Cuando los políticos quieren diluir los siempre complejos y complicados asuntos humanos, tras una vaga cortina de sucedáneos nominalistas, hablan por ejemplo de la formación de capital humano. Evitan así tener que mirar a los ojos a nadie. Las personas, convertidas en capital son siempre más manejables. Dónde va a parar.
El problema es que son seres humanos los que intervienen en la mayoría de las actividades económicas, por más que los famosos algoritmos vayan permitiendo que sean las máquinas las que copien el pensamiento humano y tomen decisiones sobre cada vez más asuntos personales.
En materia de formación de los formadores y de manera especial de los formadores en la Formación Profesional, esto no es tan fácil. Necesitamos docentes, formadores, mujeres y hombres, se entiende, comprometidos y muy competentes, si queremos que la calidad, el prestigio y la adecuación de la formación a las personas y a la actividad productiva, sean cada vez mejores y la capacidad de respuesta a los cambios, cada vez mayor, más flexible y más rápida.
Por lo menos parece que es lo que pretende conseguir Europa en un periodo corto de tiempo, partiendo de una realidad dispersa, en la que hay países que lo ensayan casi todo para mejorar y otros que ni están ni se les espera. En general, cuando hablamos de Formación del Profesorado, tenemos que partir del hecho de que, en Formación Profesional, las funciones y hasta los lugares donde se forma son diversos.
Existen profesores de asignaturas de carácter general, otros que imparten asignaturas más teóricas pero específicas de la Formación Profesional, los que enseñan en talleres materias prácticas y, por último, aquellos formadores que orientan, o tutorizan y acompañan a los aprendices, o estudiantes, en sus procesos formativos en las empresas. No siempre existe regulación clara de la formación inicial que necesitan, los sistemas de acceso, titulación necesaria, periodos de aprendizaje y prácticas, adquisición de competencias pedagógicas para el ejercicio de la docencia, funciones, o formación permanente de cada uno de estos colectivos.
En nuestro caso ya sabemos que, pese a las reiteradas declaraciones de buenas intenciones sobre la necesidad de prestigiar la Formación Profesional para que cumpla el papel de dotar de profesionales a nuestras empresas y de fomentar una formación profesional “Dual”, es muy poco lo que hemos avanzado, por más que cada Comunidad Autónoma se haya apresurado a aprobar su propia normativa en materia de Formación Dual.
El descontrol es aún mayor cuando comprobamos que, en nuestro país, conviven dos subsistemas de formación profesional, dependientes de dos ministerios distintos (Educación y Empleo), en los que la regulación de la docencia son absolutamente distintas, hasta el punto de que un profesor en Formación Profesional para el Empleo, bien puede ocurrir que no pudiera ejercer en el ámbito de la Formación Profesional del Ministerio de Educación y viceversa. Baste comprobar las dificultades de los centros de formación profesional públicos (incluidas las Universidades) para realizar programas formativos en el ámbito dependiente del Ministerio de Empleo.
Imaginemos un panorama en el que conviven normativas sobre Formación Profesional Dual de cada Estado, más las de cada Comunidad Autónoma, cada una de su padre y de su madre, añadiendo los lugares donde no hay normativa específica, para hacernos una idea de las dificultades no sólo nacionales, sino internacionales, de poder equiparar procesos de formación y hacer viable el reconocimiento de la cualificación de cada trabajador y trabajadora en todo el territorio y facilitando su movilidad por toda Europa.
Parece claro, a estas alturas, que la FP merece una oportunidad en nuestro país. Me suena bien, aún sin conocer el proyecto, que el Gobierno haya presentado a las organizaciones empresariales y sindicales un borrador de Plan Estratégico de Formación Profesional. A la espera de que se haga público, deseo que este Plan parta de la necesidad de implicar a los empresarios y a los sindicatos, promoviendo la cooperación de las empresas, los trabajadores, las universidades, los centros de formación profesional, públicos y privados, los ayuntamientos, a las Comunidades Autónomas. Y, sobre todo, que sea capaz de implicar, ilusionar y prestigiar la docencia en la Formación Profesional.
En un mundo altamente competitivo, a veces no está bien visto cooperar, trabajar de buena fe, sumar esfuerzos, transferir e intercambiar conocimientos y buenas prácticas, salvo que se haga para derribar a un tercero. Y, sin embargo, es lo que hay, es lo que toca, es lo único que nos puede sacar del atolladero y el retraso que España mantiene en este campo. Somos un país cuya formación parece un valle en V, en el que una disminuida y desprestigiada Formación Profesional discurre al fondo del mismo, entre dos impresionantes moles de infracualificación y sobrecualificación que lo avasallan todo.
Estamos a tiempo de darle una oportunidad a la sensatez. Luego, si quieren, que lo llamen formación de capital humano.