Vivimos en un país que no ha superado los viejos problemas que le acucian desde hace siglos en muchos casos. Me detendré sólo en algunas de aquellas cuestionas que consumen a España. La cuestión de haber perdido un imperio y haber evitado encontrar otras fórmulas de mantener la unidad, no entendida como un espacio geográfico unido, sino como voluntad de convivir sobre bases de respeto a la diversidad de las culturas y la pluralidad de las ideas.
La cuestión agraria, que no es otra cosa que la incapacidad para acordar un modelo de crecimiento. Somos país de terratenientes ayer y especuladores del suelo hoy, enladrilladores de grandes ciudades y de dunas playeras, vendedores de sol, diversión, copas y jarana, desertificadores de la España interior, abandonada, vaciada. La construcción, el turismo y las remesas de dinero de los emigrantes fueron la base de capital del desarrollismo franquista cuya estructura económica nunca fue derrotada.
La cuestión social como resultado de un reparto injusto de las rentas y la falta de respuesta a los problemas acuciantes de vivienda, alimentación, pobreza, formación, atención sanitaria, protección social. Hemos avanzado mucho, pero queda mucho por hacer para alcanzar las medias europeas en estas cuestiones.
Madrid tenía mucho de lugar de encuentro, foro, plaza pública, un ágora al que podían acudir quienes se sentían damnificados, desde las cuatro esquinas de España, para exponer sus problemas, entablar diálogo, encontrar y acordar soluciones.
Eso fue así exactamente hasta el Tamayazo, a partir del cual Madrid renunció a ser Región-capital de las Españas para convertirse en mal ejemplo, cueva de ladrones, patio de Monipodio, patria de la picaresca, la estafa y la corrupción, charco de ranas, a las órdenes y bajo la égida de Esperanza Aguirre, la gran beneficiaria del transfuguismo.
Los escándalos vividos en Madrid han dado nombre a las principales tramas de corrupción del consorcio económico-empresarial, desde la Púnica, la Gürtel, Lezo, la Ciudad de la Justicia, construcción de nuevos hospitales privatizados, concesiones de colegios concertados y universidades, Canal de Isabel II, caja B, hasta la aprobación de la Operación Chamartín en plena pandemia, las concesiones de pruebas sanitarias y rastreos a entidades sanitarias privadas, el montaje y desmontaje del hospital del IFEMA, o la aparatosa construcción del hospital Isabel Zendal.
Madrid se ha convertido en el callejón del esperpento, la imagen deformada de España, el lugar donde la crispación hace nido y el desencuentro de los tertulianos incendiarios se encuentra más cómodo. En Madrid no hay política, sino chascarrillo y postureo chulesco, no hay gobierno sino cosa nostra, negocio privado y puerta giratoria. No hay noticias sino mentideros, no hay líderes, sino agitadores profesionales. Salvo honrosas excepciones, que haberlas haylas.
En estas, el próximo 4 de mayo, tras las celebraciones festivas del 1 y el 2 de mayo, vamos a asistir a la escenificación del capricho interesado de una mujer que quiere que elijamos entre comunismo y libertad cuando nosotros queremos elegir entre vivir con dignidad y malvivir la condena de sus corrupciones, desigualdades y recortes del bienestar.
Conviene alejarse, volar por encima del rifirrafe madrileño, para valorar qué es lo importante y qué lo accesorio de cuanto se está ventilando en estos momentos en este Madrid que, para bien o para mal, será también importante para toda España, un momento de apuesta por la libertad de los justos, o de vuelta al negro pasado de los nostálgicos del franquismo. Una señal para Europa, abriendo o cerrando las puertas al fascismo en un gobierno ultraconservador.
No sé si ha hecho bien o mal Pablo Iglesias dejando la vicepresidencia del gobierno de España para competir en las elecciones madrileñas, o si se trata de un gesto aparatoso, pelín vanidoso y un ejercicio rocambolesco. No sé si la diputada Mónica ha hecho bien en utilizar acusaciones de machirulismo para justificar que a la izquierda del PSOE no haya una lista única.
No sé si Sánchez se equivoca, o acierta, presentando de nuevo a Ángel Gabilondo, no sé si tendrá el mismo tirón que en las anteriores, hasta el punto de ganar en Madrid, pese a reconocer ser soso, serio y formal, en tiempos de aspavientos, chulería y diseño de personajes vacíos de contenido.
Lo que sí sé es que no debemos quedarnos en casa. Podemos votar por correo, o hacerlo el día 4 para que la ultraderecha no entre en el gobierno de Madrid, para que nadie nos robe los recursos que necesitan la sanidad pública, la educación pública, los servicios sociales, la protección social, las pensiones, la calidad de nuestras vidas.
Votar para que las libertades públicas, el derecho a vivir dignamente y morir con dignidad, no retrocedan ante aquellos que quieren la vuelta a la crispación, aquellos que defienden a los golpistas, aspiran a que una minoría de privilegiados acogote, atemorice, arruine y destruya las vidas y haciendas de quienes encontraron en las libertades democráticas y la construcción de un Estado Social la forma más segura de superar confrontaciones, guerras y exterminio.
Hoy, más que nunca, defender la libertad, la justicia y la solidaridad, es votar dignidad de las personas y de nuestra sociedad. Es votar a la izquierda. En ello van nuestro futuro y nuestro mejores sueños de una vida mejor.