Gentes de edad

El día 1 de octubre fue el día en que el franquismo quiso darse un último baño de multitudes que apagase las críticas internas y externas por los fusilamientos del franquismo, en los que fueron ejecutados dos militantes del ETA y otros tres del FRAP. Las quejas traspasaron las fronteras y hasta algunos países retiraron sus embajadores en signo de protesta.

El dictador quiso morir matando y la dictadura moriría asesinando, año y medio después a jóvenes en las calles y a abogados laboralistas en sus despachos. Es el sino de los asesinos de vocación. A las primeras de cambio y a la menor oportunidad sacan a relucir sus pistolas y barren a cualquiera que se encuentre a mano.

Pero no quería yo hablar de estas circunstancias terribles en las que nos vimos embarcados en el otoño de 1975, sino de otro momento que cada año nos viene al calendario. Años después, en 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió conmemorar el Día Internacional de las Personas Mayores, cada 1 de octubre.

Bueno ya no se las llama Personas Mayores, sino Personas de Edad. No sé cuándo se ha producido el cambio de denominación, pero lo que ahora celebra la ONU es el Día Internacional de las Personas de Edad. Alguien debe suponer que cuando damos nombre (o lo cambiamos), participamos de la tarea del mismísimo Dios y creamos algo, cambiamos las cosas, transformamos el mundo.

Lo triste es que, por mucho que cambiemos los nombres, o vistamos las monas de seda, los problemas siguen siendo los mismos, o muy parecidos, a veces incluso se agravan. En este planeta, según la ONU, rozamos los 1300 millones de personas mayores de  65 años. A mediados de siglo, a la vuelta de la esquina serán ya 1600 millones.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), si hablamos de los mayores de 60, serán ya 2000 millones. Una de cada cinco personas serán mayores. Esas personas vivirán en los márgenes de la sociedad, o formando parte activa de la misma.

El propio Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres nos alerta de ese dilema y nos hace notar la importancia de las personas mayores, no sólo por su experiencia, para garantizar la paz, un desarrollo sostenible y la protección del planeta. Los mayores llevan dentro el futuro de la especie humana.

Dicho de otra manera, nuestras personas mayores conocen los errores que no podemos repetir para embarcarnos en nuevas aventuras dictatoriales y totalitarias. Saben de las formas de convivir en libertad y democracia, salvando la justicia y la igualdad. Saben de la austeridad necesaria para evitar el agotamiento de los recursos naturales y la extinción de la especie humana, junto a otras muchas especies.

Por eso es importante que los gobiernos escuchen a las Naciones Unidas, pero escuchar atentamente, no cómo hacen con casi todos y cada uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible del Planeta. Eso que pomposamente los gobiernos llaman Objetivos 2030, de los que hablan mucho, pero de los que poco quieren saber, en cuanto a su cumplimiento.

Nuestros mayores han padecido la pandemia en las peores condiciones de soledad, aislamiento y amenaza de sufrir una condena a muerte impuesta. Por miles han muerto en las residencias, en sus domicilios, en los hospitales. Hoy nadie quiere recordarlo, nadie quiere asumir responsabilidades, nadie tiene nada que cambiar.

Son nuestras personas mayores las que padecen también la brecha digital y el abandono de las entidades financieras y las instituciones que deberían perseguirlas para solucionar sus problemas. La famosa sociedad de los cuidados no puede ser sólo una formulación atractiva para que unos pocos terminen ganando dinero a costa de la prestación de servicios a los mayores.

En esas estamos. La atención a la dependencia, la lucha contra la pobreza, la protección de la salud y el cuidado de nuestras personas mayores es algo tan serio que somos la sociedad los que debemos tomar en nuestras manos la responsabilidad de su cumplimiento. La exigencia de un trato justo para las gentes de edad que nos dieron la vida.

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