El día 1 de octubre se conmemora el Día Internacional de las Personas Mayores. Hace poco eran viejos, ancianos, alguien decidió cambiar las palabras, tal vez con la intención de que dar otro nombre a las cosas cambia la realidad, así, sin más ni más, así, como si fuéramos dioses y nuestras palabras cambiaran el mundo a nuestro gusto. Por eso, no viejos, no ancianos, sino personas mayores, personas de edad.
Es una idea de la ONU, desde 1991, capicúa, como parte de esas ansias bondadosas, bienintencionadas, buenistas, de dedicar un día a cada problema, para que ese día se hable del asunto en los medios de comunicación y las instituciones, ONGs, empresas, realicen declaraciones, inauguren cosas, presenten informes, cosas que remuevan conciencias, las tranquilicen después y las olviden el resto del año.
No soy un negacionista de los días mundiales, o internacionales, más bien al contrario, procuro aprovecharlos para leer sobre el asunto conmemorado, pensar un poco, sacar conclusiones, hablar del problema y hasta cabrearme, eso que algunos llamaron un buen día indignación. Procuro, incluso que la indignación vaya más allá de un día, una primavera y se mantenga en el tiempo.
Ya hay más de 1.000 millones de personas mayores de 60 años en el planeta, en cosa de diez años serán 1.400 millones. Para que nos hagamos una idea, en el mundo ya hay más personas mayores de 65 años que menores de 5 y, en muy poco tiempo, en continentes como Europa una de cada cuatro personas será mayor.
Se habla, con tremenda razón, sobre el maltrato en el hogar, contra la infancia, o las mujeres. Sin embargo, muchas de esas situaciones pasan desapercibidas cuando se trata de personas de edad, hasta el punto de que no hay más que estimaciones sobre el maltrato de los mayores, una realidad oculta.
Algunos de esos estudios parciales estiman que más del 15% de las personas mayores sufren algún tipo de maltrato, o abuso, al tiempo que consideran que, en el caso de personas de edad, sólo se notifica uno de cada 24 casos, entre otras cosas por el miedo a informar a familiares, a las autoridades, o a alguna persona cercana.
Situaciones degradantes que tienen que ver con el maltrato psicológico, o físico, el abuso económico, o sexual, fraudes financieros, la desatención y el abandono. Situaciones que aumentarán debido al envejecimiento de la población mundial y los recursos limitados que se dedican a atender a estas personas, aún más debilitados a causa de la pandemia.
La crisis sanitaria del coronavirus, desatada en todo el planeta, se ha cebado en las personas mayores. Tan sólo en España las cifras de personas mayores muertas en residencias a causa del COVID-19 alcanza las 20.500 mayores, fundamentalmente en Madrid, Cataluña y las dos Castillas. Al tiempo el 85% de las más de 50.000 personas muertas por coronavirus son mayores de 75 años.
La pandemia ha puesto en evidencia las insuficiencias de nuestra sociedad para atender el reto de una población que requiere de servicios y de atención durante más tiempo y con mayor intensidad. Los recortes, las privatizaciones de residencias y servicios, la insuficiencia de personal y de recursos sanitarios básicos, la incapacidad para prevenir situaciones como la que se ha desencadenado.
La pandemia, tras los avisos del VIH, SARS, MERS, AIDS, Zika, Ébola, gripes de todo tipo, no sabíamos cuando llegaría, pero sabíamos que lo terminaría haciendo y cuando ha venido nos ha pillado sin equipos de protección, sin mascarillas, gel, sin distancias, sin protocolos, incapaces de poner en marcha las 3M (manos, mascarillas, metros), ni evitar las 3C (espacios cerrados, lugares concurridos, contactos cercanos).
Este escenario, unido a la bronca política permanente en el país, nos ha llevado a la incapacidad de contener la enfermedad, actuar con agilidad y con decisión, ha impedido crear conciencia y voluntad compartida de autocontrol. Policía, o desmadre. Ha facilitado los rebrotes, los nuevos brotes.
Las personas más pobres, los que viven en barrios periféricos, quienes tienen que ir a trabajar cada día en transportes atestados, viven en pisos hacinados, quienes permanecen ingresados en instituciones, se han convertido en víctimas propiciatorias del desastre.
La Organización Sindical Mundial en el Sector de los Cuidados (UNICARE) ha convocado el mismo día 1 de octubre una Acción Mundial para el personal de la dependencia, porque la gran debilidad de la atención a la dependencia es precisamente la carencia de personal, la baja intensidad de las prestaciones.
No podemos esperar a que amaine la pandemia para hacer frente al reto de fortalecer el escudo humano sanitario y social que nos permita combatir eficazmente contra el coronavirus y eso pasa por el reconocimiento del trabajo de esas personas en el nivel formativo y de cualificación laboral y profesionalización necesarias, en el nivel de las condiciones de trabajo y en el de las retribuciones.
No hay profesiones más dignas que las que nos permiten atender a las personas que más lo necesitan, ya sean mayores, niños, enfermos, pobres y esas profesiones siempre he pensado que deben contar conbuena formación y trabajo decente y reconocido.
Bienvenido sea un Día Mundial para las personas de Edad, con sus informes, sus actos conmemorativos y sus noticias en los medios de comunicación. Pero lo deseable es la ratificación de un compromiso que abarque todos los días del año a favor de la igualdad, la libertad y la atención de las necesidades de nuestras personas mayores. Un compromiso con la vida que seremos.