, a quienes compartieron juegos y pupitre con nosotros. Y es lo que deseo para el jovencísimo Yamal.

Por lo pronto sí sé que, una vez más, el orgullo de clase, de los nadie, de los de abajo, se ha abierto camino. Y, cuando estas cosas pasan, cuando alguien tan joven enarbola con sus manos ese 304 en mitad de su pecho, me siento también orgulloso con él.

Me lleno de confianza pensando que no todo está perdido y que tenemos que seguir creyendo que los de abajo podemos confabularnos en nuestras debilidades para mejorar las cosas. Me entran ganas de parafrasear las recientes declaraciones de Vicente del Bosque y defender algunas cosas como que,

Los inmigrantes nos han hecho mejores.

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