Combatir la desilusión y la desgana

No sé qué ha pasado a lo largo de esta legislatura de gobierno de progreso. Debe haber sido algo muy gordo para que los votantes vayan dando por hecho que la derecha extrema, coaligada con la extrema derecha, van a gobernar con amplia mayoría nuestro país.

Dicen los defensores de la primera coalición de gobierno en la etapa democrática, que sobran los motivos para repetir los resultados que permitieron iniciar la experiencia de gobierno conjunto entre socialistas y los grupos situados a su izquierda, adscritos a diversas advocaciones.

Es cierto que no carece de mérito un gobierno que ha sido capaz de sortear las terribles condiciones impuestas por la pandemia, que han amenazado nuestra salud, nuestros empleos, la economía del país, su relación con la inestable economía mundial y nuestra estabilidad social.

Es cierto que la situación vivida ha sido dura y que el futuro se nos presenta como incierto pero, en comparación con muchos otros países de nuestro entorno europeo y mundial, hemos salido bastante bien librados. De hecho las previsiones de crecimiento económico, inflación, o dr creación de empleo, nos sitúan en las mejores posiciones de Europa.

Medidas como los ERTEs, la reforma laboral, el Ingreso Mínimo Vital, la subida de las pensiones al ritmo del coste de la vida, o el adecentamiento del Salario Mínimo con importantes subidas, no hubieran sido posibles en manos de gobiernos cicateros, como aquellos de PP que recortaron derechos laborales, pensiones, salarios y hasta las ayudas a las personas dependientes.

Parecen triunfos innegables para los defensores del gobierno, pero eso no sirve para calmar los ánimos de aquellos otros que consideran que el saldo resulta negativo. Y es que la derecha ha conseguido colocar algunos sencillos mensajes que han calado en muchas personas cada vez más descontentas y que desconfían cada día más de la política.

La derecha ha sabido airear las disfunciones de lo que han venido en denominar gobierno Frankenstein. Han sabido utilizar fallos como la ley del sólo sí es sí, que ha permitido  la rebaja de condenas y la excarcelación de violadores, la propia  Ley Trans, que ha fracturado al hasta ahora cohesionado movimiento por la igualdad y contra las discriminaciones.

Han sabido utilizar los apoyos, puntuales pero decisivos, de las fuerzas separatistas hasta hacer creer que quienes fueron terroristas se pueden presentar a las elecciones por culpa de Sánchez, cuando exactamente lo mismo ocurría con anteriores gobiernos del PP.

Hasta la ley de Vivienda han conseguido que sea percibida como una ley de inquilinos y de defensa de los okupas. Cada nueva casa ocupada y la viejecita expulsada de su vivienda por cuatro sinvergüenzas okupas serán culpa de Sánchez.

Este gobierno está pagando la Guerra de Ucrania, el abandono del pueblo saharaui en manos de Marruecos y hasta el aumento de la inmigración desde las playas marroquíes hacia  canarias o trepando las vallas de Ceuta y Melilla.

Por pagar, este gobierno está pagando hasta las facturas de Rajoy, con su inyección de dinero en las entidades bancarias, el famoso rescate bancario, al tiempo que imponía duros y sangrantes recortes a la población.

Una vez desacreditada la izquierda podemita y desmembradas sus huestes, toca ir de frente contra el Sanchismo. La campaña se centra ahora en la famosa “derogación del sanchismo”, que, aunque no lo digan (ya se cuidarán mucho de irse de la lengua), significará endurecer la reforma laboral, bajar salarios, congelar el salario mínimo, congelar pensiones y endurecer el acceso a las mismas, bendecir el enriquecimiento privado en sanidad y en educación y recortar ayudas sociales.

No es que tengan esas derechas más votos, simplemente es que los votos de la izquierda se quedan en casa, lo cual hace posible el triunfo de la derecha. El ascenso de la ultraderecha en Europa es evidente y los cordones sanitarios de otro tiempo van dejando paso a diferentes fórmulas de colaboración.

El efecto del abstencionismo de la izquierda ha sido ampliamente demostrado con los análisis electorales que indican porcentajes muy altos de votación en los barrios más ricos y un gran , superior al 50 por ciento, en los barrios pobres.

La izquierda puede quedarse encasquillada en su defensa de políticas elitistas, regodearse, entretenerse en los debates personalistas en los que se ha embarcado en los últimos tiempos, o bajar a los barrios y a los pueblos a escuchar las inquietudes de las personas, sus problemas, sus propuestas.

Multiplicarse para explicar, hacer pedagogía, dirigir, solucionar problemas, cambiar las vidas. La derecha se va a empeñar en no decir nada, no adquirir compromiso alguno para luego recortar a lo bestia y derivar recursos ingentes al sector privado.

Sin embargo la izquierda no puede permitirse ese lujo si quiere ilusionar y animar al voto. Porque la gente, nuestra gente, sobre todo después de una primera experiencia de coalición, necesita saber a dónde vamos, cómo vamos y con qué voluntad cierta de  unidad y acuerdo partimos.

De lo contrario, los que siempre votamos iremos a votar, pero con pocas ilusiones, con bastante desgana y tan sólo para que el desastre sea el menor posible. No será poco, pero lo más probable es que no sea suficiente.

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