Vivimos un mundo de puras apariencias. Siempre nos han contado que todos nacemos libres e iguales. Así lo aprendimos en el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Todos sabemos que no es verdad, pero preferimos mantener la ficción para que el mundo siga funcionando como si nada.
La educación en la sombra es el nombre que se le ha dado recientemente a las clases particulares individualizadas en casa, en una academia, más recientemente online, orientación y tutoría, que permiten preparar exámenes y aprobar asignaturas con las que nuestros hijos han topado, ya sean de ciencias, de letras, idiomas.
Al parecer el gasto de las familias españolas en esta educación en la sombra, escondida, oculta, se ha multiplicado por tres desde el inicio de la crisis desencadenada en 2008, pasando de una estimación de unos 246 millones de euros, a 732 en 2017.
Parece que una de cada cuatro familias pagan este tipo de servicio. Eso sí, las familias ricas gastan cinco veces más que las familias pobres. Estamos lejos de otros países europeos en el consumo de este tipo de servicios, pero seguimos creciendo en su utilización.
Todos, en el campo, o en la ciudad, en el centro, o en los barrios, ricos, o pobres, queremos que nuestros hijos superen sus dificultades formativas y aprueben esas asignaturas que se les atragantan. La pandemia, con sus confinamientos y cuarentenas, no ha hecho sino agudizar esa tendencia y nuestra disposición a gastar en educación en la sombra.
Las clases particulares son muy difíciles de regular, han convivido siempre con el sistema educativo. Suponen unos ingresos en negro, o en blanco, para algunos profesionales, pero son la expresión del fracaso del sistema educativo, de su incapacidad de asegurar la igualdad de enseñanza al menos en los niveles obligatorios.
Siempre ha sido así, nunca se ha hecho nada al respecto, o al menos nada que contribuya a paliar los efectos del clasismo en la educación, la fractura social, la discriminación educativa, el abandono a su suerte de las personas con menos recursos y posibilidades.
Cuando alguien “fracasa” en los estudios la solución no es nunca el abandono educativo temprano, sino la revisión del sistema educativo, su mejor adaptación a las personas y el reforzamiento de su capacidad de corregir las desigualdades de partida, porque no todos partimos desde el mismo punto, ni desde el mismo nivel de experiencias, bagaje familiar, actitudes y aptitudes. Es el sistema el que tiene que adaptarse a la persona y no sólo la persona a los requerimientos del sistema.
Es un viejo debate. Hace ya casi 50 años unos jóvenes que estudiábamos bachillerato en Villaverde, un barrio obrero del cinturón rojo madrileño, decidimos embarcarnos en la tarea de ayudar a la chavalería del barrio a superar el alto nivel de fracaso escolar.
No éramos docentes, pero sabíamos que eso era tan sólo cuestión de tiempo, de ir a una Escuela Normal de Magisterio, atender en clase, estudiar en casa, trabajar a ratos y obtener un título. Eso ya llegaría. Por lo pronto podíamos acceder a leer a los grandes maestros, como Tolstoy, Makarenko, Paulo Freire con su Pedagogía del Oprimido, Suchodolsky, Ivan Illich, Gramsci, Rodari, Lodi, Freinet, Gutiérrez y su Lenguaje Total, o aquel curilla de las montañas de la Toscana llamado Milani y su Escuela de Barbiana.
Alquilamos unos bajos, embarcamos a unos cuantos padres en la aventura, nos convertimos en talochas, arreglamos el local y pusimos en marcha una Asociación para la Cultura y la Educación en Villaverde Alto (ACEVA). Nos dedicábamos a los repasos, a reforzar lo aprendido en la escuela, a ayudar con los deberes, a realizar lecturas, traer conferenciantes para debatir sobre cualquier cosa, a que los mayores ayudasen a los pequeños.
Por supuesto, no cobrábamos nada de nada y los gastos de mantenimiento y alquiler los costeaban las familias con las pequeñas cantidades que buenamente podían aportar. Eran otros tiempos, pero el problema era el mismo de siempre, una libertad asentada en la solidaridad y en la igualdad.
Hoy hay asociaciones vecinales, como La Incolora de Villaverde, que mantienen esos repasos, esas clases de refuerzo, tal vez porque algunos de sus miembros eran aquellos niños y niñas que acudían a los repasos en ACEVA. Los mismos que han recogido alimentos, juguetes, ropa, como otras muchas asociaciones vecinales, en los momentos más duros de la crisis sanitaria y sus consecuencias sociales.
La pandemia ha distorsionado muchas cosas en este país, pero lo primero que deberíamos haber aprendido es que no estamos solos y que las soluciones vendrán de la solidaridad entre nosotros mismos. La educación no puede ser un bien accesible tan sólo al que puede pagarse los refuerzos y las clases particulares.
La educación es un derecho de toda la ciudadanía y no es bueno, ni justo, que haya quien termine los niveles educativos obligatorios y básicos con un fracaso, simplemente por eso, porque es su derecho y el suspenso no es una opción.