Casi todos los organismos internacionales que se precian elaboran estudios sobre la formación y el empleo de nuestros jóvenes. El último que he leído está elaborado por la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y se titula Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil 2022.
En general estos estudios nos hablan de los graves problemas del empleo, de las tremendas circunstancias a las que tenemos que dar respuesta, de cómo los jóvenes se enfrentan a un mundo cada vez más complejo e ingobernable, a una vida por momentos más insegura.
Todos nos preguntamos, invadidos por la incertidumbre, a la vista de cuanto nos rodea, cómo vivirán nuestros hijos e hijas en un futuro inmediato y, sin embargo, la mayoría de estos estudios optan por terminar realizando un canto a las nuevas oportunidades que se nos presentan, aunque para ello haya que sacrificar la realidad, para entonar un canto sin fundamento a las nuevas tecnologías, alabar el papel de la educación, apostar por unas dudosas economías verdes y una nueva y muy poco creíble sociedad de los cuidados.
También la OIT parte de la constatación de una situación dramática de nuestros jóvenes tras la pandemia. Los empleos que se han perdido en estos años han afectado sobre todo a los jóvenes, haciendo que el desempleo juvenil haya aumentado en el conjunto del planeta, hasta el punto de que el empleo juvenil haya caído en 34 millones de personas.
Según el estudio, ha crecido el número de jóvenes que ni trabajan, ni estudian, ni tienen intención de formarse para trabajar. La recuperación económica tras la pandemia ha permitido consolidar empleos ya existentes, pero sin contratar a nuevos trabajadores jóvenes. Se ha recuperado a trabajadores afectados por ERTEs, pero no se ha contratado a jóvenes recién salidos de la formación.
El empleo juvenil se recupera mucho más lentamente tras la pandemia. Pero no queda ahí el problema. La brecha de género también afecta a los jóvenes hasta el punto de que las oportunidades de obtener empleo de los hombres jóvenes es 1´5 veces superior al de las mujeres, con diferencias muy importantes entre los países de bajos, o medianos ingresos, con respecto a los países con mayores ingresos.
Una situación de segregación y discriminación que se reproduce cuando entramos en la valoración del desempleo juvenil por zonas geográficas. La situación en Europa y Asia Central tiende a empeorar, mientras que el paro juvenil se cebará con especial dureza en América Latina y los Estados árabes.
Llama la atención que, en estas previsiones, el paro juvenil no crezca excesivamente en África, pero el dato es engañoso si tomamos en cuenta que muchos jóvenes africanos se han visto abocados a buscarse la vida al margen del trabajo, de la economía regular, o de los procesos formativos.
Los años de pandemia han sido desastrosos para nuestra juventud porque el objetivo de supervivencia de las empresas pasaba por contener el gasto de los trabajadores de la empresa utilizando los ERTE, pero en muy pocas ocasiones por contratar a nuevos trabajadores.
Esta situación parece que mejorará con el tiempo, pero lo cierto es que los jóvenes y las mujeres han sufrido más los efectos de la pérdida de empleo y las no contrataciones durante la pandemia. En el planeta centenares de millones de jóvenes pueden quedar marginados del mercado de trabajo regular.
A partir de aquí comienza a desplegar la OIT, como lo hacen otras muchas organizaciones, los cantos bienintencionados, que suenan a oraciones, plegarias, buenos deseos, que parten de una indemostrable bondad generalizada de la especie humana, capaz de vencer al egoísmo pertinaz y abundante.
Uno de los recursos más generalizados es el de hablar de la importancia de la educación, de la formación permanente y continua, a lo largo de toda la vida, el e-learning, la formación a distancia. Aquí comienzan a hablar del futuro de las economías verdes, respetuosas con el medio ambiente, de las economías azules, más centradas en el reciclaje y el aprovechamiento máximo de todos los recursos, cuyos teóricos se muestran, por cierto, implacables con la economía verde.
No podría faltar en este escenario de futuro un gran desarrollo tecnológico, un avance generalizado de la economía digital. Y, por supuesto, incorporando todos los nuevos conceptos que se van acuñando en los laboratorios de ideas y que se van poniendo de moda en los numerosos foros de intercambio de experiencias.
Es ahí donde la OIT menciona las economías naranjas, vinculadas a las actividades creativas, del arte y la cultura y la economía de los cuidados de las personas. Fruto de este batiburrillo, parece que desembocaríamos en nuevos crecimientos económicos, creando centenares de nuevos puestos de trabajo, casi 140 millones, de los cuales más de 50 corresponderían a empleo juvenil.
Claro que hablan de algunos riesgos, como la desigualdad del reparto de esta riqueza, las pérdidas de empleo y riqueza en algunos países y la necesidad de impulsar una transición justa hacia este mundo idílico que nos dibujan. Pero parece ser que estos riesgos no son nada que no pueda ser corregido desde las políticas de empleo, las de formación y de juventud.
Sinceramente, creo que nada va a ser tan sencillo. Me sumo a la idea de la OIT de promover un mundo de empleo estable, seguro y con derechos laborales y sindicales reconocidos. Me sumo a la voluntad de trabajar por las mejoras en la formación, en el empleo, y por poner en marcha una economía capaz de preservar la vida en el planeta, en lugar de agotar los recursos y preparar la extinción masiva de nuestra propia especie.
Pero la OIT debería situarnos ante la realidad generada por la crisis económica, la pandemia, las guerras, la destrucción de los recursos naturales, la extinción de especies, el cambio climático. Esta realidad de incertidumbre no nos sitúa en los mejores escenarios para andar el camino si antes no somos capaces de que la economía y la política, tengan como objetivo prioritario, defender la vida de las personas, la vida del planeta.
Y lo primero para no equivocarnos es que no nos hagamos trampas a nosotros mismos y no se las hagamos a nuestros jóvenes.