Innovar, progresar, destruir

Uno de los latidos más fuertes de cuantos anidan en el ser humano, al menos en los tiempos modernos, tiene que ver con el progreso personal y como especie. Queremos ser mejores, a veces nos obsesiona ser los mejores. Y queremos que en ese tránsito, en ese proceso, nos acompañen nuestras familias, nuestras personas cercanas. A veces incluimos a nuestro pueblo, o a nuestro barrio. Y hasta en algunas ocasiones nos da por incluir en nuestros mejores deseos a nuestra sociedad.

Queremos vivir en mejores entornos, mejores ciudades, mejores paisajes. Quiero creer que deseamos progresar siendo respetuosos con el medio natural, de esa forma que llamamos sostenible. Y queremos que ese desarrollo, esa sostenibilidad, ese progreso, sean compatibles en lo personal y en lo social. Pero sabemos que todo, durante todo el tiempo y a la vez, es imposible.

Pero claro, hemos abandonado toda reflexión filosófica sobre el camino. Nunca nos preguntamos qué es para nosotros el progreso, qué es lo que queremos innovar, qué papel queremos jugar en el conjunto del planeta. Pocas veces nos preguntamos si queremos mejorar solos, o mejorar para que el conjunto de la humanidad mejore.

Nunca nos preguntamos por el precio de libertad que tendremos que pagar nosotros mismos y que haremos pagar al resto de las personas, a cambio de obtener supuestos progresos. Todos queremos progresar, pero pocas veces nos preguntamos dónde se encuentran los límites de esas supuestas mejoras. Los límites para nosotros mismos, para las personas, para nuestro planeta.

Cada día asistimos a nuevos anuncios de avances biológicos, en nanotecnología, en Inteligencia Artificial, en integración de biología y tecnología, en nuevas tecnologías de la información y la comunicación. A partir de ahí hemos comenzado a escuchar el uso de términos como el de  mejoramiento humano, que parece consistir en crear nuevos seres posthumanos cuyas capacidades se vean incrementadas a base de diseños biotecnológicos que expandan nuestras capacidades físicas y mentales.

Lo llaman mejoramiento humano, cambios introducidos en el ser humano a base de utilizar nuevas tecnologías en el cuerpo humano para mejorar sus capacidades. Pueden ser temporales, o permanentes y no necesariamente tienen que incorporar una visión general de mejora de la especie humana, o un mejor desarrollo humano en general.

El mejoramiento humano ha encontrado en el transhumanismo, también formulado en otros momentos como posthumanismo, el pensamiento que define y explica esa ideología del mejoramiento, proyectándola hacia la opinión pública, hacia los medios de comunicación, las redes sociales, los juegos, las artes. El mundo virtual, los metaversos, son lugares privilegiados para vender esta nueva ideología de progreso infinito.

De nosotros dependerá que ese mundo hacia el que vamos sea un mundo que tiende hacia la utopía, o que genere inhabitables distopías. Son muchos los pensadores, tertulianos, ensayistas, profesores universitarios, que nos alertan de estos riesgos y nos permiten entrever esos lugares plagados de nuevas formas de vida y nuevas oportunidades. Nos alientan a conquistar el universo y hasta a emprender viajes interplanetarios.

Pero también abundan otras visiones que nos alertan desde el pensamiento, el arte, la cultura, las universidades, sobre los riesgos de la mala utilización de la genética y los peligros de la fusión de la inteligencia humana con la inteligencia artificial.

Convertirnos en seres transhumanos. Ir un paso más allá y convertirnos en seres posthumanos, comporta riesgos que merece la pena analizar, porque a fin de cuentas no todo lo posible es necesariamente bueno y de nuestras decisiones dependerá la utopía, o la distopía en la que nos adentremos en el inmediato futuro.

De forma inminente el desarrollo de la Inteligencia Artificial, los avances tecnológicos, la nueva computación cuántica, la robotización, nos obligarán a tomar decisiones sobre cómo queremos que sean los nuevos servicios y los nuevos productos y quiénes podrán acceder a ellos. Pero sobre todo debemos preguntarnos en qué nos queremos convertir cuando los cambios tecnológicos se apliquen masivamente sobre el propio ser humano.

En este escenario será muy importante definir cómo serán nuestras sociedades, la distribución geopolítica del poder, la circulación de las nuevas tecnologías por todo el planeta. Será muy importante pensar hacia dónde nos encaminamos como seres humanos y como especie. Qué nueva humanidad aparecerá en el horizonte.

El problema es si seremos capaces de hacerlo en democracia y con participación del conjunto de la sociedad, o una vez más esta nueva revolución se producirá a instancias y en beneficio de los ricos y poderosos.

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